La homilía Vida de fe fue remitida desde Roma a la Comisión Regional de España el 21 de enero de 1973 1. Era la primera que llegaba de las destinadas a formar parte del "segundo volumen", estando ya el primero –Es Cristo que pasa–, en fase de edición. Siguiendo la praxis establecida meses antes, el original fue también enviado, pocos días después, a otras Comisiones Regionales para su traducción y edición en diversas lenguas 2.
Aquel envío iba a ser inmediatamente seguido de otros 3. Entre enero y junio de 1973, habían llegado a España, y a los países que se ocupaban de las traducciones, los originales de las ocho homilías que alcanzarían a ser publicadas en vida de san Josemaría. Dada la feliz experiencia pastoral y espiritual obtenida hasta entonces, se deseaba que las nuevas homilías pudiesen aparecer pronto en forma de folletos 4.
El original que se conserva de Vida de fe ocupa once folios mecanografiados a doble espacio, con treinta y nueve notas a pie de página, algunas (las patrísticas) todavía incompletas pues faltan las referencias al Migne 5.
El texto básico utilizado por san Josemaría para redactar la homilía, es la transcripción mecanográfica –realizada, en este caso, a partir de una grabación magnetofónica– de la meditación que predicó en Madrid el día 12 de octubre de 1947, domingo XX después de Pentecostés, festividad asimismo de la Virgen del Pilar, Patrona de España. La meditación tuvo lugar en el oratorio de un Centro del Opus Dei, sito en la calle Diego de León 14, en el que había vivido san Josemaría algunos años, antes de su traslado a Roma en 1946. Las diversas copias que se conservan del texto proceden de la mencionada transcripción 6. En todas, salvo en una, que fue completada después, faltan un par de líneas, por un pequeño fallo en la cinta.
El guion autógrafo utilizado por san Josemaría en aquella meditación fue, probablemente –con retoques y añadidos de palabras e ideas, como en otros casos–, el mismo que usó en una plática pronunciada en Vitoria el 18 de agosto de 1938, titulada "Espíritu de fe" 7. Es patente que la estructura y contenido de dicho guion (textos del NT, orden de exposición, lenguaje, etc.), coinciden con los de la meditación de 1947 8.
Cuando se estaba preparando la primera edición en castellano de la homilía, se detectaron en el original mecanografiado algunas erratas, que habían pasado desapercibidas. Las eventuales correcciones se comunicaron a Roma 9, donde fueron aprobadas, y desde allí se informó a las diversas Regiones que se ocupaban de las traducciones10. Aparecieron ya corregidas en las primeras ediciones11.
Vida de fe vio la luz por vez primera en Madrid, dentro de la Colección "Folletos Mundo Cristiano", n. 162, abril de 1973. En el mismo folleto se incluyó también la homilía Lealtad a la Iglesia.
"¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!"
Estas palabras, tomadas del pasaje de Mc 9, 23-24, forman parte del diálogo entre el Señor y el padre del muchacho poseído por un espíritu mudo, que los discípulos no han podido expulsar. Jesús dirige a aquel hombre unas palabras sencillas pero trascendentales, sobre las que desde entonces no se ha dejado de meditar: "¡Todo es posible para el que cree!". La respuesta humilde y sincera del padre: "¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!", forma también desde entonces parte del espíritu cristiano de oración.
San Josemaría –siguiendo, como es habitual en él, la versión del Nuevo Testamento de Ballester– reproduce ambas frases casi al final de la homilía, y no obstante haber sido incluidas en sus últimos compases, cabría decir que constituyen su hilo conductor.
Nos encontramos ante un texto que escribe tomando como base la meditación de 1947 antes mencionada, predicada a algunos miembros del Opus Dei, personas de fe viva, con una vida de trabajo en medio de la vida ordinaria, llena también de una voluntad sincera de servicio a Dios y a los demás. Gente de fe, que como ha ocurrido siempre entre los creyentes en Cristo, son conscientes –la petición de aquel hombre que rogaba la curación de su hijo puede servir, de algún modo, como ejemplo– de que necesitan poseer una fe más viva e intensa, más operativa, más plena.
Esa actitud es la expresada en el pasaje final del texto, con estas palabras: "¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que Tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!" (204b).
Los temas tratados en la homilía se inspiran en algunas escenas del Evangelio que hablan de la necesidad de creer y de la fuerza poderosa de la fe, cuando es viva. Dios, en su amor infinito, ha querido que la presente economía de la salvación esté edificada sobre sus dones y sobre la actitud humilde, confiada, filial de la fe. "Ha puesto su omnipotencia al servicio de nuestra salvación. Cuando las criaturas desconfían, cuando tiemblan por falta de fe, oímos de nuevo a Isaías que anuncia en nombre del Señor: ¿acaso se ha acortado mi brazo para salvar o no me queda ya fuerza para librar? (Is 50, 2-3)" (190c).
Cuatro son los pasajes evangélicos considerados y las "lecciones de fe" que imparte el Maestro a través de esas escenas (cfr. 192a)12. Señalamos algunas de sus ideas de fondo.
En el primer apartado se medita sobre la fe del ciego de la piscina de Siloé (cfr. Jn 9, 1ss.), calificada por el Autor como segura, viva y operativa. Son tres adjetivos bien pensados, que se encaminan a despertar en el oyente o lector el deseo de imitarla. "¿Te conduces tú así con los mandatos de Dios, cuando muchas veces estás ciego, cuando en las preocupaciones de tu alma se oculta la luz?" (193b). Esa disposición de fe, tan deseable para todo seguidor de Jesucristo, va asimismo unida en este pasaje de la homilía –como causa y, cabría decir, al mismo tiempo efecto– a dos actitudes íntimas de todo sincero discípulo del Señor, que el Autor expresa con una terminología muy suya: "adquirir la medida divina de las cosas" y "no perder nunca el punto de mira sobrenatural" (cfr. 194a).
En el segundo apartado, siguiendo ahora la narración de san Marcos, se contempla un ejemplo análogo al anterior: la fe generosa, con obras, decidida, sacrificada del ciego Bartimeo (cfr. Mc 10, 46ss.), que pide a gritos la misericordia de Cristo, sin amedrentarse ante los que le hacían callar. "¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti, que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la urgencia de clamar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!" (195b). La actitud audaz de aquel hombre, tan necesitado como valiente, que no duda en alzarse de golpe y dejar atrás todo lo que tiene para ponerse sin dilación junto al Señor, es la muestra elocuente de una fe siempre dispuesta a la conversión, siempre abierta y dócil a la llamada de Cristo. "¡Es la vocación cristiana! Pero no es una sola la llamada de Dios. Considerad además que el Señor nos busca en cada instante: levántate –nos indica–, sal de tu poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas sin importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe. Adquiere altura, peso y volumen y visión sobrenatural" (196a).
La escena continúa siendo meditada en el tercer apartado, y en la petición confiada y a la vez íntimamente urgente del ciego: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea! Tales palabras nunca podrían pasar silenciosamente ante los ojos de san Josemaría, como testimonio de una oración constante durante la espera de su misión, y que nunca ya se despegó de sus labios. "Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí –¡algo que yo no sabía qué era!–, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y el Rabboni, ut videam –Maestro, que vea– me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla" (197).
Esta sincera disposición de amar la Voluntad de Dios para cada uno, una vez conocida, es la que el Autor quiere grabar en el lector: "Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo. (…) La fe que Él nos reclama es así: hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba" (198c).
La protagonista, junto al Señor, de la tercera escena contemplada en la homilía es la mujer que padecía desde hacía años un flujo de sangre (cfr. Mt 19, 20ss.), y la lección gira en torno a su fe humilde, capaz de conseguirle la curación. "Grande es también la fe de esta mujer, y ella no grita: se acerca sin que nadie la note. Le basta tocar un poco de la ropa de Jesús, porque está segura de que será curada" (199a). El don inimaginable de la Eucaristía, Sacrificio y Sacramento, la maravilla de la presencia real de Cristo entre nosotros, su inmediata cercanía en el sagrario, constituyen ahora el objeto de contemplación y de invitación a fomentar un trato confiado y humilde con Él. "¿Te persuades de cómo ha de ser nuestra fe? Humilde. ¿Quién eres tú, quién soy yo, para merecer esta llamada de Cristo? ¿Quiénes somos, para estar tan cerca de Él? Como a aquella pobre mujer entre la muchedumbre, nos ha ofrecido una ocasión. Y no para tocar un poquito de su vestido, o un momento el extremo de su manto, la orla. Lo tenemos a Él. Se nos entrega totalmente, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Lo comemos cada día, hablamos íntimamente con Él, como se habla con el padre, como se habla con el Amor. Y esto es verdad. No son imaginaciones. Procuremos que aumente nuestra humildad" (199b-200a).
En el quinto y último apartado, que arranca con la consideración de la escena de la higuera sin fruto (cfr. Mt 21, 18ss.), y toma también ocasión del pasaje del padre del hijo enfermo que mencionábamos al comienzo (Mc 9, 16-29), se medita sobre la necesidad de vivir, como buen hijo de Dios, con los ojos en Cristo, que siempre espera encontrar en los suyos fe y amor. "La fe no es para predicarla solo, sino especialmente para practicarla" (204a), y Cristo busca fruto en sus discípulos. "Se llegó a la higuera, no hallando sino solamente hojas (Mt XXI, 19). Es lamentable esto. ¿Ocurre así en nuestra vida? ¿Ocurre que tristemente falta fe, vibración de humildad, que no aparecen sacrificios ni obras? ¿Que solo está la fachada cristiana, pero que carecemos de provecho? Es terrible. Porque Jesús ordena: nunca jamás nazca de ti fruto. Y la higuera se secó inmediatamente (Mt XXI, 19). Nos da pena este pasaje de la Escritura Santa, a la vez que nos anima también a encender la fe, a vivir conforme a la fe, para que Cristo reciba siempre ganancia de nosotros" (202b). Llegamos al final de la homilía, y este sería un buen compendio de su mensaje: "Fe, pues; fe con obras, fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en criaturas omnipotentes" (203b).