Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

102. PROMOCION DEL LAICADO CRISTIANO. HACIA LOS TIEMPOS NUEVOS
(21.IX.94)

1. Una gran esperanza anima a la Iglesia en el umbral del tercer milenio de la era cristiana: se prepara a entrar en él con un firme compromiso de renovación de todas sus fuerzas, entre las que se encuentra el laicado cristiano.
El hecho de que los laicos han ido cobrando mayor conciencia de la misión que les corresponde en la vida de la Iglesia, junto con un notable desarrollo de la eclesiología, es un dato positivo de la historia del último siglo. Antes, con demasiada frecuencia, a los laicos les parecía que la Iglesia se identificaba con la jerarquía, hasta el punto de que tenían más bien la actitud de quien debe recibir y no de quien está llamado a la acción y a una responsabilidad específica. Afortunadamente, hoy muchos caen en la cuenta de que, junto con los que ejercen el sacerdocio ministerial, también los laicos son la Iglesia, y tienen tareas importantes en su vida y en su desarrollo.
2. Han sido los mismos pastores de la Iglesia quienes han invitado a los laicos a asumir sus responsabilidades. En particular, la promoción de la Acción Católica por parte del Papa Pío XI abrió un capítulo decisivo en el desarrollo de la labor de los laicos en los campos religioso, social, cultural, político e incluso económico. La experiencia histórica y la profundización doctrinal de la Acción Católica prepararon nuevas levas, abrieron nuevas perspectivas y encendieron nuevas antorchas. La jerarquía se mostró cada vez más favorable a la acción del laicado, hasta llegar a aquella especie de movilización apostólica solicitada varias veces por el Papa Pío XII, que en su mensaje pascual del año 1952 exhortaba e invitaba: "Al igual que los sacerdotes, han de hablar los laicos, que han aprendido a penetrar con la palabra y con el amor en las mentes y en los corazones. Sí, penetrad, como portadores de vida, en todo lugar: en las fábricas, en las oficinas, en los campos; Cristo tiene derecho a entrar en todas partes" (cfr Discorsi e radiomessaggi di sua Santità Pio XII, vol, XIV, p. 64). Con el impulso de los llamamientos de Pío XII se emprendieron muchas iniciativas de la Acción Católica y de otras asociaciones y movimientos, que difundieron cada vez más la acción de los laicos cristianos en la Iglesia y en la sociedad.
Las intervenciones posteriores de los Papas y los obispos, especialmente en el Concilio Vaticano II (cfr decreto Apostolicam actuositatem), en los sínodos y en no pocos documentos después del Concilio, convalidaron y promovieron un creciente despertar de la conciencia eclesial de los laicos, que hoy nos permite esperar un crecimiento de la Iglesia.
3. Se puede hablar de una nueva vida laical, con un potencial humano inmenso, como de un hecho históricamente constatable y comprobable. El verdadero valor de esa vida proviene del Espíritu Santo, que difunde con abundancia sus dones en la Iglesia, como hizo, ya desde sus orígenes, el día de Pentecostés (cfr Hch 2, 3-4; 1Co 12, 7 s.). También en nuestros días vemos muchos signos y testimonios en personas, grupos y movimientos que se dedican generosamente al apostolado, y muestran que las maravillas de Pentecostés no han cesado, sino que se renuevan abundantemente en la Iglesia actual. No se puede por menos de constatar que, junto con un notable desarrollo de la doctrina de los carismas, se ha producido también un nuevo florecimiento de laicos comprometidos en la Iglesia: no es casual la simultaneidad de esos dos hechos. Todo es obra del Espíritu Santo, principio eficiente y vital de todo lo que en la vida cristiana es real y auténticamente evangélico.
4. Como sabemos, la acción del Espíritu Santo no se lleva a cabo sólo en los impulsos y en los dones carismáticos, sino también en la vida sacramental. E incluso en este aspecto se puede reconocer con alegría que hay muchas señales de progreso en la valoración de la vida sacramental de los laicos cristianos.
Existe una tendencia a apreciar más el bautismo como fuente de toda la vida cristiana. Es preciso seguir avanzando por ese camino, para descubrir y aprovechar cada vez más la riqueza de un sacramento cuyos efectos perduran a lo largo de toda la vida.
También conviene insistir aún más en el valor del sacramento de la confirmación, el cual, con un don especial del Espíritu Santo, confiere la capacidad de dar un testimonio adulto de la fe en Cristo y de asumir más consciente y deliberadamente la propia responsabilidad en la vida y en el apostolado de la Iglesia.
La valoración del sacramento del matrimonio es de suma importancia para la santificación de los mismos cónyuges y para la formación de hogares cristianos, de los que depende el porvenir del pueblo de Dios y de toda la sociedad. Eso es lo que pretenden grupos y asociaciones que se esfuerzan por profundizar la espiritualidad conyugal. También por este camino conviene proseguir incansablemente.
La participación más intensa, consciente y activa de los laicos en la celebración eucarística permite constatar en las comunidades cristianas una gran afirmación del testimonio y del compromiso en el apostolado. Allí está y se encuentra siempre la fuente viva de la unión con Cristo, de la comunión eclesial y del impulso de la evangelización.
Tal vez, en los últimos años, se ha prestado menos atención al sacramento de la reconciliación. Es de desear que se intensifique el esfuerzo por promover su práctica, que no sólo proporciona la gracia de la curación espiritual, que viene de Dios, sino también un nuevo impulso en la vida interior, una nueva claridad de mente y un compromiso sincero en el servicio eclesial. De todos modos, no conviene olvidar que, en caso de culpa grave, la confesión sacramental es necesaria para acercarse a recibir la Eucaristía.
5. Como se puede deducir de estas breves alusiones a la situación del laicado en la Iglesia de hoy, la promoción del apostolado de los laicos exige un desarrollo proporcional de su formación (cfr Christifideles laici, 60). Principalmente se trata de cuidar su vida espiritual. Ya este respecto se nota con alegría que los laicos cada vez tienen más al alcance los medios necesarios para crecer en este aspecto: grupos de oración y de compromiso espiritual que existen en numerosas parroquias; reuniones para la lectura y el comentario de la palabra de Dios; conferencias sobre ascética y espiritualidad; días de retiro; y ejercicios espirituales. También las transmisiones religiosas por radio y televisión son un instrumento eficaz para enriquecer la fe y orientar al pueblo cristiano en la vida espiritual y en la práctica del culto.
6. En nuestro mundo, caracterizado por la difusión y el crecimiento del nivel de la cultura en los diversos sectores de la población, resulta cada vez más necesario impartir a los laicos comprometidos en las tareas eclesiales una buena formación doctrinal (cfr ibid.). Aquí también se constata con satisfacción un notable progreso: muchos laicos tratan de asimilar mejor la doctrina de la fe. La multiplicación de los institutos de ciencias religiosas es notable. Los cursos y las conferencias de teología, que antes estaban reservados a quienes se preparaban para el sacerdocio, son cada vez más accesibles a los laicos. En esos cursos y conferencias participan no sólo las personas que deben adquirir alguna capacitación para la enseñanza de la religión, sino también muchos otros que desean adquirir una formación más completa, con la que enriquecerán a su familia, así como a sus amigos y conocidos. Otro motivo de esperanza es el vivo interés con que ha sido acogido en todo el mundo el Catecismo de la Iglesia Católica.
7. El progreso de la formación doctrinal de los laicos se ha llevado a cabo también en el sentido de un mejor conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. Quienes, en los diversos niveles, se hallan comprometidos en la vida económica o política deben inspirarse, al hacer sus programas de acción, en los principios de esta doctrina. Esperamos que continúe cada vez más el progreso alcanzado. Por desgracia, se conoce demasiado poco la doctrina social de la Iglesia. A los laicos cristianos de hoy, bien formados social y espiritualmente, corresponde encontrar las formas más convenientes de aplicación de los principios, contribuyendo así de forma eficaz a la edificación de una sociedad más justa y solidaria.
8. La promoción de la vida laical en la Iglesia, al tiempo que suscita un sentimiento de gratitud al Señor, siempre maravilloso en sus dones, da también un impulso de nueva esperanza. Los laicos cristianos están participando de una forma cada vez más activa también en el esfuerzo misionero de la Iglesia. En su aportación generosa se fundan, en gran parte, las perspectivas de anuncio evangélico en el mundo de hoy. En los laicos se manifiesta, con todo su esplendor, el rostro del pueblo de Dios, pueblo en carnino para la propia salvación y, precisamente por eso, comprometido en difundir la luz del evangelio v en hacer que Cristo viva en la mente y en el corazón de sus hermanos. Estamos seguros de que el Espíritu Santo, que ha desarrollado la espiritualidad y la misión de los laicos en la Iglesia de hoy, continuará su acción para el mayor bien de la Iglesia de mañana y de siempre.