SEGUNDA CARTA DE SAN PEDRO

Tras la Primera Carta de Pedro, se encuentra otra atribuida al mismo apóstol. Así como la primera se dirigía a cristianos de Asia Menor, esta segunda va destinada a todos los cristianos, reflejando el carácter universal de la autoridad de Pedro. El escrito refleja el esfuerzo de los primeros cristianos por vivir y transmitir fielmente la fe recibida por tradición apostólica en un ambiente que constituía una continua amenaza para mantenerse fieles. La esperanza en la segunda y definitiva venida de Cristo anima todo el escrito.

Es el libro del Nuevo Testamento cuya autenticidad, y por ello su canonicidad, ha planteado mayores dificultades. Los primeros testimonios de su atribución a Pedro son del siglo III y proceden de la iglesia oriental. Orígenes, conociendo las dudas sobre su autor, cita 2P 1, 4 como palabras de San Pedro 1; y en otro lugar afirma que «Pedro clama con las trompetas de sus dos epístolas» 2. De esta época es también el testimonio de Firmiliano –obispo de Cesarea, en Capadocia (†269)– en su Carta a Cipriano 3. El Papiro Bodmer VIII (P72) muestra al menos que la carta era copiada en Egipto en el siglo III, cuando también se tradujo al copto. En el siglo IV, Eusebio de Cesarea coloca esta carta entre los escritos «discutidos» del Nuevo Testamento, es decir, los no admitidos por todos, aunque sí por la mayoría 4. San Atanasio, San Basilio, San Gregorio Nacianceno y Dídimo de Alejandría la utilizan en sus obras. En la iglesia occidental no hay testimonios de ella anteriores a la segunda mitad del siglo IV. San Jerónimo refiere las dudas sobre la autenticidad petrina de la carta y los motivos, pero la acepta como canónica 5. A partir del siglo IV y V estas dudas se van disipando, y en los siglos VI-VII es ya aceptada universalmente. Aparece en las listas magisteriales más antiguas de libros canónicos, como las de los Concilios de Hipona (393), Cartaginense III (397) y IV (419), y la carta del Papa Inocencio I (405). Junto con los demás libros de la Biblia, el Concilio Tridentino definió solemnemente su canonicidad e inspiración.

1. ESTRUCTURA Y CONTENIDO

La carta tiene una estructura bastante clara. Comienza con el saludo epistolar, semejante al de otros escritos del Nuevo Testamento (2P 1, 1-2), y termina con una exhortación a la perseverancia (2P 3, 17-18). El cuerpo de la carta tiene tres secciones diferenciadas:

I. LA PRIMERA (2P 1, 3-21) es una llamada a mantenerse fieles a la doctrina recibida.

II. LA SEGUNDA (2P 2, 1-22) es una larga diatriba contra los falsos doctores que llevan una vida pervertida y pretenden corromper a los demás.

III. LA TERCERA (2P 3, 1-16) trata de la Parusía, refuta falsas opiniones y propone la verdadera enseñanza.

2. COMPOSICIÓN

En el encabezamiento de la carta el autor se presenta como «Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo» 6. A lo largo del texto, que es como un testamento espiritual, se hacen además algunas alusiones a la vida de San Pedro: ha sido testigo ocular de la Transfiguración de Jesús 7; por segunda vez escribe a los mismos lectores 8, refiriéndose a 1 Pedro; llama a San Pablo «nuestro querido hermano» 9, manifestando una cierta autoridad sobre él a la hora de interpretar las Escrituras; y habla de su propia muerte, aludiendo quizá a las palabras proféticas de Jesús sobre su martirio10.

Sin embargo, el análisis interno plantea dificultades para atribuir la carta al príncipe de los Apóstoles: el vocabulario y el estilo –culto y algo barroco– son notablemente distintos a los de la Primera Carta de San Pedro, con expresiones que serían más propias de una época posterior. Presenta también numerosas semejanzas de estilo y contenido con la Carta de San Judas que probablemente utiliza y desarrolla en su argumentación11. Ninguna de las teorías que se han avanzado para solventar estas dificultades explican satisfactoriamente las cuestiones sobre autor, fecha y destinatarios del escrito. Fuera San Pedro, por medio de algún redactor o secretario, o fuera un discípulo anónimo suyo que, igualmente inspirado por el Espíritu Santo, quisiera transmitir unas enseñanzas concordes con las de aquél, la Segunda Carta de San Pedro ha sido asociada por la Tradición de la Iglesia a la figura de este Apóstol.

La carta va dirigida a cuantos «les ha tocado en suerte una fe tan preciosa como la nuestra»12, es decir, a los cristianos en general, si bien algunas expresiones –el hecho de que pudiera ser la misma audiencia que 1 Pedro y de algunas cartas de San Pablo13–, hacen suponer que los destinatarios inmediatos podrían ser comunidades cristianas de Asia Menor o Grecia, a los que quiere prevenir contra las enseñanzas de falsos doctores.

Las fechas de composición que se proponen van desde después del 60 hasta las primeras décadas del siglo II, siendo Roma el lugar más probable de redacción.

3. ENSEÑANZA

Junto con la refutación de teorías erróneas sobre la segunda venida de Cristo presentadas por algunos falsos maestros y las consiguientes exhortaciones morales, merece destacarse la doctrina sobre la inspiración de las Escrituras (2P 1, 19-21) y la valoración de los escritos de San Pablo (2P 3, 15-16). En este sentido, su enseñanza tiene gran importancia por contener algunos de los criterios que determinan la canonicidad de un libro sagrado: autoridad apostólica e inspiración.

Por otra parte, entre los versículos más comentado por los Padres, se encuentra 2P 1, 4, donde se habla de cómo los cristianos han recibido en suerte la posibilidad de ser «partícipes de la naturaleza divina». Con todo, en la carta sobresale la doctrina de carácter escatológico acerca de la segunda venida de Cristo (Parusía). Ésta se producirá ciertamente, pues así lo manifestó el Señor y lo prueban las Escrituras14. En contra de los que objetaban que la Parusía se dilataba, enseña que el tiempo es muy relativo frente a la eternidad de Dios, para quien «un día es como mil años, y mil años como un día»15, y que si Dios retrasa el momento final es por su misericordia, ya que «no quiere que nadie se pierda»16. Sobre el modo concreto y los detalles de esa venida gloriosa de Cristo, aparecen en la carta expresiones difíciles. Es posible que el autor sagrado haya utilizado un lenguaje oscuro –como hizo el Señor17– para excitar a los fieles a la vigilancia y para subrayar la trascendencia de este designio misterioso de Dios. La verdad de la venida gloriosa de Jesucristo para juzgar a vivos y muertos consta desde los primeros Símbolos de la Iglesia, y fue definida solemnemente como dogma de fe por Benedicto XII en la Constitución Benedictus Deus de 133618.

1 cfr In Leviticum homiliae 4, 4.
2 In Iesu Nave 7, 1.
3 cfr Epistula ad Cyprianum 75, 6.
4 cfr Historia ecclesiastica 3, 25, 3.
5 De viris illustribus 1; Epistula ad Hedibiam 120, 11.
6 2P 1, 1.
7 cfr 2P 1, 16-18.
8 cfr 2P 3, 1.
9 cfr 2P 3, 15.
10 2P 1, 14; cfr Jn 21, 18-19.
11 Comparar 2P 2, 1-2P 3, 3 con Judas 1, 4-18.
12 2P 1, 1.
13 cfr 2P 3, 1.15-16.
14 cfr 2P 1, 16-19.
15 2P 3, 8.
16 2P 3, 9.
17 cfr Mt 24, 36ss. y par.
18 cfr también Catecismo de la Iglesia Católica, 1020-1060.