Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (22-II-89)
Las apariciones de Jesús resucitado
1. Conocemos el pasaje de la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo, el primero cronológicamente, anota la verdad sobre la resurrección de Cristo: "Porque os transmití... lo que a mis vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce... " (1Co 15, 3-5). Se trata, como se ve, de una verdad transmitida, recibida, y nuevamente transmitida. Una verdad que pertenece al "depósito de la Revelación" que el mismo Jesús, mediante sus Apóstoles y Evangelistas, ha dejado a su Iglesia.
2. Jesús reveló gradualmente esta verdad en su enseñanza prepascual. Posteriormente ésta, encontró su realización concreta en los acontecimientos de la pascua jerosolimitana de Cristo, certificados históricamente, pero llenos de misterio.
Los anuncios y los hechos tuvieron su confirmación sobre todo en los encuentros de Cristo resucitado, que los Evangelios y Pablo relatan. Es necesario decir que el texto paulino presenta estos encuentros (en los que se revela Cristo resucitado) de manera global y sintética (añadiendo al final el propio encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco: Cfr. Hch 9, 3-6). En los Evangelios se encuentran, al respecto, anotaciones más bien fragmentarias.
No es difícil tomar y comparar algunas líneas características de cada una de estas apariciones y de su conjunto para acercarnos todavía más al descubrimiento del significado de esta verdad revelada.
3. Podemos observar ante todo que, después de la resurrección, Jesús se presenta a las mujeres y a los discípulos con su cuerpo transformado, hecho espiritual y partícipe de la gloria del alma: pero sin ninguna característica triunfalista. Jesús se manifiesta con una gran sencillez. Habla de amigo a amigo, con los que se encuentra en las circunstancias ordinarias de la vida terrena. No ha querido enfrentarse a sus adversarios, asumiendo a actitud de vencedor, ni se ha preocupado por mostrarles su "superioridad", y todavía menos ha querido fulminarlos. Ni siquiera consta que se haya presentado a alguno de ellos. Todo lo que nos dice el Evangelio nos lleva a excluir que se haya aparecido, por ejemplo, a Pilato, que lo había entregado a los sumos sacerdotes para que fuese crucificado (Cfr. Jn 19, 16), o a Caifás, que se había rasgado las vestiduras por a afirmación de su divinidad (Cfr. Mt 26, 63-66).
A los privilegiados de sus apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: aquel rostro, aquellas manos, aquellos rasgos que conocían muy bien, aquel costado que habían traspasado; aquella voz, que habían escuchado tantas veces. Sólo en el encuentro con Pablo en las cercanías de Damasco, la luz que rodea al Resucitado casi deja ciego al ardiente perseguidor de los cristianos y lo tira al suelo (Cfr. Hch 9, 3-8); pero es una manifestación del poder de Aquél que, ya subido al cielo, impresiona a un hombre al que quiere hacer un "instrumento de elección" (Hch 9, 15), un misionero del Evangelio.
4. Es de destacar también un hecho significativo: Jesucristo se aparece en primer lugar a las mujeres, sus fieles seguidoras, y no a los discípulos, y ni siquiera a los mismos Apóstoles, a pesar de que los había elegido como portadores de su Evangelio al mundo. Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las había impulsado hasta el Calvario. Quizá quiere manifestar un delicado rasgo de su humanidad, que consiste en a amabilidad y en la gentileza con que se acerca y beneficia a las personas que menos cuentan en el gran mundo de su tiempo. Es lo que parece que se puede concluir de un texto de Mateo: "En esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres que corrían para comunicar el mensaje a los discípulos) y les dijo: ¡¡Dios os guarde!. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: ¡No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán!" (Mt 28, 9-10).
También el episodio de a aparición a María de Magdala (Jn 20, 11-18) es de extraordinaria finura ya sea por parte de la mujer, que manifiesta toda su apasionada y comedida entrega al seguimiento de Jesús, ya sea por parte del Maestro, que la trata con exquisita delicadeza y benevolencia.
En esta prioridad de las mujeres en los acontecimientos pascuales tendrán que inspirarse la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha podido contar enormemente con ellas para su vida de fe, de oración y de apostolado.
5. Algunas características de estos encuentros postpascuales los hacen, en cierto modo, paradigmáticos debido a las situaciones espirituales, que tan a menudo se crean en la relación del hombre con Cristo, cuando uno se siente llamado o "visitado" por El.
Ante todo hay una dificultad inicial en reconocer a Cristo por parte de aquellos a los que El sale al encuentro, como se puede apreciar en el caso de la misma Magdalena (Jn 20, 14-16) y de los discípulos de Emaús (Lc 24, 16). No falta un cierto sentimiento de temor ante El. Se le ama, se le busca, pero, en el momento en que se le encuentra, se experimenta alguna vacilación...
Pero Jesús les lleva gradualmente al reconocimiento y a la fe, tanto a María Magdalena (Jn 20, 16), como a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26 ss.), y, análogamente, a otros discípulos (Cfr. Lc 24, 25-48). Signo de la pedagogía paciente de Cristo al revelarse al hombre, al atraerlo, al convertirlo, al llevarlo al conocimiento de las riquezas de su corazón y a la salvación.
6. Es interesante analizar el proceso psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: los discípulos experimentan una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la resurrección, sino también la identidad de Aquél que está ante ellos, y aparece como el mismo pero al mismo tiempo como otro: un Cristo "transformado". No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que El ya no se encuentra en la condición anterior, y ante El están llenos de reverencia y temor.
Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro, sino de El mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe. Es como un despertar de fe: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras– –" (Lc 24, 32). "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). "He visto al Señor" (Jn 20, 18). Entonces una luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la cruz; y da el verdadero y pleno sentido del misterio del dolor y de la muerte, que se concluye en la gloria de la nueva vida! Este será uno de los elementos principales del mensaje de salvación que los Apóstoles han llevado desde el principio al pueblo hebreo y, poco a poco, a todas las gentes.
7. Hay que subrayar una última característica de las apariciones de Cristo resucitado: en ellas, especialmente en las últimas, Jesús realiza la definitiva entrega a los Apóstoles (y a la Iglesia) de la misión de evangelizar el mundo para llevarle el mensaje de su Palabra y el don de su gracia.
Recuérdese a aparición a los discípulos en el Cenáculo la tarde de Pascua: "Como el Padre me envió, también yo os envío..." (Jn 20, 21); ¡y les da el poder de perdonar los pecados!
Y en la aparición en el mar de Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la fructuosidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus espíritus hacia la obra que les espera (Cfr. Jn 21, 1-23). Lo confirma la definitiva asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21, 15-18): "¿Me amas?... Tú sabes que te quiero... Apacienta mis corderos...Apacienta mis ovejas...".
Juan indica que "ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos" (Jn 21, 14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta de su identidad: "Es el Señor" (Jn 21, 7), sino que habían comprendido que, todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les comprometía a cada uno de ellos (y de modo muy particular a Pedro) en la construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en aquella mañana de pascua.