El libro de Josué es la culminación natural del Pentateuco. En él se narra la toma de posesión de la tierra prometida por parte de Israel bajo la guía de Josué. Dios cumple así las promesas hechas a los Patriarcas. El pueblo elegido, aunque constituido por tribus, es un solo pueblo que con el auxilio del Señor adquiere unido la propiedad de esa tierra. En efecto, las tribus israelitas no conquistaron Canaán gracias a su poderío militar sino que Dios puso esa tierra en sus manos, y Él mismo la repartió entre ellos para que cada uno pudiera gozar de paz y prosperidad en el territorio asignado a su familia. Como correspondencia a la fidelidad de Dios que ha cumplido sus promesas, se reclama la fidelidad de todo el pueblo a la Alianza establecida con Él.
La exposición tiene una estructura sencilla. En ella se pueden distinguir dos partes extensas, precedidas por un prólogo y culminadas por un epílogo donde se condensa el contenido teológico del libro:
Sirve de unión con el Pentateuco y enuncia los principales temas del libro. De una parte, la continuidad que existe entre la misión de Josué y la de Moisés en cuanto mediadores entre Dios y el pueblo 1. De otra, la unidad del pueblo cuyas tribus realizan juntas la conquista de todo el país 2.
La narración comienza con el envío de unos exploradores para inspeccionar Jericó, la primera ciudad conquistada por los israelitas 3. Sigue un conjunto de episodios relacionados con Guilgal, el primer campamento establecido en la tierra prometida: el paso del Jordán 4, la circuncisión de los varones israelitas 5, la celebración de la primera Pascua en Canaán 6 y la manifestación de Dios frente a Jericó 7. A continuación se narra con detalle la conquista de las dos primeras ciudades: Jericó 8 y Ay 9, insertando entre ambas el recuerdo de un intento de conquistar Ay que resultó fallido por la prevaricación de Acán, que no respetó las reglas del exterminio10. Una vez que se han relatado con detenimiento las primeras conquistas de Israel en la tierra que Dios les entrega, se habla del acto de culto realizado mediante la ofrenda de sacrificios y la lectura de la Ley que se celebró junto a Siquem11. Seguidamente se trata, con menor detenimiento que en los episodios anteriores, de la conquista de los reinos de la zona central y meridional12 y de la zona septentrional13. Una vez concluida la ocupación de la tierra, se ofrece una relación de los territorios conquistados14 y otra de los monarcas vencidos15.
El reparto se realiza en tres etapas. La primera ya había tenido lugar en las campiñas de Moab, y en ella Moisés había adjudicado las tierras de Transjordania a las tribus de Rubén, Gad y a media tribu de Manasés16. La segunda fase se sitúa en Guilgal, y en ella se adjudican los territorios a las tribus más importantes: Judá, Efraím y la otra media tribu de Manasés17. En un tercer momento los israelitas se reúnen en Siló para distribuir el resto del territorio entre las demás tribus18. Como colofón del reparto se enumeran las ciudades de refugio así como las adjudicadas a los levitas19.
El libro concluye insistiendo en los dos grandes temas enunciados en el prólogo. Primero se hace notar de nuevo que todo el pueblo ha realizado unido, sin que faltase nadie, la conquista del país20. Seguidamente se recalca la continuidad entre Moisés y Josué, su sucesor. Éste, antes de morir, exhorta a todo el pueblo a mantenerse fiel al Señor y a cumplir la Alianza que el Señor hizo con sus antepasados y que ahora ellos renuevan en Siquem21.
En la redacción del libro de Josué se han recogido textos y narraciones antiguas. No es de extrañar que muchas familias contaran entre sus tradiciones propias relatos episódicos de la llegada de las tribus a aquel territorio y que alguno de ellos se pusiera por escrito antes de la redacción de este libro. También debían de existir numerosas narraciones que explicaban por qué algunos lugares tenían un nombre concreto, o cuál era el origen de algunos restos de construcciones antiguas que llamaban la atención a quienes las contemplaban: la existencia de doce grandes piedras en Guilgal22, el montón de ruinas de Ay23, las grandes piedras que cerraban la cueva de Maquedá24, etc. Gran parte de la labor redaccional, que aunó todos esos relatos en una narración continua, fue realizada por autores de la tradición deuteronomista.
El elenco de las heredades correspondientes a cada tribu que aparece en la segunda parte posiblemente tiene su origen en documentos escritos en el sur de Canaán, ya que el relato es mucho más preciso al hablar de Judá y Benjamín, que tienen su territorio en esa zona, que cuando habla del resto de las tribus. La mayor parte de esa sección pertenece a la tradición sacerdotal25.
Todos estos elementos fueron reunidos y dotados de unidad en este libro con una finalidad eminentemente teológica dentro del marco deuteronomista: la tierra de Israel es un don de Dios concedido a su pueblo, que ha de atenerse con fidelidad a lo prescrito en la Ley para conservar ese beneficio.
Dios es fiel y siempre cumple sus promesas. Así se hace constar de modo explícito: «No dejó de cumplirse ni una sola de las cosas buenas que el Señor prometió a la casa de Israel. Todo llegó»26. El Señor no olvidó lo que había prometido a los Patriarcas y estuvo siempre con su pueblo hasta que les entregó la tierra que había jurado darles, sin que las dificultades objetivas que encontraron fuesen obstáculo para ello. Con esa experiencia, cuando el pueblo de Israel padeció el destierro de Babilonia pudo mantener firme la esperanza de que Dios lo llevaría de nuevo al lugar de reposo que le había concedido. Lo que podría parecer una meta inalcanzable no lo es, ya que Dios es fiel y su poder no conoce límites.
Además, Israel no puede dudar de que la tierra de Canaán, cuya propiedad reclama, es de Dios que la ha donado a su pueblo. Así se hace notar también en el texto: «El Señor entregó a Israel toda la tierra que había jurado a sus padres que iba a darles. La poseyeron y habitaron en ella»27.
Una de las características de la tradición bíblica es la de presentar con singular realce a los protagonistas de los grandes momentos de la historia, por ser elegidos por Dios para llevar a cabo una parte de su proyecto salvífico. Y no cabe duda de que uno de estos protagonistas es Josué: él fue el instrumento del que Dios se sirvió para dar a su pueblo la tierra prometida. Así como durante la peregrinación por el desierto Moisés había sido el mediador entre Dios y el pueblo, ahora Josué desempeña esa tarea28. Con todo, el protagonista principal es el pueblo. En la narración del paso del Jordán y de las primeras conquistas en la tierra prometida se presenta al pueblo de Dios como una congregación santa, en disposición litúrgica, presidida por el arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios entre los suyos29. De este modo, queda manifiesto que la conquista de la tierra es un don de Dios concedido a su pueblo por medio de su siervo Josué y no por las dotes guerreras de éste ni por el potencial ofensivo de sus armas. El propio Josué, una vez que se haya culminado la toma de posesión de la tierra, será el mediador de la renovación de la Alianza en una ceremonia celebrada en Siquem, en la que el pueblo se compromete a permanecer fiel al Señor y a cumplir sus preceptos30.
Por último, conviene hacer notar la fuerza con la que el texto sagrado insiste una y otra vez en la unidad del pueblo. Aunque algunas tribus hubieran recibido su heredad antes de pasar el Jordán para entrar en la tierra prometida, no abandonaron a sus hermanos en la toma de posesión de Canaán31. En la narración se subraya que la ocupación del país fue realizada por todo el pueblo unido bajo el mando único de Josué. A su vez, ese pueblo unido debe reconocer que sólo hay un Dios, el Señor, que les ha prestado auxilio, el único al que deben servir.
La figura de Josué, instrumento de Dios para introducir al pueblo en la tierra prometida, representa una verdadera anticipación profética de Jesucristo. Su propio nombre, Josué, es idéntico al de Jesús. Ambos significan «el Señor salva» (en hebreo, Yehosú‘a). Josué proporcionó a su pueblo la salvación al introducirlo en la tierra, pero también salvó a personas que no formaban parte de él, como Rajab y su familia32, que habían secundado los planes de Dios y manifestado así su fe con obras33. También Jesús, que vino a traer la salvación a Israel, la hace extensiva a todos los hombres y mujeres de todas las razas de la tierra que secundan los planes de Dios.
El paralelo entre Josué y Jesús fue desarrollado por algunos Padres de la Iglesia. San Justino explicó que así como Josué sucedió a Moisés e introdujo al pueblo en la tierra prometida, Jesús ha sustituido a Moisés, y su Evangelio a la Ley mosaica, y ha conducido al nuevo pueblo de Dios a la salvación34. Orígenes estableció un paralelo espiritual entre Josué, que condujo a Israel a la victoria abatiendo reinos, ciudades y enemigos, y Cristo, que guía al alma y le proporciona la victoria sobre los vicios y pasiones35.
1 Jos 1, 1-9.
2 Jos 1, 10-18.
3 Jos 2, 1-24.
4 Jos 3, 1-Jos 4, 24.
5 Jos 5, 1-9.
6 Jos 5, 10-12.
7 Jos 5, 13-14.
8 Jos 6, 1-27.
9 Jos 8, 1-29.
10 Jos 7, 1-26.
11 Jos 8, 30-35.
12 Jos 9, 1-Jos 10, 43.
13 Jos 11, 1-15.
14 Jos 11, 16-23.
15 Jos 12, 1-24.
16 Jos 13, 1-33.
17 Jos 14, 1-Jos 17, 17.
18 Jos 18, 1-Jos 19, 51.
19 Jos 20, 1-21, 45.
20 Jos 22, 1-34.
21 Jos 23, 1-Jos 24, 33.
22 Jos 4, 19-24.
23 Jos 8, 29.
24 Jos 10, 27.
25 Ver Introducción al Pentateuco, § 2.
26 Jos 21, 45.
27 Jos 21, 43.
28 Jos 1, 1-9.
29 Jos 3, 14-Jos 17; 6, 1-21.
30 Jos 24, 1-28.
31 Jos 1, 10-16; Jos 22, 1-8.
32 Jos 6, 22-25.
33 cfr St 2, 24-25.
34 Dialogus cum Tryphone Iudaeo 75, 1-3; 89, 1; 113, 1-7.
35 Homiliae in librum Iesu Nave 1, 7; 9, 1; 13, 1-4.