DE JUAN PABLO II
PARA LA XXV JORNADA MUNDIAL DEL TURISMO
(27 de septiembre de 2004)

"Deporte y turismo:
dos fuerzas vitales para la comprensión mutua,
la cultura y el desarrollo de los países"

1. Con motivo de la próxima Jornada Mundial del Turismo, que se celebrará el próximo 27 de septiembre, me es grato dirigirme a todos los que ejercen su labor en este sector de la actividad humana, para ofrecer algunas reflexiones que destaquen los aspectos positivos del turismo. Éste, como ya he indicado en otras ocasiones, contribuye a incrementar la relación entre personas y pueblos, que, cuando es cordial, respetuosa y solidaria, es como una puerta abierta a la paz y la convivencia.

En efecto, muchas de las situaciones de violencia que sufre la humanidad en nuestros tiempos tienen su raíz en la incomprensión, e incluso en el rechazo de los valores y la identidad de las culturas ajenas. Por eso, podrían superarse tantas veces mediante un mejor conocimiento recíproco. En este contexto, pienso también en los millones de emigrantes, que han de participar en la sociedad que los acoge basándose sobre todo en el aprecio y reconocimiento de la identidad de cada persona o grupo.

La Jornada Mundial del Turismo, por tanto, no sólo ofrece de nuevo la oportunidad de afirmar la aportación positiva del turismo a la construcción de un mundo más justo y pacífico, sino también de profundizar en las condiciones concretas en que se gestiona y practica.

A este respecto, la Iglesia no puede dejar de reiterar una vez más el núcleo de su visión del hombre y de la historia. En efecto, el principio supremo que debe regir la convivencia humana es el respeto a la dignidad de cada uno, creado a imagen de Dios y, por tanto, hermano de todos los demás.

Este principio debería guiar toda la actividad política y económica, como ha sido puesto de relieve en la Doctrina Social de la Iglesia, e inspirar también la convivencia cultural y religiosa.

2. Este año el tema de la Jornada es "Deporte y turismo: dos fuerzas vitales para la comprensión mutua, la cultura y el desarrollo de los países". Deporte y turismo hacen referencia ante todo al tiempo libre, en el que se han de fomentar actividades que ayuden al desarrollo físico y espiritual. Pero hay numerosas situaciones en que turismo y deporte se entrelazan de manera específica y se condicionan recíprocamente, como cuando el deporte se convierte precisamente en el motivo determinante para desplazarse tanto dentro del propio país, como por el extranjero.

En efecto, deporte y turismo están estrechamente unidos en los grandes acontecimientos deportivos en los que participan los países de una región o de todo el mundo, como en los Juegos Olímpicos, que no han de renunciar a su alta vocación de avivar ideales de convivencia, comprensión y amistad. Pero también en muchos otros casos menos espectaculares, como en las actividades deportivas de ámbito escolar o de las asociaciones del propio barrio o localidad. En otros casos, practicar un determinado deporte es precisamente lo que motiva programar un viaje o unas vacaciones. Es, pues, un fenómeno que atañe tanto a los deportistas de élite, a sus equipos y seguidores, como a modestos clubes sociales, así come también a muchas familias, jóvenes y niños y, en fin, a cuantos hacen del ejercicio físico uno de los motivos importantes de su viaje.

Al tratarse de una actividad humana que implica a tantas personas, no es de extrañar que, no obstante la nobleza de los objetivos proclamados, se produzcan también en muchos casos abusos y desviaciones. No se puede ignorar, entre otros fenómenos, el mercantilismo exacerbado, la competitividad agresiva, la violencia contra las personas y las cosas, hasta llegar incluso a la degradación del medio ambiente o la ofensa a la identidad cultural de quien acoge.

3. El Apóstol san Pablo proponía a los cristianos de Corinto la imagen del atleta para ilustrar la vida cristiana, como ejemplo de esfuerzo y de constancia (cf 1Co 9, 24-25). En efecto, la práctica correcta del deporte debe estar acompañada por la templanza y la educación a la renuncia; con mucha frecuencia requiere también un buen espíritu de equipo, actitudes de respecto, aprecio de las cualidades de los demás, honestidad en el juego y humildad para reconocer las propias limitaciones.

El deporte, en fin, especialmente en sus formas menos competitivas, invita a una celebración festiva y a la convivencia amistosa.

También el cristiano puede encontrar en el deporte una ayuda para desarrollar las virtudes cardinales - fortaleza, templanza, prudencia y justicia - en la carrera por la corona "que no se marchita", como escribe san Pablo.

4. Ciertamente, el turismo ha dado un poderoso impulso a la práctica del deporte. Las facilidades que ofrece, e incluso las muchas actividades que promueve o patrocina por iniciativa propia, han incrementado de hecho el número de quienes aprecian el deporte y lo practican en su tiempo libre.

De este modo, se han multiplicado las ocasiones de encuentro entre pueblos y culturas diversas en un clima de buen entendimiento y de armonía.

Por ello, sin dejar de prestar la debida atención a las desviaciones que lamentablemente siguen produciéndose, deseo exhortar encarecidamente y con renovada esperanza a promover "un deporte que tutele los débiles y no excluya a nadie, libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos un sano espíritu de competición; un deporte que sea factor de emancipación de los países más pobres y ayude a eliminar la intolerancia y a construir un mundo más fraterno y solidario; un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida y que eduque al sacrificio, al respeto y a la responsabilidad, llevando a una plena valorización de cada uno" (En el Jubileo de los deportistas, 29-10-2000, n 3)

Con estas consideraciones, invito a los que están relacionados con el deporte desde el propio campo del turismo, a los deportistas y a todos los que lo practican en sus viajes, a proseguir sus esfuerzos para alcanzar estos nobles objetivos, a la vez que invoco sobre cada uno de ellos abundantes bendiciones divinas.

Vaticano, 30 de mayo de 2004, Solemnidad de Pentecostés