La Carta a los Gálatas es, cronológicamente, la primera de las cuatro grandes cartas de San Pablo (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas). En los manuscritos y ediciones del Nuevo Testamento, sin embargo, suele venir inserta en cuarto lugar (después de Romanos, 1 y 2 Corintios); pero este orden en el canon se ha debido a que es, notablemente, la más breve de las cuatro.
Por el contenido, es obvia su estrecha relación con la Carta a los Romanos, que fue escrita poco después. Gálatas adelanta el tema fundamental (la justificación por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley mosaica), que en Romanos tendrá un desarrollo más reposado y extenso, junto con algunos otros que no se abordan en Gálatas. También presenta semejanzas con una parte de la Segunda Carta a los Corintios por lo que atañe a la argumentación, en tono polémico, contra los «judaizantes».
La estructura literaria no es clara, por lo que casi cada comentarista presenta un esquema distinto. Es lógico que así suceda por el género del escrito: una carta «familiar» dictada a un secretario. Un posible esquema sería el siguiente:
Tras una presentación, que incluye el saludo y unas amonestaciones (Ga 1, 1-10), se pueden distinguir dos partes:
I. EL EVANGELIO PREDICADO POR PABLO (Ga 1, 11-Ga 4, 31). En esta parte predomina el contenido teológico–dogmático y constituye el mensaje fundamental del escrito. Incluye una apología del apostolado de San Pablo, con abundantes rasgos autobiográficos (Ga 1, 11-Ga 2, 21), y una exposición doctrinal (Ga 3, 1-Ga 4, 31), en la que se concentra la argumentación teológica y escriturística de la doctrina del Apóstol, del «Evangelio» que él predica (la justificación por la fe; la Ley y la Promesa; la filiación divina).
II. LIBERTAD Y CARIDAD CRISTIANAS (Ga 5, 1-Ga 6, 18). En esta parte, de tono moral y parenético, saca el Apóstol las consecuencias prácticas para la vida cristiana. Primero se encuentran unas exhortaciones morales sobre la libertad del cristiano, los frutos del Espíritu y las obras de la carne, y la caridad fraterna (Ga 5, 1-Ga 6, 10). A continuación, y para concluir, San Pablo pone al descubierto las intenciones interesadas de los perturbadores de Galacia y recapitula la sinceridad y verdad de su propia actitud en la proclamación del mensaje (Ga 6, 11-18).
El esquema anterior muestra la complejidad de estilo y carácter de la carta, mezcla de diversos géneros epistolares. A través de ese tratamiento aparentemente desordenado, emerge el tema principal: sólo Cristo tiene poder para justificar y salvar, y, por tanto, quien predique otro evangelio, alterando el Evangelio de Cristo, está absolutamente en el error (cfr Ga 1, 4-5.8); de ahí, la doctrina de la libertad de los cristianos con respecto al cumplimiento de las prescripciones de la Ley mosaica y de la compleja jurisprudencia añadida por la tradición de los escribas (Halajôt). Para los «judaizantes» la identidad cristiana, la pertenencia al verdadero Israel, requería la circuncisión (cfr Ga 5, 2). El Apóstol reacciona con fuerza, casi con vehemencia, contra tal concepción: el hombre –viene a decir– es justo para Dios sólo por la fe en Jesucristo.
Galacia era una región de Asia Menor que se corresponde con la planicie central de la actual Turquía. En tiempos de San Pablo la provincia romana que recibía ese nombre se extendía hacia el sur y abarcaba también los territorios de Licaonia, donde se encontraban cuatro ciudades muy conocidas por el libro de los Hechos de los Apóstoles: Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia. Los historiadores dan por seguro que los gálatas eran los keltoi o galatai de los griegos y los galli de los romanos; eran un grupo asiático (hermanos en origen de los celtas occidentales), que debieron de llegar a las regiones centrales de Asia Menor (Turquía) poco antes de Alejandro Magno (357-323 a.C) y se helenizaron a continuación.
En su primer viaje apostólico (años 45-49) Pablo había entrado en contacto con los habitantes de Galacia, al evangelizar el sur de la provincia. Pero debió de ser sobre todo en su segundo viaje (años 50-52), cuando les predicó detenidamente 1, tal vez porque una enfermedad le obligó a detenerse allí algún tiempo. La acogida fue sumamente cordial y entrañable 2. El mismo Apóstol estuvo allí de nuevo en el año 53 ó 54 3.
Entretanto llegaron también a Galacia algunos judíos cristianos aferrados a sus tradiciones religiosas, que pensaban ser necesario para la salvación el cumplimiento de las obras de la Ley de Moisés, especialmente la circuncisión 4. Es probable que algunos de esos «falsos hermanos» 5 pretendieran corregir la doctrina de San Pablo en las comunidades cristianas fundadas por él en su segundo viaje apostólico 6, como ya habían hecho antes de la asamblea de Jerusalén. No sabemos exactamente quiénes eran. Lo cierto es que constituían una amenaza y que presionaban a los mismos Apóstoles, pues en Antioquía habían inducido a la simulación al mismo San Pedro 7.
Al enterarse del peligro de los «judaizantes», Pablo escribe a los gálatas esta carta que ha sido definida justamente como un grito de amor y de dolor. Escrita en Éfeso hacia el año 54/55, resulta ser el mejor comentario a las conclusiones del concilio de Jerusalén 8, donde se había decidido que los cristianos procedentes de la gentilidad no estaban obligados a vivir las prescripciones judaicas. La oposición entre Pablo y los alborotadores de Galacia no es algo superficial. El Apóstol es consciente de que se trata de una cuestión crucial: nada menos que la comprensión de la misión de Cristo en la historia de la salvación, de entender qué era el cristianismo, del significado del Evangelio respecto de la Ley. Al parecer, los judaizantes desarrollaron una campaña de descrédito contra Pablo, por no ser del grupo de los Doce y haber predicado que los gentiles convertidos al cristianismo no tenían necesidad de observar las prescripciones de la Ley.
A consecuencia de la crisis gálata, Pablo va a profundizar en la vida que dimana de la fe. En la carta emerge la inquietud del Apóstol y el tono polémico por las noticias que le habían llegado. Esta circunstancia hay que tenerla en cuenta a la hora de su interpretación.
A medida que la fe cristiana se fue propagando en medios no judíos y aumentó el número de convertidos procedentes del paganismo, las diferencias entre cristianos de origen judío o gentil se fueron poniendo de manifiesto, sobre todo a la hora de las comidas, de la celebración de la fracción del pan (Eucaristía), y del valor de otros ritos sacramentales como el bautismo. El problema se había abordado en el concilio de Jerusalén, aproximadamente el año 49 9 y resuelto en el sentido de que no era necesario que los cristianos de la gentilidad observaran las prescripciones de la Ley judía. En otras palabras, la salvación y la justificación por parte Dios no dependen del cumplimiento de las obras de la Ley, sino de la fe en Jesucristo como único Salvador e Hijo de Dios. En Abrahán, que actuó según la fe, antes de que se hubiera dado la Ley, fueron bendecidas todas las naciones de la tierra de acuerdo con la promesa10, la cual se ha cumplido en Jesucristo. La salvación no se obtiene mediante el cumplimiento de la Ley de Moisés y de las prescripciones judaicas, sino que se ofrece en Jesucristo a todos los hombres: «Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús. Si vosotros sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa»11.
Éste es el «evangelio» que proclama Pablo, con el cual estuvieron de acuerdo Pedro, Santiago, Juan y los demás Apóstoles de Jerusalén12. Cuando Pablo habla de «mi evangelio» o del «evangelio que os he anunciado»13 es el que predica a los gentiles. No hay más que un Evangelio. Existen varios modos de presentarlo: un tipo de evangelización para los circuncisos, otro para los incircuncisos (como habrá luego para otros pueblos y culturas), pero uno solo es su contenido, su mensaje, sus principios éticos…
La identidad cristiana radica en ser hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús14. Lo que le importa a Pablo es que quede firme y clara la verdad de la proclamación evangélica: la salvación operada en Cristo es para todas las criaturas humanas que acojan la fe en Cristo. La obra de la salvación ha consistido en que «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre!»15. Ahí radica la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios, pues «para esta libertad Cristo nos ha liberado»16. La vida cristiana se desarrolla en la libertad, sobre el fundamento de la filiación divina y la fe en Jesucristo muerto y resucitado17. Los cristianos vivimos según el Espíritu, y actuamos también según el Espíritu18, que produce en nosotros sus frutos19.
La actitud enérgica de San Pablo que se refleja en esta carta, similar a la que manifestó en Antioquía y en Corinto, fue de especial importancia para la Iglesia naciente. De no haber mostrado esta firmeza frente a la imposición de la circuncisión y de las demás prescripciones de la Ley mosaica, el cristianismo difícilmente hubiese sido algo más que una secta del judaísmo que creía en Jesús como el Mesías. Se hubiera comprometido así la eficacia y la verdad de la acción salvadora de Jesucristo.
1 Ga 4, 13; Hch 16, 1-8.
2 Ga 4, 14.
3 Hch 18, 23.
4 cfr Ga 5, 2.
5 Ga 2, 4.
6 Hch 16, 6.
7 Ga 2, 11-14.
8 cfr Hch 15, 23-29.
9 cfr Hch 15, 1-35.
10 cfr Gn 12, 3.
11 Ga 3, 27-29.
12 Ga 2, 6-10.
13 Ga 1, 11.
14 Ga 3, 26-29.
15 Ga 4, 4-6.
16 Ga 5, 1.
17 cfr Ga 5, 24.
18 Ga 5, 25.
19 cfr Ga 5, 22-23.