Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 17 de noviembre de 1999

Viaje pastoral a la India y a Georgia

1. Deseo hoy reflexionar sobre la visita que realicé los días pasados a la India y a Georgia. Repasar este viaje me brinda la oportunidad de dar gracias ante todo al Padre celestial, "por quien es todo y para quien es todo" (Hb 2, 10). Con su ayuda, pude afrontar también esta tarea de mi servicio al Evangelio y a la causa de la unidad de los cristianos.

La primera etapa de esta peregrinación espiritual fue la ciudad de Nueva Delhi, en la India, para la firma y promulgación de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia, en la que recogimos el fruto del estudio y de las propuestas de la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, que tuvo lugar en Roma en 1998. La India es cuna de antiguas culturas, religiones y tradiciones espirituales, que siguen modelando la vida de millones de personas, en un marco social caracterizado durante muchos siglos por un grado notable de tolerancia recíproca. El cristianismo, que constituye una parte considerable de esa historia de relaciones pacíficas, se halla presente, según los cristianos del sur de la India, desde la predicación del apóstol santo Tomás.

Hoy, en algunos aspectos, ese espíritu de mutuo respeto atraviesa dificultades. Por eso, era importante reafirmar el vivo deseo de la Iglesia de que los seguidores de todas las religiones mantengan un diálogo fecundo, que lleve a renovar relaciones de comprensión y solidaridad al servicio de toda la familia humana.

2. El documento sinodal Ecclesia in Asia nos ayuda a comprender que este diálogo interreligioso y el mandato de la Iglesia de difundir el Evangelio hasta los confines de la tierra no se excluyen mutuamente, sino que más bien se completan. Por una parte, la proclamación del Evangelio de la salvación en Jesucristo siempre debe hacerse respetando profundamente la conciencia de los oyentes y también todo lo que haya de bueno y santo en la cultura y en la tradición religiosa a la que pertenecen (cf. Nostra aetate, 2). Por otra, la libertad de conciencia y el libre ejercicio de la religión en la sociedad son derechos humanos fundamentales, que hunden sus raíces en el valor y en la dignidad inherente a toda persona, reconocida en muchos documentos y acuerdos internacionales, incluida la Declaración universal de derechos humanos.

Recuerdo con gran placer la misa que concelebré con numerosos obispos de la India y de muchos países de Asia en el estadio Jawaharlal Nehru, el domingo 7 de noviembre. Expreso nuevamente mi gratitud al arzobispo Alan de Lastic y a la archidiócesis de Delhi por la organización de la solemne liturgia, marcada por una viva y fervorosa participación, animada mediante cantos elegidos con gran esmero y danzas locales tradicionales. El tema de la misa fue: Jesucristo, verdadera luz del mundo, que se encarnó en tierra de Asia. En cierto sentido, en esa celebración eucarística la comunidad católica de la India representaba a todos los católicos de Asia, a los que entregué la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia como guía para su crecimiento espiritual, en el umbral del nuevo milenio. Estoy seguro de que, con la gracia de Dios, permanecerán firmes y fieles.

3. La segunda etapa de mi viaje fue Georgia, para devolver la visita que el presidente Shevarnadze y Su Santidad Ilia II, Catholicós patriarca de toda Georgia, habían realizado a Roma. Tenía un deseo ardiente de rendir homenaje al testimonio que la Iglesia de Georgia ha dado a lo largo de los siglos y establecer nuevos puntos de contacto entre los cristianos, de modo que, al iniciar el tercer milenio cristiano, puedan esforzarse juntos por proclamar el Evangelio al mundo con un solo corazón y una sola alma.

Georgia está viviendo un período muy importante. En efecto, mientras se prepara para celebrar el tercer milenio de su historia en el marco de la independencia recuperada, tiene planteados grandes desafíos económicos y sociales. Sin embargo, está decidida a afrontarlos con valentía, para convertirse en miembro digno de confianza de una Europa unida. La Georgia cristiana cuenta con una historia milenaria y gloriosa, que comienza en el siglo IV, cuando el testimonio de una mujer, santa Nina, convirtió al rey Mirian y a toda la nación a Cristo. Desde entonces, una floreciente tradición monástica ha dado a esa tierra monumentos duraderos de cultura, civilización y arquitectura religiosa, como la catedral de Mzjeta, que pude visitar en compañía del Catholicós patriarca, después del encuentro cordial que tuve personalmente con él.

4. Y ahora, después de setenta años de represión comunista soviética, durante los cuales muchos mártires, ortodoxos y católicos, dieron testimonio heroico de su fe, la pequeña pero fervorosa comunidad católica del Cáucaso está progresivamente fortaleciendo su vida y sus estructuras. La alegría que percibí entre los sacerdotes, los religiosos y los laicos, reunidos en un número superior al que se podía esperar para la misa en el estadio de Tbilisi, constituye un signo de esperanza segura con vistas al futuro de la Iglesia en toda esa región. El encuentro con ella en el templo de San Pedro y San Pablo, en Tbilisi, la única iglesia católica que quedó abierta durante el período del totalitarismo, fue una ocasión particularmente gozosa. Pido a Dios que los católicos de Georgia puedan dar siempre su contribución específica a la construcción de su patria.

Un momento intenso de reflexión fue el encuentro con hombres y mujeres del mundo de la cultura, de la ciencia y del arte, presidido por el presidente Shevarnadze, y que contó también con la presencia del Catholicós patriarca, cuyo tema fue la vocación específica de Georgia, encrucijada entre Oriente y Occidente. Como recordé durante ese encuentro, el siglo que está a punto de concluir, marcado por muchas sombras, pero también lleno de luces, constituye un testimonio de la fuerza inquebrantable del espíritu humano, que logra triunfar sobre todo lo que pretende ahogar la aspiración irrenunciable del hombre hacia la verdad y la libertad.

5. Expreso mi gratitud a las autoridades civiles y a todos los que, en ambos países, trabajaron para que mi visita fuera fecunda y serena. Con emoción y agradecimiento, pienso en los obispos, en los sacerdotes, en los religiosos y en los laicos de la India y de Georgia, y de todos conservo un recuerdo inolvidable.

A María, Madre de la Iglesia, encomiendo a todas las personas con quienes me he encontrado; a ella le encomiendo la Iglesia en Asia y en el Cáucaso, "confiando plenamente en su oído que siempre escucha, en su corazón que siempre acoge y en su oración que nunca falla" (Ecclesia in Asia, 51).

(L'Osservatore Romano - 19 de noviembre de 1999)