Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (05-X-88)
La Conciencia que Cristo tenía de su vocación al Sacrificio redentor
1. "Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado". En la última catequesis, haciendo referencia a estas palabras del Símbolo de la fe, hemos considerado la muerte de Cristo como un acontecimiento que tiene su dimensión histórica y que se explica también a la luz de las circunstancias históricas en las que se produjo. El Símbolo nos da igualmente indicaciones, a este respecto, haciéndose eco de los Evangelios, en los que se encuentran datos mas abundantes. Pero el Símbolo también pone de relieve el hecho de que la muerte de Cristo en la cruz ha ocurrido corno sacrificio por los pecados y se ha convertido, por ello, en "precio" de la redención del hombre: "Por nuestra causa fue crucificado", "por nosotros los hombres y por nuestra salvación".
Resulta espontáneo preguntarse qué conciencia tuvo Jesús de esta finalidad de su misión: cuando y cómo percibió la vocación a ofrecerse en sacrificio por los pecados del mundo.
A este respecto, es necesario decir de antemano que no es fácil penetrar en la evolución histórica de la conciencia de Jesús: el Evangelio hace alusión a ella (Cfr. Lc 2, 52), pero sin ofrecer datos precisos para determinar las etapas.
Muchos textos evangélicos, citados en las catequesis precedentes, documentan esta conciencia, ya clara, de Jesús, sobre su misión: una conciencia en tal forma viva, que reacciona con vigor y hasta con dureza a quien intentaba, incluso por afecto hacia El, apartarle de ese camino: como ocurrió con Pedro al que Jesús no dudó en oponerle su "Vade retro Satana!" (Mc 8, 33).
2. Jesús sabe que será bautizado con un "bautismo" de sangre (Cfr. Lc 12, 50), aun antes de ver que su predicación y comportamiento encuentran la oposición y suscitan la hostilidad de los círculos de su pueblo que tienen el poder de decidir su suerte. Es consciente de que sobre su cabeza pende un "oportet" correspondiente al eterno designio del Padre (Cfr. Mc 8, 31), mucho antes de que las circunstancias históricas lleven a la realización de lo que está previsto Jesús, sin duda. se abstiene por algún tiempo de anunciar esa muerte suya, aun siendo consciente de su mesianidad, desde el principio, como lo testifica su autopresentación en la sinagoga de Nazaret (Cfr. Lc 4, 16-21); sabe que la razón de ser de la Encarnación, la finalidad de su vida es la contemplada en el eterno designio de Dios sobre la salvación. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45).
3. En los Evangelios podemos encontrar otras abundantes pruebas de la conciencia que Jesús tenga sobre su suerte futura en dependencia del plano divino de la salvación. Ya la respuesta de Jesús a los doce años, cuando fue encontrado en el templo, es de alguna forma, la primera expresión de esta conciencia suya. El niño, de hecho, explicando a María y a José su deber debe "ocuparse de las cosas de su Padre" (Cfr. Lc 2, 49) da a entender que está interiormente orientado hacia los futuros acontecimientos, al tiempo que, teniendo apenas doce años, parece querer preparar a sus seres más queridos para el porvenir, especialmente a su Madre.
Cuando llega el tiempo de dar comienzo a actividad mesiánica Jesús se encuentra en la fila de los que reciben el bautismo de penitencia de manos de Juan en el Jordán. Intenta hacer entender, a pesar de la protesta del Bautista, que se siente mandado para hacerse "solidario" con los pecadores, para acoger sobre sí el yugo de los pecados de la humanidad, corno indica, por lo demás, la presentación que Juan hace de El: "He aquí el Cordero de Dios... que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). En estas palabras se encuentra el eco y, en cierto sentido, la síntesis de lo que Isaías haba anunciado sobre el Siervo del Señor: "herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas... Yahvéh descargó sobre El la culpa de todos nosotros... como un cordero al degüello era llevado... Justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él soportará" (Is 53, 5-7. 11). Había sintonía, sin duda, entre la conciencia mesiánica de Jesús y aquellas palabras del Bautista que expresaban la profecía y la espera del Antiguo Testamento.
4. A continuación, los Evangelios nos presentan otros momentos y palabras, de los que resulta la orientación de la conciencia de Jesús hacia la muerte sacrificial. Piénsese en aquella imagen de los amigos del esposo, sus discípulos, que no debían "ayunar" mientras el Esposo está con ellos: "Días vendrán en que les será arrebatado el Esposo (prosigue Jesús) y en aquel día ayunarán" (Mc 2, 20). Es una alusión significativa que deja traslucir el estado de conciencia de Cristo. Resulta. además, de los Evangelios que Jesús nunca aceptó ningún pensamiento o discurso que pudiera dejar vislumbrar la esperanza del éxito terreno de su obra Los "signos" divinos que ofrecía, los milagros que obraba, podían crear un terreno propicio para tal expectativa Pero Jesús no dudó en desmentir toda intención, disipar toda ilusión al respecto, porque sabía que su misión mesiánica no podía realizarse de otra forma que mediante el sacrificio.
5. Jesús seguía con sus discípulos el método de una oportuna "pedagogía". Esto se ve, de modo particularmente claro, en el momento en que los Apóstoles parecían haber llegado a la convicción de que Jesús era el verdadero Mesías (el "Cristo"), convicción expresada por aquella exclamación de Simón Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16), que podía considerarse como el punto culminante del camino de maduración de los Doce en la ya notable experiencia adquirida en el seguimiento de Jesús. Y he aquí que, precisamente tras esta profesión (ocurrida en las cercanías de Cesarea de Filipos), Cristo habla por primera vez de su pasión y muerte: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" (Mc 8, 31; cfr. también Mt 16, 21; Lc 9, 22).
6. También las palabras de severa reprensión dirigidas a Pedro, que no quería aceptar aquello que oía ("Señor, de ningún modo te sucederá eso": Mt 16, 22), prueban lo identificada que estaba la conciencia de Jesús con la certeza del futuro sacrificio. Ser Mesías quería decir para El "dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). Desde el inicio sabia Jesús que éste era el sentido definitivo de su misión y de su vida. Por ello rechazaba todo lo que habría podido ser o parecer como la negación de esa finalidad salvífica. Esto se vislumbra ya en la hora de la tentación, cuando Jesús rechaza resuelta- mente al halagador que trata de desviarle hacia la búsqueda de éxitos terrenos (Cfr. Mt 4, 5-10; Lc 4, 5-12).
7. Debemos notar, sin embargo, que en los textos citados, cuando Jesús anuncia su pasión y muerte, procura hablar también de la resurrección que sucederá "el tercer día". Es un añadido que no cambia en absoluto el significado esencial del sacrificio mesiánico mediante la muerte en cruz, sino que pone de relieve su significado salvífico y vivificante. Digamos, desde ahora, que esto pertenece a la más profunda esencia de la misión de Cristo: el Redentor del mundo es aquel en quien se debe llevar a cabo la "pascua", es decir, el paso del hombre a una nueva vida en Dios.
8. En este mismo espíritu Jesús forma a sus Apóstoles y traza la prospectiva en que deberá moverse su futura Iglesia. Los Apóstoles, sus sucesores y todos los seguidores de Cristo, tras las huellas del Maestro crucificado, deberán. recorrer el camino de la cruz: "Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa para que deis testimonio ante ellos" (Mc 13, 9). "Os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre" (Mt 24, 9). Pero ya sea a los Apóstoles o a los futuros seguidores, que participaran en la pasión y muerte redentora de su Señor, Jesús también preanuncia: "En verdad, en verdad os digo:... Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16, 20). Tanto los Apóstoles como la Iglesia están llamados, en todas las épocas, a tomar parte en el misterio pascual de Cristo en su totalidad. Es un misterio, en el que, del sufrimiento y la "tristeza" del que participa en el sacrificio de la cruz, nace el "gozo" de la nueva vida de Dios.