Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 12 de febrero de 2003

Himno de acción de gracias
después de la victoria

1. En todas las festividades más significativas y alegres del antiguo judaísmo, especialmente en la celebración de la Pascua, se cantaba la secuencia de salmos que va del 112 al 117. Esta serie de himnos de alabanza y de acción de gracias a Dios se llamaba el "Hallel egipcio", porque en uno de ellos, el salmo 113 A, se evocaban de un modo poético, muy gráfico, el éxodo de Israel de la tierra de la opresión, el Egipto faraónico, y el maravilloso don de la alianza divina. Pues bien, el salmo con el que se concluye este "Hallel egipcio" es precisamente el salmo 117, que se acaba de proclamar y que ya hemos meditado en un comentario anterior.

2. Este canto revela claramente un uso litúrgico en el interior del templo de Jerusalén. En efecto, en su trama parece desarrollarse una procesión, que comienza entre las "tiendas de los justos" (v. 15), es decir, en las casas de los fieles. Estos exaltan la protección de la mano de Dios, capaz de tutelar a los rectos, a los que confían en él incluso cuando irrumpen adversarios crueles. La imagen que usa el salmista es expresiva: "Me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas; en el nombre del Señor los rechacé" (v. 12).

Al ser liberado de ese peligro, el pueblo de Dios prorrumpe en "cantos de victoria" (v. 15) en honor de la "poderosa diestra del Señor" (cf. v. 16), que ha obrado maravillas. Por consiguiente, los fieles son conscientes de que nunca están solos, a merced de la tempestad desencadenada por los malvados. En verdad, Dios tiene siempre la última palabra; aunque permite la prueba de su fiel, no lo entrega a la muerte (cf. v. 18).

3. En este momento parece que la procesión llega a la meta evocada por el salmista mediante la imagen de la "puerta de la justicia" (v. 19), es decir, la puerta santa del templo de Sión. La procesión acompaña al héroe al que Dios ha dado la victoria. Pide que se le abran las puertas, para poder "dar gracias al Señor" (v. 19). Con él "entran los justos" (v. 20). Para expresar la dura prueba que ha superado y la glorificación que ha tenido como consecuencia, se compara a sí mismo a la "piedra que desecharon los arquitectos", transformada luego en "la piedra angular" (v. 22).

Cristo utilizará precisamente esta imagen y este versículo, al final de la parábola de los viñadores homicidas, para anunciar su pasión y su glorificación (cf.Mt 21, 42).

4. Aplicándose el salmo a sí mismo, Cristo abre el camino a una interpretación cristiana de este himno de confianza y de acción de gracias al Señor por su hesed, es decir, por su fidelidad amorosa, que se refleja en todo el salmo (cf. Sal 117, 1. 2. 3. 4. 29).

Los símbolos adoptados por los Padres de la Iglesia son dos. Ante todo, el de "puerta de la justicia", que san Clemente Romano, en su Carta a los Corintios, comentaba así: "Siendo muchas las puertas que están abiertas, esta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbación" (48, 4: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 222).

5. El otro símbolo, unido al anterior, es precisamente el de la piedra. En nuestra meditación sobre este punto nos dejaremos guiar por san Ambrosio, el cual, en su Exposición sobre el evangelio según san Lucas, comentando la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, recuerda que "Cristo es la piedra" y que "también a su discípulo Cristo le otorgó este hermoso nombre, de modo que también él sea Pedro, para que de la piedra le venga la solidez de la perseverancia, la firmeza de la fe".

San Ambrosio introduce entonces la exhortación: "Esfuérzate por ser tú también piedra. Pero para ello no busques fuera de ti, sino en tu interior, la piedra. Tu piedra son tus acciones; tu piedra es tu pensamiento. Sobre esta piedra se construye tu casa, para que no sea zarandeada por ninguna tempestad de los espíritus del mal. Si eres piedra, estarás dentro de la Iglesia, porque la Iglesia está asentada sobre piedra. Si estás dentro de la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán contra ti" (VI, 97-99: Opere esegetiche IX/II, Milán-Roma 1978, SAEMO 12, p. 85).

(L'Osservatore Romano - 14 de febrero de 2003)

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