Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 30 de octubre de 2002
Dios juzgará con justicia
1. Entre los cánticos bíblicos que acompañan a los salmos en la liturgia de las Laudes encontramos el breve texto proclamado hoy. Está tomado de un capítulo del libro del profeta Isaías, el trigésimo tercero de su amplia y admirable colección de oráculos divinos.
El cántico comienza, en los versículos anteriores a los que se recogen en la liturgia (cf. vv. 10-12), con el anuncio de un ingreso potente y glorioso de Dios en el escenario de la historia humana: "Ahora me levanto, dice el Señor, ahora me exalto, ahora me elevo" (v. 10). Las palabras de Dios se dirigen a los "lejanos" y a los "cercanos", es decir, a todas las naciones de la tierra, incluso a las más remotas, y a Israel, el pueblo "cercano" al Señor por la alianza (cf. v. 13).
En otro pasaje del libro de Isaías se afirma: "Yo pongo alabanza en los labios: ¡Paz, paz a los lejanos y a los cercanos! -dice el Señor-. Yo los curaré" (Is 57, 19). Sin embargo, ahora las palabras del Señor se vuelven duras, asumen el tono del juicio sobre el mal de los "lejanos" y de los "cercanos".
2. En efecto, inmediatamente después, cunde el miedo entre los habitantes de Sión, en los que reinan el pecado y la impiedad (cf. Is 33, 14). Son conscientes de que viven cerca del Señor, que reside en el templo, ha elegido caminar con ellos en la historia y se ha transformado en "Emmanuel", "Dios con nosotros" (cf. Is 7, 14). Ahora bien, el Señor justo y santo no puede tolerar la impiedad, la corrupción y la injusticia. Como "fuego devorador" y "hoguera perpetua" (cf.Is 33, 14), acomete el mal para aniquilarlo.
Ya en el capítulo 10, Isaías advertía: "La luz de Israel vendrá a ser fuego, y su Santo, llama; arderá y devorará" (v. 17). También el salmista cantaba: "Como se derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios" (Sal 67, 3). Se quiere decir, en el ámbito de la economía del Antiguo Testamento, que Dios no es indiferente ante el bien y el mal, sino que muestra su indignación y su cólera contra la maldad.
3. Nuestro cántico no concluye con esta sombría escena de juicio. Más aún, reserva la parte más amplia e intensa a la santidad acogida y vivida como signo de la conversión y reconciliación con Dios, ya realizada. Siguiendo la línea de algunos salmos, como el 14 y el 23, que exponen las condiciones exigidas por el Señor para vivir en comunión gozosa con él en la liturgia del templo, Isaías enumera seis compromisos morales para el auténtico creyente, fiel y justo (cf. Is 33, 15), el cual puede habitar, sin sufrir daño, en medio del fuego divino, para él fuente de beneficios.
El primer compromiso consiste en "proceder con justicia", es decir, en considerar la ley divina como lámpara que ilumina el sendero de la vida. El segundo coincide con el hablar leal y sincero, signo de relaciones sociales correctas y auténticas. Como tercer compromiso, Isaías propone "rehusar el lucro de la opresión" combatiendo así la violencia sobre los pobres y la riqueza injusta. Luego, el creyente se compromete a condenar la corrupción política y judicial "sacudiendo la mano para rechazar el soborno", imagen sugestiva que indica el rechazo de donativos hechos para desviar la aplicación de las leyes y el curso de la justicia.
4. El quinto compromiso se expresa con el gesto significativo de "taparse los oídos" cuando se hacen propuestas sanguinarias, invitaciones a cometer actos de violencia. El sexto y último compromiso se presenta con una imagen que, a primera vista, desconcierta porque no corresponde a nuestro modo de hablar. La expresión "cerrar un ojo" equivale a "hacer que no vemos para no tener que intervenir"; en cambio, el profeta dice que el hombre honrado "cierra los ojos para no ver la maldad", manifestando que rechaza completamente cualquier contacto con el mal.
San Jerónimo, en su comentario a Isaías, teniendo en cuenta el conjunto del pasaje, desarrolla así el concepto: "Toda iniquidad, opresión e injusticia, es un delito de sangre: y, aunque no mata con la espada, mata con la intención. "Cierra los ojos para no ver la maldad": ¡Feliz conciencia, que no escucha y no contempla el mal! Por eso, quien obra así, habitará "en lo alto", es decir, en el reino de los cielos o en la altísima gruta de "un picacho rocoso", o sea, en Jesucristo" (In Isaiam prophetam, 10, 33: PL 24, 367).
De esta forma, san Jerónimo nos ayuda a comprender lo que significa "cerrar los ojos" en la expresión del profeta: se trata de una invitación a rechazar totalmente cualquier complicidad con el mal. Como se puede notar fácilmente, se citan los principales sentidos del cuerpo: en efecto, las manos, los pies, los ojos, los oídos y la lengua están implicados en el obrar moral humano.
5. Ahora bien, quien decide seguir esta conducta honrada y justa podrá acceder al templo del Señor, donde recibirá la seguridad del bienestar exterior e interior que Dios da a los que están en comunión con él. El profeta usa dos imágenes para describir este gozoso desenlace (cf. v. 16): la seguridad en un alcázar inexpugnable y la abundancia de pan y agua, símbolo de vida próspera y feliz.
La tradición ha interpretado espontáneamente el signo del agua como imagen del bautismo (cf por ejemplo, la Carta de Bernabé, XI, 5), mientras que el pan se ha transfigurado para los cristianos en signo de la Eucaristía. Es lo que se lee, por ejemplo, en el comentario de san Justino mártir, el cual ve en las palabras de Isaías una profecía del "pan" eucarístico, "memoria" de la muerte redentora de Cristo (cf. Diálogo con Trifón, Paulinas 1988, p. 242).
(L'Osservatore Romano - 1 de noviembre de 2002)