Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
136. ECUMENISMO E IGLESIAS SEPARADAS EN OCCIDENTE
(23.VIII.95)
1. En el ámbito del actual esfuerzo ecuménico, queremos dirigir hoy a las numerosas comunimos dirigir hoy nuestra mirada a las numerosas comunidades eclesiales surgidas en Occidente, desde el périodo de la Reforma en adelante. El Concilio Vaticano II nos recuerda que esas comunidades eclesiales "confiesan públicamente a Jesucristo como Dios y Señor, y único mediador entre Dios y los hombres para Gloria del único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, 20). El reconocimiento de la divinidad de Cristo y la profesión de fe en la Trinidad constituyen una base segura para el diálogo, aun teniendo en cuenta, como observa el mismo Concilio, las "graves discrepancias con la doctrina de la Iglesia católica, incluso sobre Cristo, Verbo de Dios encarnado y sobre el misterio y ministerio de la Iglesia y la función de María en la obra de salvación" (ibid.).
Por lo demás, se observan diferencias notables entre las mismas comunidades eclesiales que hemos recordado ahora, hasta tal punto que "por la diversidad de su origen doctrina y vida espiritual, es muy difícil decribirlas" (ibid., 19). Más aún, dentro de una misma comunión, es frecuente encontrar corrientes que afectan también a la sustancia de la fe. Sin embargo, estas dificultads hacen más necesaria aún la búsqueda perseverante del diálogo.
2. Otro elemento significativo que no deja de alimentar el diálogo ecuménico es "el amor, la veneración y casi culto a las sagradas Escrituras", que impulsan a estos hermanos nuestros "al estudio constante y diligente de la Biblia" (ibid., 21). En efecto, aquí se ofrece a cada uno la posibilidad de conocer y adherirse a Cristo, "fuente y centro de comuni6n eclesiástica. Movidos por el deseo de la unión con Cristo, se sienten impulsados a buscar más y más la unidad y también a dar testimonio de su fe ante los pueblos en todo el mundo" (ibid., 20).
No podemos menos de admirarlos por su actitud espiritual, que es la base, entre otras cosas, de logros preciosos en la investigación en el campo bíblico. Al mismo tiempo, sin embargo, debemos reconocer que existen serias divergencias acerca de la comprensión de la relación entre las sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio auténtico de la Iglesia. De este último, en particular, niegan su autoridad decisiva para exponer el sentido de la palabra de Dios, así como para sacar de ella enseñanzas éticas destinadas a la vida cristiana (cfr carta encíclica Ut unum sint, 69). De todos modos, esta actitud diferente con respecto a la revelación y a las verdades que se fundan en ella no debe impedir, sino más bien estimular el compromiso común en favor del diálogo ecuménico.
3. El bautismo, que compartimos con estos hermanos nuestros, constituye "un vínculo sacramental de unidad vigente entre los que han sido regenerados por él" (Unitatis redintegratio, 22). Todo bautizado está incorporado a Cristo crucificado y glorificado, y es regenerado para participar en la vida divina. Pero es sabido que el bautisrno "por sí mismo es sólo un principio y un comienzo" de la vida nueva, puesto que está ordenado "a la profesión íntegra de la fe, a la incorporación plena en la economía de la salvación, como el mismo Cristo quiso, y finalmente a la incorporación íntegra en la comunión eucarística" (ibid.).
Efectivamente, en la lógica del bautismo se encuentran el orden y la Eucaristía. Estos dos sacramentos faltan a quienes, precisamente a causa de la ausencia del sacerdocio, ano han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (ibid. ), en torno al cual se edifica la comunidad nueva de los creyentes. De todas formas, es preciso añadir que las comunidades posteriores a la Reforma, "conmemoran en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (ibid.), elementos éstos que se acercan a la doctrina católica.
Sobre todos estos puntos de fundamental importancia es particularmente necesario proseguir el diálogo teológico, alentados por los pasos significativos que ya se han dado en la dirección justa.
4. En efecto, numerosos encuentros de estudio se han celebrado durante estos años con representantes cualificados de las diversas comunidades eclesiales posteriores a la Reforma. Los resultados han sido recogidos en documentos de gran interés, que han abierto perspectivas nuevas y, a la vez, han permitido comprender la necesidad de sondear más a fondo algunos temas (cfr Ut unum sint, 70). Con todo, es necesario reconocer que la amplia variedad doctrinal existente en estas comunidades hace muy difícil, en su seno, la plena aceptación de los resultados conseguidos.
Es preciso proseguir con constancia y respeto por el camino de la confrontación fraterna, apoyándose, sobre todo, en la oración. "Precisamente porque la búsqueda de la unidad plena exige confrontar la fe entre creyentes que tienen un único Señor, la oración es la fuente que ilumina la verdad que se ha de acoger enteramente" (ibid.).
5. El camino que queda por recorrer es aún largo. Hay que proseguir con fe y valentía, sin ligereza ni imprudencia. El conocimiento recíproco y las convergencias doctrinales alcanzadas han tenido como consecuencia un consolador crecimiento afectivo y efectivo en la comunión. Pero no hay que olvidar que "el fin último del movimiento ecuménico es el retablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados" (ibid. 77). Confortados por los resultados ya logrados, los cristianos deben redoblar su esfuerzo.
A pesar de las dificultades antiguas y nuevas que obstaculizan el camino ecuménico, ponemos nuestra esperanza inquebrantable "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros y en el poder del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, 24), convencidos, con San Pablo, de que "la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).