Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
80. ESPIRITUALIDAD DE LOS SEGLARES
(1.XII.93)
1. El papel específico de los seglares en la Iglesia exige, de su parte, una profunda vida espiritual. Para ayudarles a lograrla y vivirla, se han publicado obras teológicas y pastorales de espiritualidad para seglares, basadas en la convicción de que todo bautizado está llamado a la santidad. El modo de realizar esa llamada varía según las diversas vocaciones particulares, las condiciones de vida y de trabajo, las capacidades e inclinaciones, las preferencias personales por alguno de los maestros de oración y de apostolado, por alguno de los fundadores de órdenes o instituciones religiosas: como ha sucedido y sucede en todos los grupos que forman la Iglesia orante, operante y peregrina hacia el cielo. El mismo Concilio Vaticano II traza las líneas de una espiritualidad específica de los seglares, en el marco de la doctrina de vida válida para todos en la Iglesia.
2. Como fundamento de cualquier espiritualidad cristiana deben estar las palabras de Jesús sobre la necesidad de una unión vital con Él: "Permaneced en mí... El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto" (Jn 15, 4-5). Es significativa la distinción, a que alude el texto, entre dos aspectos de la unión: hay una presencia de Cristo en nosotros, que debemos acoger, reconocer, desear cada vez más, alegrándonos de que alguna vez se nos conceda experimentarla de forma especialmente intensa; y hay una presencia de nosotros en Cristo, que se nos invita a actuar mediante nuestra fe y nuestro amor.
Esta unión con Cristo es don del Espíritu Santo, quien la infunde en el alma que la acepta y la secunda, ya sea en la contemplación de los misterios divinos, ya en el apostolado que tiende a comunicar la luz, ya en la acción en el ámbito personal o social (cfr Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II, q. 45, a. 4). Los seglares, como todos los demás miembros del pueblo de Dios, están llamados a esa experiencia de comunión. Lo recordó el Concilio, afirmando: "Al cumplir como es debido las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de su vida personal" (Apostolicam actuositatem, 4).
3. Dado que se trata de un don del Espíritu Santo, la unión con Cristo debe implorarse por medio de la oración. Sin duda, cuando se realiza la propia actividad según la voluntad divina, se hace algo agradable al Señor, y eso ya es una forma de oración. Así, incluso los actos más sencillos se convierten en un homenaje que da gloria a Dios y le agrada. Pero también es verdad que no basta eso: es necesario reservar momentos específicos para dedicar expresamente a la oración, según el ejemplo de Jesús que, incluso en medio de la actividad mesiánica más intensa, se retiraba a orar (cfr Lc 5, 16).
Eso vale para todos; por tanto, también para los seglares. Las formas y los modos de esas pausas de oración pueden ser muy diferentes, pero siempre queda en pie el principio de que la oración es indispensable para todos, tanto en la vida personal como en el apostolado. Sólo gracias a una intensa vida de oración los seglares pueden encontrar inspiración, energía, valor entre las dificultades y los obstáculos, equilibrio y capacidad de iniciativa, de resistencia y de recuperación.
4. La vida de oración de todo fiel y, por tanto, también del seglar, tendrá asimismo necesidad de la participación en la liturgia, de la recepción del sacramento de la reconciliación y, sobre todo, de la participación en la celebración eucarística, donde la comunión sacramental con Cristo es la fuente de esa especie de mutua inmanencia entre el alma y Cristo, que Él mismo anuncia: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él" (Jn 6, 56). El banquete eucarístico asegura ese alimento espiritual que nos hace capaces de producir mucho fruto. También los christifideles laici están, por tanto, llamados e invitados a una intensa vida eucarística. La participación sacramental en la Misa dominical deberá ser para ellos la fuente de su vida espiritual y de su apostolado. Dichosos aquéllos que, además de la Misa y la comunión dominical, se sientan atraídos e impulsados a la comunión frecuente, recomendada por tantos santos, especialmente en épocas recientes, en que el apostolado de los seglares se ha desarrollado cada vez más.
5. El Concilio quiere recordar a los seglares que la unión con Cristo puede y debe abarcar todos los aspectos de su vida terrena: "Ni las preocupaciones familiares ni los demás negocios temporales deben ser ajenos a esta orientación espiritual de la vida, según el aviso del Apóstol: Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por él (Col 3, 17)" (Apostolicam actuositatem, 4). Toda la actividad humana asume en Cristo un significado más alto. Se abre aquí una perspectiva amplia y luminosa sobre el valor de las realidades terrenas. La teología ha puesto de relieve que es positivo todo lo que existe y actúa en virtud de su participación en el ser, en la verdad, en la belleza, en el bien de Dios Creador y Señor del cielo y de la tierra, o sea de todo el universo y de toda realidad, pequeña o grande, que forme parte del universo. Era una de las tesis fundamentales de la visión del cosmos de Santo Tomás (cfr Summa Theologiae, I, q. 6, a. 4; q. 16, a. 6; q. 18, a. 4; q. 103, aa. 5-6; q. 105, a. 5, etc.), que la fundaba en el libro del Génesisy en otros muchos textos bíblicos, y que la ciencia confirma ampliamente con los admirables resultados de sus investigaciones sobre el microcosmos y el macrocosmos: todo encierra una entidad propia, todo se mueve según su propia capacidad de movimiento, pero todo manifiesta también sus propios límites, su dependencia y su finalismo inmanente.
6. Una espiritualidad, fundada en esta visión verídica de las cosas, está abierta al Dios infinito y eterno, buscado, amado y servido en toda la vida, y descubierto y reconocido como luz que explica los acontecimientos del mundo y de la historia. La fe funda y perfecciona este espíritu de verdad y sabiduría, y permite ver la proyección de Cristo en todas las cosas, incluso en las que solemos llamar temporales, que la fe y la sabiduría hacen descubrir en su relación con el Dios en que "vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28; cfr Apostolicam actuositatem, 4). Con la fe se percibe, incluso en el orden temporal, la actuación del designio divino del amor salvífico; v en el desalTollo de la propia vida, la continua solicitud del Padre, revelada por Jesús, es decir, las intervenciones de la Providencia en respuesta a las oraciones y a las necesidades humanas (cfr Mt 6, 25-34). En la condición de los seglares, esta visión ce fe ilumina adecuadamente las cosas de cada día, en el bien y en el mal, en la alegría y en el dolor, en el trabajo y en el descanso, en la reflexión y en la acción.
7. Si la fe da una nueva visión de las cosas, la esperanza da una nueva energía también para el compromiso en el orden temporal (cfr Apostolicam actuositatem, 4). Así, los seglares pueden testimoniar que la espiritualidad y el apostolado no paralizan el esfuerzo por el perfeccionamiento del orden temporal; al mismo tiempo, muestran la mayor grandeza de los fines a que se encaminan y de la esperanza que los anima, y que quieren comunicar tarnbién a los demás. Es una esperanza que no elimina las pruebas y los dolores, pero que no puede defraudar, porque está fundada en el misterio pascual, misterio de la cruz y de la resurrección de Cristo. Los seglares saben y dan testimonio de que la participación en el sacrificio de la cruz conduce a la participación en la alegría comunicada por Cristo glorioso. Así, en la misma mirada hacia los bienes eternos y temporales resplandece la íntima certeza de quien los ve y trata, aun respetando su finalidad prclpia, como medio y camino hacia la perfección de la vida eterna. Todo sucede en virtud de la caridad, que el Espírtu Santo infunde en el alma (cfr Rm 5, 5) para hacerla, ya en la tierra, partícipe de la vida de Dios.