Como ya se ha señalado, los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes tienen rasgos literarios y teológicos comunes que inducen a suponer que forman una obra en cierto modo homogénea, redactada por personas pertenecientes al mismo grupo o escuela. Son los mismos rasgos que se encuentran en el Código Deuteronómico 1, por lo que se piensa que buena parte del actual libro del Deuteronomio pudo ser compuesta como una gran introducción a la historia de Israel en la tierra prometida, y que después fue unida a los otros libros de la Ley. De ahí que al conjunto de toda esa narración de la historia se la llame «historia deuteronomista» o «redacción deuteronomista de la historia de Israel». La primera redacción del libro del Deuteronomio, seguramente en una forma más breve que la que ahora tiene, recogía la legislación y las recomendaciones de Moisés antes de entrar en la tierra prometida; el libro de Josué narraba la conquista de esa tierra como un don de Dios; el de los Jueces relataba el asentamiento del pueblo en la tierra y su distribución entre las tribus, bajo líderes suscitados por Dios; los libros de Samuel exponían cómo la institución monárquica había sido querida por Dios para dar seguridad al pueblo y administrarle justicia; y, finalmente, los libros de los Reyes narraban el comportamiento de los monarcas que habían regido la vida del pueblo, hasta que sobrevino primero la desaparición del reino del Norte el año 722 a.C. y más tarde la cautividad de los habitantes de Judá y Jerusalén en Babilonia del año 587 al 537 a.C.
El conjunto de toda esa historia, terminada de escribir algo después de la cautividad de Babilonia, tenía por tanto una finalidad: explicar el destierro, es decir, cómo y por qué el pueblo de Israel había perdido la tierra que Dios había prometido a los patriarcas y que había dado luego a los israelitas, expulsando de allí en presencia de ellos a otros pueblos. Ahora también ellos habían sido arrancados de aquella tierra. ¿Es que Dios había faltado a sus promesas, o se había olvidado de su pueblo? La respuesta que se da a esta pregunta en la «historia deuteronomista» es que el destierro no es imputable a Dios, sino al pueblo mismo que por sus pecados ha merecido este severo castigo. En efecto, Dios ya había advertido por medio de Moisés –y así se recoge en el libro del Deuteronomio– que el pueblo tomaría posesión de aquella tierra y la mantendría si cumplía los mandamientos que Dios establecía 2. Dios fue fiel a su promesa dándoles la tierra (libros de Josué y Jueces); e incluso les dio un rey como tenían las otras naciones para que hiciera de mediador entre Dios y el pueblo (libros de Samuel), prometiéndole que su trono permanecería para siempre 3. Pero el pueblo no cumplió la parte que le correspondía en aquella Alianza, no fue fiel a Dios sino que los reyes sucesores de David adoraron a los ídolos e hicieron pecar al pueblo (libros 1 y 2 Reyes). Por eso perdieron la tierra.
Al narrar toda esta historia el autor sagrado está recordando al pueblo que si quiere poseer la tierra tendrá que cumplir aquellas leyes y normas entregadas por Dios a Moisés al establecer la Alianza en el Sinaí, como lo hicieron los que entraron en ella bajo Josué. Al mismo tiempo quiere dejar claro que Dios no ha faltado nunca a su promesa, sino que la ha ido renovando según las circunstancias. Así lo hizo en la alianza con David, su siervo. Además siempre había estado advirtiendo al pueblo a través de los profetas, y había suscitado ejemplos de fidelidad, como los reyes Ezequías y Josías. A pesar de la infidelidad de los israelitas, el autor sagrado estima que no todo está perdido, pues subsiste un resto fiel dispuesto a cumplir la Ley.
Para componer esta gran historia sus autores se sirvieron de diversas fuentes. El documento inspirador pudo haber sido una redacción de la Ley hecha por personas provenientes del reino del Norte –después de la desaparición de éste con la caída de Samaría (722 a.C.)–, llevada a cabo en tiempos de Josías 4 y que ha quedado recogido en el libro del Deuteronomio. También contaban los autores con tradiciones orales o escritas sobre la conquista de la tierra, y ciertamente tuvieron a su disposición crónicas de los reinados de los reyes de Israel y de Judá. No menos importantes fueron los recuerdos sobre la actividad de los profetas, especialmente de Elías y Eliseo, de los que muy probablemente ya había relatos organizados en ciclos. Con todo ese material compusieron la historia del pueblo desde la entrada en la tierra de Canaán hasta la pérdida de esta tierra. Tal como han llegado hasta nosotros los libros de la Biblia, el Deuteronomio está literariamente separado de esta historia y forma parte del Pentateuco. Y los libros de Josué, Jueces, Samuel y 1 y 2 Reyes forman un conjunto unitario por sí mismo, conjunto que en la Biblia hebrea recibe el nombre de «profetas anteriores»: «profetas» porque juzgan la historia a la luz de la palabra de Dios, «anteriores» porque van delante de los otros libros proféticos como Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce profetas menores.
Desde la perspectiva cristiana la historia contenida en estos libros es contemplada como una etapa importantísima en la preparación llevada a cabo por Dios con el pueblo de Israel para el advenimiento de Cristo, es decir, del Mesías. En primer lugar porque el concepto mismo de Mesías, Ungido, se forma en ese tiempo, y son los libros históricos los que manifiestan su significado: rey ungido por Dios para traer la salvación. También desde el Nuevo Testamento se comprende el significado que tenía la tierra prometida. Era un signo del descanso al que estaba llamado no sólo el antiguo Israel, sino toda la humanidad; y era, sobre todo, signo de la patria celestial. Las advertencias de Moisés para entrar y poseer la tierra son actualizadas en el Evangelio por Jesucristo, nuevo Moisés, para entrar y poseer el Reino de los Cielos.
1 Dt 12, 1-Dt 26, 15.
2 cfr Dt 4, 1; Dt 8, 7-20, etc.
3 cfr 2S 7, 14.
4 cfr 2R 22.