Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 15 de enero de 2003
1. En nuestro ya largo itinerario a la luz de los salmos que propone la liturgia de las Laudes, llegamos a una estrofa -exactamente, la decimonovena- de la oración más amplia del Salterio, el salmo 118. Se trata de una parte del inmenso cántico alfabético: a través de un juego estilístico, el salmista distribuye su obra en veintidós estrofas, que corresponden a la sucesión de las veintidós letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa consta de ocho versos, cuyos inicios están marcados por palabras hebreas, que comienzan con una misma letra del alfabeto.
La estrofa que acabamos de escuchar va precedida por la letra hebrea qôf, y describe al orante que presenta a Dios su intensa vida de fe y oración (cf. vv. 145-152).
2. La invocación al Señor no conoce descanso, porque es una respuesta continua a la propuesta permanente de la palabra de Dios. En efecto, por una parte, se multiplican los verbos de la oración: Te invoco, te llamo, a ti grito, escucha mi voz. Por otra, se exalta la palabra del Señor, que propone los decretos, las leyes, la palabra, las promesas, el juicio, la voluntad, los mandatos y los preceptos de Dios. Juntamente forman una constelación que es como la estrella polar de la fe y de la confianza del salmista. La oración se manifiesta, por tanto, como un diálogo, que comienza cuando ya es de noche y aún no ha despuntado el alba (cf. v. 147) y prosigue durante toda la jornada, especialmente en las dificultades de la existencia. En efecto, el horizonte a veces es oscuro y tormentoso: "Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad" (v. 150). Pero el orante tiene una certeza indiscutible, la cercanía de Dios con su palabra y su gracia: "Tú, Señor, estás cerca" (v. 151). Dios no abandona al justo en manos de sus perseguidores.
3. En este punto, después de haber delineado el mensaje sencillo pero incisivo de la estrofa del salmo 118 -un mensaje apto para el inicio de una jornada-, para nuestra meditación recurriremos a un gran Padre de la Iglesia, san Ambrosio, que en su Comentario al Salmo 118 dedica nada menos que 44 párrafos a explicar precisamente la estrofa que hemos escuchado.
Recogiendo la invitación ideal a cantar la alabanza divina desde las primeras horas de la mañana, se detiene en particular en los versículos 147-148: "Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, (...) mis ojos se adelantan a las vigilias". En esta declaración del salmista, san Ambrosio intuye la idea de una oración constante, que abarca todo tiempo: "Quien implora al Señor, haga como si no conociera que existe un tiempo particular para dedicar a las súplicas a Dios; ha de estar siempre en actitud de súplica. Sea que comamos, sea que bebamos, anunciamos a Cristo, oramos a Cristo, pensamos en Cristo, hablamos de Cristo. Cristo ha de estar siempre en nuestro corazón y en nuestros labios" (Comentario al Salmo 118: SAEMO 10, p. 297).
Refiriendo luego los versículos al momento específico de la mañana y aludiendo también a la expresión del libro de la Sabiduría que prescribe "adelantarse al sol para dar gracias" a Dios (Sb 16, 28), san Ambrosio comenta: "En efecto, sería grave que los rayos del sol que sale te sorprendieran acostado en la cama con descaro, y que una luz más fuerte te hiriera los ojos soñolientos, aún dominados por la pereza. Para nosotros, en una noche ociosa, un espacio de tiempo tan largo sin hacer una pequeña práctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual, es una acusación" (ib p. 303).
4. Luego, san Ambrosio, contemplando el sol que sale -como había hecho en otro de sus célebres himnos "al canto del gallo", el Aeterne rerum conditor, que ha sido incluido en la liturgia las Horas- nos interpela así:
"¿No sabes, hombre, que cada día adeudas a Dios las primicias de tu corazón y de tu voz? La mies madura cada día; cada día madura su fruto. Por eso, corre al encuentro del sol que sale... El sol de la justicia quiere ser anticipado; no espera otra cosa... Si tú te adelantas a este sol que va a salir, recibirás como luz a Cristo. Será precisamente él la primera luz que brille en lo más íntimo de tu corazón. Será precisamente él quien (...) haga brillar para ti la luz de la mañana en las horas de la noche, si reflexionas en las palabras de Dios. Mientras tú reflexionas, se hace la luz... Muy de mañana apresúrate a ir a la iglesia y lleva como ofrenda las primicias de tu devoción. Y después, si los compromisos del mundo te llaman, nada te impedirá decir: 'mis ojos se adelantan a las vigilias meditando tu promesa', y con la conciencia tranquila te dedicarás a tus asuntos.¡Qué hermoso es comenzar la jornada con himnos y cánticos, con las bienaventuranzas que lees en el evangelio! Es muy saludable que venga sobre ti, para bendecirte, el discurso del Señor; que tú, mientras repites cantando las bendiciones del Señor, tomes el compromiso de practicar alguna virtud, si quieres tener también dentro de ti algo que te haga sentir merecedor de esa bendición divina" (ib pp. 303, 309, 311 y 313).
Recojamos también nosotros la invitación de san Ambrosio y cada mañana abramos la mirada a la vida diaria, a sus alegrías y sus tristezas, invocando a Dios para que esté cerca de nosotros y nos guíe con su palabra, que infunde serenidad y gracia.
(L'Osservatore Romano - 17 de enero de 2003)