Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
122. LA MISION UNIVERSAL DE LA IGLESIA
(5.IV.95)
1. En el desarrollo progresivo de las catequesis sobre la Iglesia, partimos del designio eterno de Dios, que la quiso hacer sacramento, punto de confluencia y centro de irradiación de la economía de la salvación. Teniendo en cuenta los diversos aspectos del misterio de la Iglesia, como pueblo de Dios, sacramento de la unión entre la humanidad y Dios, Esposa de Cristo, comunión y comunidad sacerdotal, hemos precisado en qué consisten los ministerios que está llamada a desempeñar. Con vistas a esos ministerios hemos considerado la misión del colegio episcopal en la sucesión del colegio apostólico; la misión del Papa, sucesor de Pedro en el episcopado romano y en el primado sobre la Iglesia universal; la misión de los presbíteros y las implicaciones que tiene en su estado de vida; y la misión de los diáconos, hoy revalorizados como en los primeros tiempos del cristianismo y considerados, con razón, nueva levadura de esperanza para todo el pueblo de Dios. También hemos hablado de los laicos, destacando su valor y su misión como fieles de Cristo, en general, y en sus diversas condiciones de vida personal, familiar y social. Por último, nuestra atención se centró en la vida consagrada como riqueza de la Iglesia, en las formas tradicionales y en sus múltiples expresiones hoy florecientes.
En el curso de esas exposiciones, también hemos hablado siempre de la misión de la Iglesia y de cada uno de sus miembros. Pero ha llegado el momento de tratar este punto de forma más sistemática, para determinar con mayor claridad la esencia de la misión universal de la Iglesia, afrontando a la vez los problemas vinculados a ella. Así tendremos la posibilidad de aclarar aún más el alcance de la catolicidad que el Símbolo niceno-constantinopolitano atribuye a la Iglesia como nota esencial, relacionada con la de la unidad. Por ese camino podremos llegar a afrontar temas de gran actualidad y analizar algunos problemas que plantea el creciente compromiso en favor del ecumenismo.
2. El Concilio Vaticano II recordó que la universalidad de la misión de la Iglesia, la cual "se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres", se basa en "el mandato" explícito de Cristo y en las "exigencias radicales de la catolicidad" de la Iglesia (Ad gentes, 1). Doctora
Jesús da una orden precisa a los Apóstoles: "Proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16, 15), "haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28, 19), con una predicación destinada a suscitar "la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24, 47). En el momento de la Ascensión, los discípulos limitan aún su esperanza al reino de Israel, pues preguntan a su Maestro: "Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?" (Hch 1, 6). En su respuesta, el Salvador les muestra claramente que deben superar ese horizonte, y que ellos mismos deben convertirse en sus testigos no sólo en Jerusalén, sino también en toda Judea y Samaria, "y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8).
El Redentor no cuenta simplemente con la docilidad de los discípulos a su palabra, sino también con el poder superior del Espíritu, que les promete: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros" (Hch 1, 8). Al respecto, es significativa la consigna de permanecer en Jerusalén: los discípulos no podrán salir de la ciudad, para dar un testimonio universal, salvo después de haber recibido la fuerza divina que les prometió Cristo: "Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24, 49).
3. La universalidad de la misión entra en el corazón de los discípulos con el don del Espíritu Santo. Por tanto, la apertura universal es una característica de la Iglesia que no se le ha impuesto desde fuera. Es expresión de una propiedad que pertenece a su esencia. La Iglesia es "católica", "sacramento universal de salvación" (Lumen gentium, 48), porque en ella, por obra del Espíritu Santo, se anticipa el reino de Dios.
Antes de referir la pregunta de los discípulos sobre el restablecimiento del reino de Israel, el evangelista Lucas narra cómo, en sus apariciones durante cuarenta días después de la resurrección, Jesús había hablado del "reino de Dios" (Hch 1, 3). "Reino de Dios" es reino universal, que refleja en sí el ser de Dios infinito, sin los límites y las divisiones que caracterizan a los reinos humanos.
4. El universalismo cristiano tiene su origen en la santísima Trinidad. Como hemos visto, Jesús atribuyó al poder del Espíritu Santo la obra de los Apóstoles y, por consiguiente, la de la Iglesia en la evangelización universal. Habló del "reino del Padre" (Mt 13, 43; Mt 26, 29) y enseñó a pedir la venida de ese reino: "Padre nuestro, (...) venga tu reino" (Mt 6, 9-10; cfr Lc 11, 2); pero también dijo: "mi reino" (Lc 22, 30; Jn 18, 36; cfr Mt 20, 21; Lc 23, 42), precisando que ese reino se lo había preparado su Padre (cfr Lc 22, 30) y no era de este mundo (cfr Jn 18, 36).
Para los discípulos se trataba de traspasar los confines culturales y religiosos dentro de los cuales solían pensar y vivir, para sentirse al nivel de un reino de dimensión universal. En la conversación con la samaritana, Jesús subraya la necesidad de superar los conflictos culturales, nacionales o étnicos, vinculados históricamente a santuarios particulares, para establecer el culto auténtico de Dios. "Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (...) Llega la hora -ya estamos en ella- en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4, 21. 23). Es voluntad del Padre lo que Jesús pedirá a los discípulos: pasar del reino de Dios en la tierra de Israel al reino de Dios en todas las naciones. El Padre tiene un corazón universal y establece, mediante el Hijo y en el Espíritu, un culto universal. Como escribí en la encíclica Redemptoris Missio, la Iglesia brota del corazón universal del Padre, y es católica porque el Padre dirige su paternidad a toda la humanidad (cfr n. 12).
5. La universalidad del designio eterno del Padre se manifestó concretamente en la obra mesiánica de su Hijo único hecho hombre, que está en el origen del cristianismo.
La predicación de Jesús, según el mandato del Padre, se debía limitar al pueblo judío, "a las ovejas perdidas de la casa de Israel", como declara Él mismo (cfr Mt 15, 24). Con todo, esa predicación era sólo un preámbulo para la evangelización universal y para la entrada de todas las naciones en el reino que Él mismo anunciaba, en armonía con el sentido profundo de la predicación de los profetas: "Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (Mt 8, 11). Esta dimensión universal se manifiesta ya en la presentación que Jesús hizo de sí mismo como "Hijo del hombre", y no sólo como "Hijo de David", pues Él era incluso Señor de David (cfr Mt 22, 45; Mc 12, 37; Lc 20, 44).
El título Hijo del hombre, en el lenguaje de la literatura apocalíptica judía, inspirada en el profeta Daniel (Dn 7, 13), constituye una referencia al personaje celestial que recibiría de Dios el reino escatológico. Jesús se sirvió de él para expresar la verdadera índole de su mesianismo, como misión realizada en el nivel de verdadera humanidad, pero que trascendía todo particularismo étnico, nacional y religioso.
6. La universalidad que procede del Padre y del Hijo encarnado es transmitida definitivamente a la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre la primera comunidad cristiana y la constituye como universal. Los Apóstoles, entonces, dan testimonio de Cristo, dirigiéndose a hombres de toda nación y éstos les entienden como si les hablaran en su lengua nativa (cfr Hch 2, 7-8). Desde aquel día, la Iglesia, con "la fuerza del Espíritu Santo", según la promesa de Jesús, actúa de manera eficaz "en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8).
La misión universal de la Iglesia, por consiguiente, no viene de abajo, sino que desciende de arriba, del Espíritu Santo, casi por la penetración en ella de la universalidad del amor trinitario. Es el misterio trinitario que, a través del misterio de la redención, mediante el influjo del Espíritu Santo, comunica la nota del universalismo a la Iglesia. Del misterio de la Trinidad se llega así al misterio de la Iglesia.