Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 18 de diciembre de 2002
Preparemos nuestro corazón
para acoger a Cristo
1. En este tiempo de Adviento nos acompaña la invitación del profeta Isaías: "Decid a los cobardes de corazón: ¡Sed fuertes, no temáis! Mirad a nuestro Dios que va a venir a salvarnos" (Is 35, 4). Esta invitación se hace cada vez más apremiante a medida que se acerca la Navidad, enriqueciéndose con la exhortación a preparar el corazón para acoger al Mesías. El esperado de las gentes ciertamente vendrá y su salvación será para todos los hombres.
En la Noche santa volveremos a recordar su nacimiento en Belén; reviviremos, en cierto modo, las emociones de los pastores, su alegría y su asombro. Contemplaremos, con María y José, la gloria del Verbo que se hizo carne por nuestra redención. Oraremos para que todos los hombres acojan la vida nueva que el Hijo de Dios trajo al mundo al asumir nuestra naturaleza humana.
2. La liturgia de Adviento, impregnada de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías, nos ayuda a captar plenamente el valor y el significado del misterio de la Navidad. No se trata de conmemorar sólo el acontecimiento histórico que tuvo lugar hace dos mil años en una pequeña aldea de Judea. Más bien, es preciso comprender que toda nuestra vida debe ser un "adviento", una espera vigilante de la venida definitiva de Cristo. Para disponer nuestra alma a acoger al Señor que, como decimos en el Credo, un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, debemos aprender a reconocerlo presente en los acontecimientos de la vida diaria. De esta forma, el Adviento es, por decirlo así, un intenso entrenamiento que nos orienta decididamente hacia Aquel que ya ha venido, que vendrá y que continuamente viene.
3. Con estos sentimientos la Iglesia se prepara para contemplar, extasiada, dentro de una semana, el misterio de la Encarnación. El evangelio narra la concepción y el nacimiento de Jesús, y refiere las numerosas circunstancias providenciales que precedieron y rodearon un acontecimiento tan prodigioso: el anuncio del ángel a María, el nacimiento del Bautista, el coro de los ángeles en Belén, la llegada de los Magos de oriente, las visiones de san José. Se trata de signos y testimonios que subrayan la divinidad de este Niño. En Belén nace el Emmanuel, Dios con nosotros.
En la liturgia de estos días la Iglesia nos ofrece tres "guías" singulares, que nos indican las actitudes que es preciso tomar para salir al encuentro de este "huésped" divino de la humanidad.
4. En primer lugar, Isaías, el profeta de la consolación y de la esperanza. Proclama un auténtico evangelio para el pueblo de Israel esclavo en Babilonia, y exhorta a mantenerse vigilantes en la oración, para reconocer "los signos" de la venida del Mesías.
Luego viene Juan Bautista, precursor del Mesías, que se presenta como "la voz del que grita en el desierto", predicando "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Mc 1, 4). Es la única condición para reconocer al Mesías, ya presente en el mundo.
Por último, María, que, en esta novena de preparación para la Navidad, nos guía hacia Belén. María es la mujer del "sí", que, a diferencia de Eva, hace suyo sin reservas el proyecto de Dios. Así se convierte en una luz clara para nuestros pasos y en el modelo más elevado para inspirarnos.
Amadísimos hermanos y hermanas, dejémonos acompañar por la Virgen hacia el Señor que viene, permaneciendo "vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza".
A todos deseo una buena preparación para las próximas fiestas navideñas.
(L'Osservatore Romano - 20 de diciembre de 2002)