Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
52 - La accion de la Tercera Persona según los sinopticos
(19.IX.90)
1. En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo se da conocer como Persona subsistente con el Padre y el Hijo en la unidad trinitaria, mediante la acción que le atribuyen los autores inspirados. No siempre se podrá pasar de la acción a una "propiedad" de la Persona en sentido rigurosamente teológico; pero para nuestra catequesis es suficiente descubrir lo que el Espíritu Santo es en la realidad divina mediante los hechos de los que es protagonista, según el Nuevo Testamento. Por lo demás, éste es el camino que siguieron los Padres y Doctores de la Iglesia (cfr. Santo Tomás, S. Th. I, q. 30, aa. 7-8).
2. En esta catequesis nos limitamos a recordar algunos textos de los sinópticos. Posteriormente recurriremos también a los otros libros del Nuevo Testamento. Hemos visto que en la narración de la anunciación el Espíritu Santo se manifiesta como Aquel que obra: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti -dice el ángel a Maria- y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35). Así, pues, podemos reconocer que el Espíritu Santo es principio de acción, especialmente en la Encarnación. Precisamente porque es el eterno Amor (propiedad de la Tercera Persona), se atribuye a él el poder de la acción: una potencia de amor. Los primeros capítulos del Evangelio de Lucas hablan varias veces de la acción del Espíritu Santo en las personas íntimamente vinculadas con el misterio de la Encarnación. Así, en Isabel, que con ocasión de la visita de María quedó llena de Espíritu Santo y saludó a su bendita pariente bajo la inspiración divina (cfr. Lc 1, 41-45). Así, aún más, en el santo anciano Simeón, al que el Espíritu Santo se había manifestado de modo personal, anunciándole de antemano que vería al "Mesías del Señor" antes de morir (Lc 2, 26). Bajo la inspiración y la moción del Espíritu Santo él toma al Niño en sus brazos y pronuncia aquellas palabras proféticas que encierran en una síntesis tan densa y conmovedora toda la misión redentora del Hijo de María (cfr. Lc 2, 27 ss.). La Virgen Maria, más que cualquier otra persona, se halló bajo el influjo del Espíritu Santo (cfr. Lc 1, 35), el cual le dio ciertamente la íntima percepción del misterio y el impulso del alma para aceptar su misión y para el canto de gozo en la contemplación del plan providencial de la salvación (cfr. Lc 1, 26 ss.).
3. En estos santos personajes se delinea como un paradigma de la acción del Espíritu Santo, Amor omnipotente que da luz, fuerza, consuelo, impulso operativo. Pero el paradigma es aún más visible en la vida del mismo Jesús, que se desarrolla toda bajo el impulso y la dirección del Espíritu, realizando en si la profecía de Isaías sobre la misión del Mesías: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos" (Lc 4, 18; Cfr. Is 61, 1). Sabemos que Jesús leyó en alta voz estas palabras proféticas en la sinagoga de Nazaret y afirmó que desde aquel momento se realizaban en él (cfr. Lc 4, 21). En realidad las acciones y las palabras de Jesús eran la realización de la misión mesiánica en la que actuaba, según el anuncio del profeta, el Espíritu del Señor. La acción del Espíritu Santo estaba escondida en todo el desarrollo de esta misión, realizada por Jesús de modo visible, público, histórico; por ello ésta testimoniaba y revelaba, según las declaraciones de Jesús a los evangelistas y a los otros autores sagrados, también la obra y la persona del Espíritu Santo.
4. A veces los evangelistas subrayan de modo especial la presencia activa del Espíritu Santo en Cristo. Por ejemplo, cuando hablan del ayuno y de la tentación de Cristo: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo" (Mt 4, 1; cfr. Mc 1, 12). La expresión utilizada por el evangelista presenta al Espíritu como una Persona que guía a otra. El relieve que los evangelistas dan a la acción del Espíritu Santo en Cristo significa que su misión mesiánica, estando encaminada a vencer el mal, comporta desde el comienzo la lucha con aquel que es "mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44): el espíritu de rechazo del reino de Dios. La victoria de Cristo sobre Satanás al comienzo de la actividad mesiánica es el preludio y el anuncio de su victoria definitiva en la cruz y en la resurrección. Jesús mismo atribuye esta victoria al Espíritu Santo en cada etapa de su misión mesiánica: "Por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios" afirma (Mt 12, 28). En esta lucha y en esta victoria de Cristo se manifiesta, pues, el poder del Espíritu, que es su intimo autor e incansable realizador. Por esto Jesús advierte con tanto rigor a sus oyentes sobre el pecado que él mismo llama "la blasfemia contra el Espíritu Santo" (Mt 12, 31-32; cfr. Mc 3, 29; Lc 12, 10). También aquí las expresiones utilizadas por el evangelista presentan al Espíritu como Persona. Efectivamente, se establece una confrontación entre quien habla contra la persona del Hijo del hombre y quien habla contra la persona del Espíritu Santo (Mt 12, 32; Lc 12, 10) y se afirma que la ofensa hecha al Espíritu es más grave. "Blasfemar contra el Espíritu Santo" quiere decir ponerse de la parte del espíritu de las tinieblas, de forma que el hombre se cierra interiormente a la acción santificadora del Espíritu de Dios. He aquí por qué Jesús declara que ese pecado no puede ser perdonado "ni en este mundo ni en el otro" (Mt 12, 32). El rechazo interior del Espíritu Santo es el rechazo de la fuente misma de la vida y de la santidad. Entonces el hombre se excluye por sí solo y libremente del ámbito de la acción salvífica de Dios. La advertencia de Jesús sobre el pecado contra el Espíritu Santo incluye al menos implícitamente otra revelación de la Persona y de la acción santificadora de esta Persona de la Trinidad, protagonista en la lucha contra el espíritu del mal y en la victoria del bien.
5. También según los sinópticos, la acción del Espíritu Santo es la fuente del gozo interior más profundo. Jesús mismo experimentó esta especial "alegría en el Espíritu Santo" cuando pronunció las palabras: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Si, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10, 21; Cfr. Mt 11, 25-26). En el texto de Lucas y Mateo siguen las palabras de Jesús sobre el conocimiento del Padre por parte del Hijo y del Hijo por parte del Padre: conocimiento que comunica el Hijo precisamente a los "pequeños" . Es, pues, el Espíritu Santo el que da también a los discípulos de Jesús no sólo el poder de la victoria sobre el mal, sobre "los espíritus malignos" (Lc 10, 17), sino también el gozo sobrenatural del descubrimiento de Dios y de la vida en âl mediante su Hijo.
6. La revelación del Espíritu Santo mediante el poder de la acción que llena toda la misión de Cristo acompañará también a los Apóstoles y a los discípulos en la obra que desarrollarán por mandato divino. Se lo anuncia Jesús mismo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos..., hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). Aun cuando en el camino de este testimonio hallen persecuciones, cárceles, interrogatorios en tribunales, Jesús asegura: "Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10, 19-20; cfr. Mc 13, 11). Hablan las personas, una fuerza impersonal puede mover, empujar, destruir, pero no puede hablar. El Espíritu, en cambio, habla. El es el inspirador y el consolador en las horas difíciles de los Apóstoles y de la Iglesia: otra calificación de su acción, otra luz encendida en el misterio de su Persona.
7. Así, pues, podemos afirmar que en los sinópticos el Espíritu Santo se manifiesta como Persona que actúa en toda la misión de Cristo, y que en la vida y en la historia de los seguidores de Cristo libra del mal, de la fuerza en la lucha con el espíritu de las tinieblas, prodiga el gozo sobrenatural del conocimiento de Dios y del testimonio de El incluso en las tribulaciones. Una persona que actúa con poder divino ante todo en la misión mesiánica de Jesús, y luego en la atracción de los hombres hacia Cristo y en la dirección de los que están llamados a tomar parte en su misión salvífica.