La Carta a Tito es la más breve de las tres Cartas Pastorales. Figura en las ediciones del Nuevo Testamento a continuación de las dos cartas a Timoteo, e inmediatamente antes de la brevísima Carta a Filemón, la última de las dirigidas a personas, con la que se cierra el epistolario paulino.
Tanto por su estilo como por su contenido presenta muchas similitudes con la Primera Carta a Timoteo.
En la Carta a Tito se invita a centrar la atención en Jesús, nuestro Salvador, y en el cambio de vida y actitudes que supone la experiencia de la iniciación cristiana. Al servicio de esos objetivos está la labor pastoral encomendada a Tito y a los ministros de la Iglesia.
Comienza, como es habitual en las cartas de San Pablo, con una compleja fórmula de saludo (Tt 1, 1-4). En este caso, alude a que Dios es nuestro Salvador y deja entrever el afecto hacia el discípulo.
Al comienzo de la primera sección el Apóstol transmite a Tito sus instrucciones acerca de la organización de las comunidades cristianas en Creta, gobernadas, cada una, por un ministro con las condiciones morales idóneas para su función, y al que corresponde corregir y evitar la influencia, perniciosa para la fe, de los que difunden doctrinas extrañas (Tt 1, 5-16).
La segunda sección (Tt 2, 1-Tt 3, 11), algo más extensa, está estructurada como en círculos concéntricos en torno a la idea de que en Jesucristo se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, y por tanto, los cristianos han de renunciar a la impiedad para vivir conforme a la piedad (Tt 2, 11-15). Antes se enumeran algunos deberes, según la edad y condición de cada uno (Tt 2, 1-10), y después otros comunes a todos; estas obligaciones se sitúan en el ámbito del respeto a la autoridad legítima y de la necesidad de evitar las disquisiciones y disputas doctrinales que no aprovechan para nada (Tt 3, 1-11).
La carta termina con unas recomendaciones finales y unas palabras de despedida (Tt 3, 12-15).
Como ya se ha indicado, la Carta a Tito presenta algunos rasgos muy próximos a los de la Primera Carta a Timoteo. Posiblemente el momento y las circunstancias de composición de estas cartas enviadas a los responsables de las comunidades paulinas de Creta y Éfeso, respectivamente, sean también muy parecidos.
Tito, hijo de padres paganos, fue convertido seguramente por San Pablo, a juzgar por el cariño que éste le demuestra 1. Junto con Bernabé acompañó a San Pablo en el viaje que hizo a Jerusalén para contrastar con quienes tenían autoridad en la Iglesia el contenido de la predicación a los gentiles 2. Su nombre no se menciona en el libro de los Hechos, pero en el epistolario paulino se alude a que, a finales del tercer viaje apostólico, fue enviado a Corinto con dos misiones delicadas: primero con una carta no identificada 3; después, para realizar la colecta y entregarles la Segunda Carta a los Corintios 4.
Por lo que dice la carta a él dirigida, San Pablo lo dejó en la isla de Creta para que continuara la labor misional que los dos juntos habían emprendido 5. Según la misma fuente, Tito debió de permanecer en Creta hasta que Artemas y Tíquico llegaron a relevarlo 6.
El ambiente que refleja la propia carta es muy parecido al de la primera a Timoteo: una comunidad cristiana fundada por San Pablo en la que es necesario que se establezcan unos ministros dignos al servicio de la «sana doctrina» recibida del Apóstol, frente a los que predicaban doctrinas perturbadoras.
Como ya se indicó entonces, esta carta al igual que aquella, está redactada con un vocabulario y estilo literario un tanto peculiares dentro del corpus paulino. Por eso, algunos autores han puesto en duda su autenticidad paulina, aunque parece claro que fueron redactadas con la doctrina y autoridad del Apóstol, y recibidas como escritos apostólicos en las comunidades a las que se dirigían.
Los grandes temas doctrinales de esta carta son los mismos que se apuntaron al hablar de la Primera Carta a Timoteo: la organización de la Iglesia, la salvaguarda de la recta doctrina, y la fe en Jesucristo Salvador como fundamento de la vida cristiana.
Como es frecuente en las Cartas Pastorales, a Cristo se le nombra como «el Salvador» 7. De Jesucristo se subraya su humanidad, en la cual se realiza la manifestación 8 de su divinidad: Él es el «gran Dios y Salvador nuestro» 9.
Como en 1 Timoteo también aquí se denuncian las desviaciones de esta «palabra fiel», predicada por San Pablo y a la que Tito ha de atenerse en su predicación10.
No ofrece esta carta una exposición sistemática sobre la Iglesia, pero sí que describe rasgos importantes de su naturaleza y organización. En conexión con la idea central –la salvación de todos los hombres realizada por Jesucristo– se enseña que la Iglesia es depositaria del plan divino de salvación. Jesucristo con su sangre establece la Nueva Alianza, haciendo de la Iglesia su «pueblo escogido»11. La Iglesia prolonga y actualiza la acción salvadora de Cristo, puesto que es el pueblo rescatado de la iniquidad y purificado con su sacrificio12.
Los ministros de la Iglesia tienen la función esencial de predicar la palabra de Dios. Frente a la corrupción de la verdad que promueven los falsarios, han de cuidar de la sana doctrina13: de la palabra14 y de las personas, para que se mantengan «sanos en la fe»15.
La estructura de la Iglesia, según se refleja en esta carta y en 1-2 Timoteo, marca el comienzo de la sucesión apostólica. Primero está la autoridad del Apóstol, presente o ausente. En segundo lugar, éste delega su potestad en su representante. Tito había recibido anteriormente encargos puntuales, pero ahora recibe atribuciones más amplias en la enseñanza, predicación y gobierno de la comunidad16. Además, como la misión que le ha sido encomendada ha de perdurar, debe elegir continuadores en la guía de la comunidad: son los presb´yteroi–epískopoi17. Aunque no existe aún una distinción neta entre el episcopado y el presbiterado, como la reflejada en los escritos de San Ignacio de Antioquía18 a comienzos del siglo II, es posible asomarse ya a los orígenes de la distinción jerárquica entre los ministros de la Iglesia.
El cristiano está llamado a comportarse rectamente porque Cristo lo ha librado de toda iniquidad. Por el Bautismo y la renovación del Espíritu Santo hemos sido glorificados y destinados a la vida eterna19. El principio de la vida cristiana es la salvación obtenida por Cristo, en la que se basa toda norma moral. Por la gracia de Dios somos educados «para que renunciemos a la impiedad y a las concupiscencias mundanas, y vivamos con prudencia, justicia y piedad en este mundo»20. El cristiano ha de esforzarse por practicar obras buenas, porque ha creído en Dios21, porque se sabe redimido por Cristo de toda iniquidad22 y porque la gracia lo fortalece para hacer el bien.
1 cfr Tt 1, 4.
2 cfr Ga 2, 1-5.
3 cfr 2Co 7, 14.
4 cfr 2Co 8, 6.16-23; 2Co 12, 18.
5 cfr Tt 1, 5.
6 cfr Tt 3, 12.
7 Tt 1, 4; Tt 2, 13; Tt 3, 6.
8 Tt 2, 11; Tt 3, 4.
9 Tt 2, 13.
10 Tt 1, 9.
11 Tt 2, 14.
12 Tt 2, 14.
13 Tt 1, 9.
14 Tt 2, 8.
15 Tt 1, 13; cfr Tt 2, 2.
16 Tt 2, 1-10.
17 Ambos términos son aún algo ambiguos en esta época, ya que parece que designan a la misma persona (cfr Tt 1, 5 y Tt 1, 7).
18 cfr Ad Magnesios 6, 1; Ad Trallianos 7, 2; Ad Philadelphos 7, 1.
19 Tt 3, 5-7.
20 Tt 2, 12.
21 Tt 3, 8.
22 Tt 2, 14.