MENSAJE
DEL PAPA JUAN PABLO II
PARA LA
XXII JORNADA MUNDIAL DEL TURISMO 2001

1. Con ocasión de la XXII Jornada Mundial del Turismo, cuyo lema es "El turismo: instrumento al servicio de la paz y del diálogo entre las civilizaciones", deseo saludar a todos aquellos que, de distintos modos, trabajan en este importante sector de la vida social. El turismo, en efecto, influye cada vez más en la vida de las personas y de las naciones. Los modernos medios de comunicación facilitan el movimiento de millones de viajeros en busca de descanso, de contacto con la naturaleza, o deseosos de conocer más profundamente la cultura de otros pueblos. La industria turística, que trata de satisfacer esos deseos, aumenta la oferta de itinerarios que dan la posibilidad de nuevas experiencias. Bien se puede decir que, prácticamente, se han derrumbado las barreras que aislaban a los pueblos y los hacían extranjeros unos de otros.

En sintonía con la decisión de las Naciones Unidas de proclamar el año 2001 como "Año internacional del diálogo entre las civilizaciones", el tema elegido por la Organización Mundial del Turismo para la Jornada de este año es como una invitación a reflexionar sobre la aportación que puede dar el turismo al diálogo entre las civilizaciones. A este tema he dedicado yo mismo algunos pasajes del Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año. Se trata, en efecto, de un argumento que merece atención, ya que en el diálogo entre las culturas se encuentra "el camino necesario para la construcción de un mundo reconciliado, capaz de mirar con serenidad al propio futuro" (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, n. 3).

2. La industria turística refleja cómo es el mundo: cada vez más global y más interdependiente. El desarrollo del turismo, en particular del turismo cultural, constituye sin lugar a dudas un beneficio para aquellos que lo practican y para la comunidad que acoge a los visitantes y turistas. Existe una conciencia generalizada de la importancia de las grandes obras de arte como signos de la identidad de las civilizaciones, y aumenta cada vez más la exigencia de protegerlas, también por parte de la comunidad internacional. En algunos lugares, sin embargo, el turismo de masa ha producido una forma de subcultura que degrada tanto al turista como a la comunidad que lo acoge: se tiende a instrumentalizar, con fines comerciales, los vestigios de "civilizaciones primitivas" y los "ritos de iniciación que aún perduran" en algunas sociedades tradicionales.

Para las comunidades receptoras, el turismo es muchas veces una oportunidad para vender los productos llamados "exóticos". Surgen así centros de vacaciones sofisticados o caracterizados por un "exotismo superficial", para los curiosos que anhelan nuevas sensaciones. Desafortunadamente, este deseo desenfrenado llega a veces a aberraciones humillantes como la explotación de mujeres y niños en un comercio sexual sin escrúpulos, que constituye un escándalo intolerable. Es preciso hacer todo lo posible para que el turismo no llegue a ser, en ningún caso, una forma moderna de explotación, sino que sea la ocasión de un útil intercambio de experiencias y de un diálogo fructífero entre distintas civilizaciones.

En una humanidad globalizada, el turismo es a veces un factor importante de mundialización, capaz de promover cambios radicales e irreversibles en las culturas de las comunidades receptoras. Bajo el impulso del consumismo, puede transformar en bienes de consumo la cultura, las ceremonias religiosas y las fiestas étnicas, las cuales se empobrecen progresivamente para responder a los deseos de un mayor número de turistas. Para satisfacer tales exigencias, se opta por "reconstruir la dimensión étnica": lo contrario de lo que debería ser un verdadero diálogo entre las civilizaciones, respetuoso de la autenticidad y de la realidad de cada uno.

3. No cabe duda de que, rectamente orientado, el turismo llega a ser una oportunidad para el diálogo entre las civilizaciones y las culturas y, a fin de cuentas, un precioso servicio a la paz. La naturaleza misma del turismo comporta algunas circunstancias que favorecen ese diálogo. En efecto, la práctica del turismo hace posible un distanciamiento de la vida diaria, del trabajo, de las obligaciones a las que estamos necesariamente sometidos. En esta situación, el hombre logra "ver desde otra perspectiva su propia vida y la de los demás: liberado de las ocupaciones diarias urgentes, puede redescubrir su dimensión contemplativa, reconociendo las huellas de Dios en la naturaleza y, sobre todo, en los otros seres humanos" (Angelus del 21 de julio, 1996).

El turismo pone en contacto con otras maneras de vivir, otras religiones, otras formas de ver el mundo y su historia. Eso lleva al hombre a descubrirse a sí mismo y a los demás, como individuos y como colectividad, inmersos en la vasta historia de la humanidad, herederos de un universo, a la vez extraño y familiar, y solidarios con él. Surge así una nueva visión de los demás, que evita el peligro de permanecer replegados sobre sí mismos.

Viajando, el turista descubre otros lugares, otros paisajes, nuevos colores, formas diversas, modos diversos de sentir y de vivir la naturaleza. Acostumbrado a su propia casa, a su ciudad, a los paisajes de siempre y a las voces familiares, el turista adapta su mirada a otras imágenes, aprende nuevas palabras, admira la diversidad de un mundo que nadie puede abarcar completamente. Con este esfuerzo, aumentará en él, sin lugar a dudas, el aprecio por cuanto le rodea, así como la conciencia de que es necesario protegerlo.

El viajero, en contacto con los prodigios de la Creación, percibe en su corazón la presencia del Creador y se siente impulsado a exclamar con sentimientos de profunda gratitud: "¡Qué deseables son todas tus obras! Y eso que lo que vemos es sólo un destello" (Si 42, 22).

En vez de encerrarse en su propia cultura, los pueblos están llamados, hoy más que nunca, a abrirse a los otros pueblos, confrontándose con modos de pensar y de vivir diversos. El turismo es una ocasión favorable para este diálogo entre las civilizaciones, porque promueve el conocimiento de las riquezas específicas que distinguen a una civilización de otra, favorece una memoria viva de la historia y de sus tradiciones sociales, religiosas y espirituales, y una profundización recíproca de las riquezas en la humanidad.

4. Con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo, por tanto, invito a todos los creyentes a que reflexionen sobre los aspectos positivos y negativos del turismo, para que den un testimonio eficaz de la propia fe en este campo tan importante de la realidad humana.

Nadie ceda a la tentación de hacer del tiempo libre un tiempo de "reposo de los valores" (cf. Angelus del 4 de julio, 1993). Por el contrario, es un deber promover una ética del turismo. En este contexto, es digno de atención el "Código ético mundial para el turismo", que representa la convergencia de una amplia reflexión realizada por las naciones, por varias asociaciones del turismo y por la Organización Mundial del Turismo (OMT). Dicho documento es un avance importante para que el turismo sea considerado no sólo como una de las tantas actividades económicas, sino como un instrumento privilegiado para el desarrollo individual y colectivo. En efecto, gracias a él se puede utilizar mejor el patrimonio cultural de la humanidad, en beneficio sobre todo del diálogo entre las civilizaciones y de la promoción de una paz duradera.

Hay que subrayar que dicho Código ético mundial tiene en cuenta los distintos motivos que impulsan a los hombres a recorrer el planeta de arriba a abajo, en especial los viajes por motivos religiosos, como las peregrinaciones y las visitas a los santuarios.

5. El conocimiento mutuo entre los individuos y los pueblos, gracias a encuentros e intercambios culturales, ayuda seguramente a la construcción de una sociedad más solidaria y fraterna. El turismo implica la convivencia temporal con otras personas, información sobre sus condiciones de vida, los problemas y la religión; presupone compartir las aspiraciones legítimas de otros pueblos; favorece las condiciones para su reconocimiento pacífico.

Una justa ética del turismo influye en el comportamiento del turista, hace que sea un colaborador solidario, exigente consigo mismo y con quienes organizan su viaje; artífice de diálogo entre las civilizaciones y las culturas para construir una civilización del amor y de la paz. Estos contactos facilitan esas relaciones de paz entre los pueblos que pueden surgir únicamente de un "turismo solidario", fundado en la participación de todos. Sólo con la participación de "igual a igual" se puede lograr que los contactos interculturales sean una oportunidad para la comprensión, el conocimiento recíproco y la distensión entre los hombres. Por eso se deben estimular todas las formas de participación eficaces entre las culturas. Es necesario garantizar a los habitantes de las localidades turísticas una oportuna participación en la planificación de la actividad turística, precisando bien los límites económicos, ecológicos y culturales.

Será igualmente útil que todas las estructuras del país receptor tiendan a realizar una actividad turística que esté siempre al servicio de las personas y de la comunidad.

De este modo, el turismo se pone al servicio de la solidaridad entre todos los hombres y del encuentro entre las civilizaciones, facilita la comprensión entre individuos y naciones, y constituye una oportunidad para realizar un futuro de paz.

Que los cristianos, operadores o usuarios del turismo, impriman siempre en la actividad turística el sello de un espíritu evangélico, recordando la exhortación del Señor: "Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos" (Lc 10, 5-6). Sean ellos testigos de paz y ofrezcan serenidad a cuantos encuentran.

Ruego al Señor para que este ámbito fundamental de la actividad humana esté siempre impregnado de valores cristianos y se transforme en instrumento de evangelización. Con tal fin, invoco la materna protección de María, Madre de toda la humanidad, y envío de todo corazón a cuantos trabajan en el ámbito turístico una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 9 de junio del 2001

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