Tras el libro de Jeremías siguen inmediatamente los de Lamentaciones y Baruc, según el orden habitual en las Biblias Católicas más modernas, de acuerdo con la ordenación de la Vulgata, mantenida por la versión latina oficial de la Iglesia, la Neovulgata 1.
El libro de Jeremías se cierra con un epílogo, que narra los últimos momentos de Jerusalén hasta que la ciudad cayó en manos del rey Nabucodonosor, los principales del pueblo fueron deportados y los tesoros del Templo se trasladaron a Babilonia 2. El libro de las Lamentaciones es una colección de cinco cantos de duelo por la devastación de la ciudad santa, cargados de gran riqueza lírica y espiritual. Constituye, pues, como un segundo epílogo a Jeremías, sapiencial y poético, continuación lógica de aquel que cierra el libro. De este modo ha sido recibido en la tradición cristiana.
San Cirilo de Jerusalén, en torno al año 350, incluye entre los libros proféticos recibidos por la Iglesia a «Jeremías, con Baruc, las Lamentaciones y la Carta: un libro» 3. También en los primeros concilios regionales que elaboraron listas de libros sagrados aparecen expresiones análogas: «Jeremías, Baruc, Lamentaciones y la Carta», dice el canon del Concilio de Laodicea, en el año 360 4. Poco después, el Decretum Damasi, de las Actas del Concilio de Roma del año 382, dice: «Jeremías, con Quinot, es decir, sus Lamentaciones: un libro» 5. La relación con el libro de Jeremías se considera tan estrecha que en elencos posteriores se cita sólo a Jeremías, ya que se entiende que Lamentaciones está incluido en él. Así sucede en el canon de los Libros Sagrados establecido de forma definitiva por los Concilios de Florencia 6 y de Trento 7.
Sin embargo, en la tradición judía, estos cinco cantos de lamentación se agruparon en un libro independiente de Jeremías, tanto por razones temáticas como por el uso litúrgico. Este libro es uno de los cinco meguillot, o rollos manuscritos que se leen en la sinagoga en determinadas ocasiones. En concreto, éste, al que se denomina con la primera palabra de su texto hebreo, ’Eyka 8, se lee el día 9 del mes de Ab, que es una jornada de duelo por las destrucciones sufridas por Jerusalén.
La estructura del libro es muy simple y está bien definida. Lo constituyen cinco cantos perfectamente delimitados. El primero, el segundo y el cuarto son acrósticos, esto es, tienen veintidós versículos, tantos como letras del alfabeto hebreo, y las letras iniciales de los versículos siguen el orden alfabético. El tercero también lo es, aunque con una estructura más compleja, pues a cada letra del alfabeto corresponden tres versículos sucesivos que comienzan por ella. El quinto no es acróstico, pero también tiene veintidós versículos, recordando de algún modo el alfabeto.
El contenido de esos cantos es bastante homogéneo, y gira siempre en torno a la situación ruinosa de Jerusalén y al dolor del pueblo. No obstante, se distinguen diversas perspectivas que caracterizan cada una de las lamentaciones:
La primera lamentación expresa con gran fuerza poética la desolación en que se encuentra la ciudad santa. Primero, tal y como aparece a los ojos de un observador atento que pasa por ella 9. Después, Jerusalén toma la palabra y expresa por sí misma sus dolores y su petición a Dios10.
Una vez descrita la lamentable condición de Jerusalén, es el momento de preguntarse por los motivos que la han conducido a la ruina. Desde el principio hasta el fin es claro que la causa principal ha sido la ira del Señor11. No es cuestión de indagar por qué los extranjeros la devastaron: «El Señor se convirtió en enemigo»12, porque Jerusalén necesitaba la purificación.
La emoción alcanza su cúspide en el centro del libro, el tercer canto. Ya no se trata sólo de la descripción del dolor de la ciudad narrado por otros; ahora, el sufrimiento se expresa en primera persona. Quien lo ha experimentado manifiesta lo que ha vivido y sus palabras van descubriendo el progreso espiritual que se ha dado en su interior: la ruina le ha enseñado a tener paciencia y a mirar hacia el Señor13; por eso llama a los demás a examinar su conducta y convertirse14, de modo que todos juntos reconozcan sus pecados e imploren el perdón de Dios, que les proporcione la salvación15.
La cuarta lamentación vuelve a contemplar la situación ruinosa de la ciudad santa, lo que urge a preguntarse no sólo ya por los motivos que han llevado a esa situación –como en la segunda–, sino por la actitud de las personas a las que hay que responsabilizar de la postración: los profetas y los sacerdotes16.
El libro culmina con una llamada apremiante a Dios en busca de ayuda.
La sucesión de los cinco cantos de duelo va profundizando en lo sucedido, mueve a hacer examen y a convertirse, y abre perspectivas esperanzadoras con la confianza en recibir el auxilio de Dios.
En el libro de las Lamentaciones no se describen con detalle la caída de Jerusalén ni los pormenores de su desgracia, sino que se pinta su dolor con trazos enérgicos. Por eso, aunque parece que la ruina de la que se trata es la producida por las tropas babilónicas que terminaron con el reino de Judá, no es fácil establecer con certeza a qué campaña militar o a qué momento concreto de la historia se refieren. Ni siquiera es esto lo más importante; se trata ante todo de mover a la reflexión ante lo sucedido y a sacar consecuencias.
En cualquier caso, por lo que se refiere al tiempo de su composición, no hay duda de que es posterior a la caída de Jerusalén acaecida el año 587 a.C. La mayor parte de los autores contemporáneos siguen considerando que la hipótesis tradicional –que el libro fue compuesto poco tiempo después de la caída de la ciudad ante el ejército de Nabucodonosor– parece la más razonable.
No es tan clara, en cambio, la cuestión del autor de los cantos, pues aunque –como se ha indicado– se han trasmitido con frecuencia junto con el libro de Jeremías, no parece que sea el mismo profeta quien los escribiera: lo mismo sucede con los otros apéndices que se fueron añadiendo al libro que lleva su nombre.
El hecho de componer cantos de lamentación ante ciudades y templos destruidos no es infrecuente en la literatura del Antiguo Oriente. Sobre todo, entre los escritos sumerios abundan poemas de este estilo, como los dedicados a llorar la ruina de Ur, Sumer, Nippur, Eridu y Uruk, compuestos en el segundo milenio a.C. y copiados con frecuencia en las escuelas de escribas de la Antigua Babilonia como ejercicios escolares. Tal costumbre se mantuvo hasta que toda Mesopotamia quedó bajo dominio seléucida, cuando en toda la región se implantó la cultura helenista. Nada tiene, pues, de extraño que, ante una desolación como la que se presentaba ante los ojos de los judíos piadosos que contemplaban las ruinas de la ciudad santa, se compusieran también unas lamentaciones. Junto al profundo dolor se trasluce también una honda actitud religiosa, que reconoce el dominio del Señor sobre la historia, busca las razones de su abandono, y acude confiadamente a Él con sus súplicas.
Una mirada superficial sobre Lamentaciones podría dar la impresión de que se trata de un libro triste, lleno de expresiones lastimosas ante el dolor de la ruina, que podría inducir al pesimismo: son circunstancias muy duras en la historia del pueblo de Israel, parece que Dios se ha olvidado de sus promesas y de prestar auxilio a sus elegidos. Sin embargo, la lectura pausada de estos cantos ayuda a captar las profundas convicciones de fe que subyacen a las penas y súplicas contenidas en ellos.
Tal vez la primera de esas enseñanzas sea la gravedad del pecado que ha arrastrado a tales desgracias: se recurrió al apoyo de alianzas o poderes humanos para buscar la salvación ante los enemigos, a la vez que se abandonaba a Dios. Por eso, el Señor permitió tal aflicción17.
Pero junto a esta frustración, no falta una llamada a la confianza en Dios, aun en medio de las mayores pruebas y tribulaciones. En efecto, la angustia y el dolor no son una venganza divina por los pecados cometidos, ni el Señor es un Dios lejano que permanezca ajeno a las necesidades de los hombres e indiferente ante el curso de los acontecimientos18. El sufrimiento tiene un valor purificador y puede ser reconducido a la esperanza cuando se afronta con fe en Dios; entonces, mueve a la conversión, y se asume con sentido redentor.
Junto a la confianza en el Señor, resalta el valor de la oración. Si se pide auxilio desde la experiencia de la propia limitación, es porque se confía en ser escuchados por alguien que puede atender esas peticiones y tiene capacidad de poner remedio, porque es Señor del mundo y de la historia19.
Igualmente, puesto que Dios es justo remunerador, que advierte la gravedad del pecado y la veracidad del arrepentimiento, el lector de Lamentaciones es interpelado por el texto sagrado a pensar en sí mismo y en la situación en que se encuentra, y desde ella acudir al Señor reclamando el auxilio de su gracia para llevar a cabo una verdadera conversión20.
Si en la tradición religiosa de Israel las Lamentaciones se utilizan para expresar la amargura por las destrucciones y dolores de la ciudad de Jerusalén, y para ponderar el valor redentor del sufrimiento, en la Iglesia los mismos textos han servido para manifestar la consternación por los padecimientos sufridos por nuestro Señor Jesucristo en su Pasión y Muerte Redentora. Por eso, a partir del siglo IX, su lectura comienza a ser habitual en la liturgia de la Semana Santa21. En la actualidad, una parte importante del libro se incluye en la Liturgia de las Horas, más concretamente, en el Oficio de Lecturas de la Semana Santa (año par).
También, y en un sentido espiritual, la meditación sobre la ruina que es consecuencia del pecado, y que mueve a reflexionar ante el Señor en orden a la conversión, ha proporcionado abundantes elementos de reflexión sobre el sentido que tienen el dolor y el desprendimiento total de los bienes terrenos para disponer al alma ante su encuentro con Dios. Por eso, dice San Juan de la Cruz que, en estos llantos, el profeta «pinta muy al vivo las pasiones del alma en esta purgación y noche espiritual»22.
1 En los códices griegos el orden habitual es Jeremías, Baruc, Lamentaciones y Carta de Jeremías; sin embargo, en la traducción latina, el libro de Lamentaciones ha pasado a leerse inmediatamente después de Jeremías, y la Carta de Jeremías se ha incorporado al libro de Baruc, como un capítulo más. En la Biblia Hebrea los libros de Jeremías y Lamentaciones se sitúan en distintos lugares: Jeremías entre los «Profetas », y Lamentaciones entre los «Escritos».
2 cfr Jr 52, 1-34.
3 Catechesis 4, 35-36.
4 Concilio de Laodicea, canon 60 (EB 12).
5 cfr DS, 179.
6 cfr DS, 1335.
7 cfr DS, 1502.
8 En el Talmud y otros escritos judíos antiguos también se denomina Quinot, esto es «cantos de duelo».
9 Lm 1, 1-11.
10 Lm 1, 12-22.
11 Lm 2, 1 y Lm 2, 22.
12 Lm 2, 5.
13 Lm 3, 1-39.
14 Lm 3, 40-41.
15 Lm 3, 42-66.
16 cfr Lm 4, 13.
17 cfr Lm 1, 5.14.18; Lm 3, 42; Lm 4, 6; Lm 5, 16.
18 cfr Lm 3, 22-26.
19 cfr Lm 1, 9b.11b.20; Lm 2, 20; Lm 3, 55-66; Lm 5, 1-22.
20 cfr Lm 5, 21.
21 Concretamente se leía en el I Nocturno durante el Triduo de Jueves, Viernes y Sábado Santo, según el Ordo romanus XIIIA.
22 S. Juan de la Cruz, Noche oscura 2, 7, 3. cfr DS, 179.