Homilía en la fiesta de la Epifanía del Señor
Lugar en el libro: 4ª
Datación: 6-I-1956
Primera edición: VIII-1972
Orden de edición: 12ª
La homilía En la Epifanía del Señor fue remitida desde el Consejo General a las Regiones para su publicación, acompañada de una comunicación de fecha 11 de abril de 19721. El envío inmediatamente anterior había tenido lugar pocos días antes (el 8 de abril), pero el texto remitido (la homilía La Ascensión del Señor a los cielos) había sido escrito –como veremos más adelante, en el lugar oportuno– entre mediados de febrero y mediados de marzo de ese año. Esto significa que la redacción final de la presente homilía debió ser preparada por el autor, como otras veces, en unas cuatro semanas.
Fue datada con fecha de 6 de enero de 1956. Aquel día, el fundador había predicado a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz sobre la Epifanía del Señor, en uno de los soggiorni de Villa Tevere, junto al Nacimiento. En el Diario de ese centro de formación, dentro de la anotación correspondiente al día siguiente, sábado día 7 de enero, se transcribe una síntesis de las ideas expuestas, tomadas de oído por el redactor del Diario.
Ese texto, que recogemos a continuación, es ya un claro indicio del parentesco entre aquella meditación –su estructura y parte de su contenido– y la homilía que estudiamos. Dice así:
“Aquí van unas notas de la meditación que nos dio el Padre el día 6 por la tarde: «Yo estaba delante de ese relieve maravilloso –a mí me parece maravilloso– que representa la Adoración de los Reyes... y miraba a los cuatro ángeles con símbolos de realeza, uno con una corona imperial, otro con una corona con cruz... Ahora miro a Jesús, reclinado en un pesebre. Jesús, ¿dónde está tu realeza? Ved a Cristo, que reina, que triunfa, envuelto en pañales... San Pablo nos lo dice muy bien: se anonadó. Es una criatura. Me conmueven esas imágenes... Cógeme, protégeme. El Señor nos llamó a su Opus Dei para que hagamos con Él la Redención. Estamos allí con la Madre y con José y nos dan ganas de clamar con los Magos: Ubi est qui natus est Rex? El hecho más portentoso: Dios que se encarna. ¡Por amor mío! (...). Audientis est Herodes (sic)2... Es la vida cotidiana. Esto pasa ahora, no faltan personas que se turban. Estad prevenidos y no os preocupe. La aparente ciencia de aquel tiempo sirviendo la iniquidad del que manda. Hijos, para seguir a Cristo no bastan los conocimientos de la ciencia. ¡La fe! Almas consagradas a Dios, necesitamos la ciencia humana. No faltarán “Herodes" que falseen los conocimientos científicos. Qué labor tenéis por delante, qué envidia me dais. Apparuit stella... Antes, se han quedado sin la estrella. Cuántas veces pasa lo mismo a las almas. Id a los que, con luz de Dios, tienen la luz necesaria. ¡Y adelante, adelante, adelante! De nuevo la estrella. Gavisi sunt gaudio magno valde. Llegan hasta el Rey que acaba de nacer. Lo hacemos ahora nosotros. Le adoramos y le decimos que no queremos apartarnos de Él, ¡que seremos dóciles, que seremos fieles! ¡Ya no más! Quiero ser bueno y fiel, le dices a gritos, hondamente. (...) Oro de nuestra pobreza. Incienso de la pureza en el que va también metido este cariño fraterno. Mirra de nuestra obediencia, de nuestra entrega. Solo, no puedes. Solo, no vales. Solo, no sabes. Recuerda los propósitos que has hecho. ¿Quieres pedir a la Madre que nos meta en el corazón de Cristo? ¿Quieres repetir: Cor Mariae dulcissimum iter para tutum? ¿Quieres decirle: Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva? Que me ayude, que me enseñe. ¡Quién va a ser mejor maestra! ¡Más que Tú sólo Dios!»"3.
Pero no es éste el único testimonio transmitido por los oyentes acerca de aquella meditación. Se conservan además cuatro textos de cierta extensión, redactados por personas distintas a partir de las notas tomadas in situ, y con diversos grados de elaboración. Son denominadas: versiones A, B, C, D. Tres han sido reconstruidas sobre dichas anotaciones, y mecanografiadas, mientras otra (la C) se conserva tal como la tomó directamente el oyente, es decir, a mano4.
Es fácil advertir la relación entre esa meditación de 1956 y la homilía redactada en 1972. Ambas siguen el mismo hilo de fondo: el relato evangélico del viaje de los Magos de Oriente siguiendo la estrella, para adorar al “Rey de los Judíos que ha nacido" (cfr. Mt 2, 1-12). Idéntico es también el punto de mira desde el que el autor contempla esas páginas de Evangelio: la llamada divina a seguir a Cristo para alcanzar la santidad y rescatar el mundo para Dios. Esa perspectiva, que ya hemos encontrado en las homilías anteriores, vuelve a ser determinante.
La estrella del relato evangélico, cuando la mirada de san Josemaría se dirige a los cristianos, pasa a ser la vocación personal; el encuentro de los Magos con la estrella queda asimilado al encenderse de la vocación cristiana: un nuevo resplandor en el alma que trae consigo el deseo de ser plenamente de Cristo, de “tomarse a Dios en serio"; la superación de las dificultades por los Magos y su esperanzada perseverancia, serán traducidas como exhortación a vivir de fe, a caminar con esperanza en medio de las tareas profesionales y sociales, a esforzarse para alcanzar la perfección de la caridad, es decir, la santidad.
En la meditación de 1956, san Josemaría iba describiendo a sus hijos ese camino de plenitud cristiana, destacando también, al mismo tiempo, como es lógico, los contrafuertes de la vocación al Opus Dei. En la homilía de 1972 describirá también aquellos mismos rasgos comunes del seguimiento de Cristo, pues son pasos del camino de todos los bautizados. En cualquier caso, queda intensamente realzada esa esencial característica de la vida cristiana, que es su dimensión vocacional: en la homilía se amplían los desarrollos, pero no se abandona nunca el guión establecido en la antigua meditación.
Se conserva el original de la última redacción de la homilía: doce folios mecanografiados a doble espacio, y numerados, que llevan por título: “EN LA EPIFANIA DEL SEÑOR", y como subtítulo: “(Homilía pronunciada el 6-I-1956)"5. Treinta y siete son las notas a pie de página, y todas, salvo tres, son referencias bíblicas. Es un ejemplar sin correcciones, lo que indica que se trata de la última copia a limpio. No poseemos más datos acerca de su proceso de elaboración.
En la Epifanía del Señor fue editada por vez primera en Madrid como folleto, en julio de 1972, dentro de la Colección “Noray", n. 24. Algunos meses después (diciembre de 1972) se publicó también en la colección de Folletos “Mundo Cristiano", n. 155, junto con la homilía La lucha interior.
Un camino de fidelidad a Dios
Si en las anteriores homilías del tiempo de Navidad –elaboradas bajo la luz del Verbo Encarnado y de su plena unión con la voluntad del Padre– todo el protagonismo recaía sobre la vocación del cristiano a identificarse con el Modelo, en la que ahora estudiamos, manteniéndose esas constantes fundamentales, varía levemente la perspectiva. La mirada del autor se dirige más directamente al sujeto receptor de la llamada –el cristiano corriente–, para meditar sobre la calidad de su respuesta personal a Dios. El tema dominante en la homilía no es ya, pues, el de la noción, naturaleza y contenidos de la vocación cristiana, sino más bien el de la fidelidad del cristiano a su camino, con la exhortación a superar los estorbos que la entorpezcan.
Desde esa perspectiva, la melodía de fondo del texto viene dada por el juego de las virtudes y las actitudes de la persona fiel a la llamada de Dios; por ejemplo: la fe (“hace falta una recia vida de fe"6); el espíritu de sacrificio (“un camino de fe es un camino de sacrificio"7); la fortaleza (“fe recia, finura de alma, verdadera fortaleza cristiana"8); la generosidad (“los hechos de generosidad (...) en la conducta de otros que han oído la llamada del Señor"9); la esperanza (“Así es la vocación del cristiano: si no se pierde la fe, si se mantiene la esperanza en Jesucristo [...], la estrella reaparece"10); etc.
Se entiende bien que, desde el punto de vista de la fidelidad a los designios divinos y del esfuerzo para cumplirlos, superando los obstáculos que se interpongan, pueda considerarse ejemplar el comportamiento de los Magos que siguen la estrella hacia Belén. Esa es la vía por la que se desenvuelve el texto.
Mensaje del título e hilo conductor
La preposición que abre el título (“En" la Epifanía del Señor), anticipa ya, en cierto modo, veladamente el contenido. No encontraremos en la homilía una reflexión de naturaleza teológico-bíblica en torno al misterio de la manifestación y reconocimiento de la realeza mesiánica de Jesucristo, por parte de los gentiles, sino una meditación de corte parenético sobre la escena evangélica de los Magos, cuyo objetivo es iluminar el deber de fidelidad del cristiano a su vocación.
En la gran fiesta de la Epifanía, dentro aún del tiempo de Navidad, la mirada contemplativa de san Josemaría sobre el Recién Nacido le ayuda a redescubrir y volver a proclamar dos elementos centrales del misterio del Hijo hecho Hombre:
a) su radical enseñanza: “Se encarnó, para manifestarnos la voluntad del Padre. Y he aquí que, ya en la cuna, nos instruye"11;
b) su radical exigencia: “Nos busca –con una vocación, que es vocación a la santidad– para consumar, con Él, la Redención"12.
Ambos elementos interpelan de modo peculiar al creyente, cuando el misterio de Cristo es contemplado a la luz de la Epifanía. La clave de esa luz, de la luminosidad que san Josemaría quiere hacer participar al lector, parece estar encerrada en la pregunta de los Magos a Herodes: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido?" (Mt 2, 2).
La respuesta que el autor ofrece a esa pregunta (“¿Dónde está el Rey"?), o más bien la inquietud que quiere suscitar en el lector (“¿Dónde está el Cristo que el Espíritu Santo procura formar en nuestra alma?"13), tiene este contenido: el Rey, que ha nacido para servir, reclina su grandeza en la humildad y en la caridad, y busca nuevamente en mi corazón esas disposiciones, que me asemejan a Él, para que construyamos juntos la salvación. Y así, esta homilía dedicada a la fidelidad en el seguimiento, inicia su itinerario incitándonos a la necesaria conversión: “Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio"14.
Como ya ha sido indicado, el hilo conductor de nuestro texto viene dado sencillamente por el relato evangélico de Mateo, seguido paso a paso. Sobre esta senda se construye la reflexión, articulada en cinco etapas:
El camino de fe nn. 32-33a
Firmeza en la vocación n. 33b-g
Buen pastor, buen guía n. 34
Oro, incienso y mirra nn. 35-37
Sancta Maria, Stella Orientis n. 38
En este primer paso sale de nuevo al encuentro del lector el hecho de la vocación cristiana, enfocado, como es habitual en el autor, más como fenómeno teologal que interpela al sujeto (llamada personal a identificarse con Cristo), que como noción teológica objetiva con determinadas características definitorias.
Sobre el fundamento de la fe viene a despertarse, por don de Dios, en la persona “un nuevo resplandor: el deseo de ser plenamente cristianos; si me permitís la expresión, la ansiedad de tomarnos a Dios en serio"15. La novedad del resplandor está en la fuerza del adverbio “plenamente" o en la locución adverbial “tomarnos en serio", es decir, sin engañarnos, sin burlarnos. Ese nuevo resplandor, fruto de la gracia, por el que se despierta plenamente en el cristiano el sentido y el dinamismo de la fe ya poseída, es la vocación sobrenatural: “don que, junto con el de la fe, es el más grande que el Señor puede conceder a una criatura: el afán bien determinado de llegar a la plenitud de la caridad"16.
Late en esa idea la distinción entre el don sobrenatural gratuitamente recibido (la fe, la adopción filial, etc.) y la toma de conciencia de su posesión por parte del sujeto, sólo posible también por la gracia. En cierto modo, el desarrollo de la vida cristiana consiste en esa toma de conciencia –que se traduce en colaboración o docilidad al dinamismo operativo presente en el don sobrenatural– y en el progresivo crecimiento por esa vía. “Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rm 8, 14): los que se dejan conducir por el Espíritu Santo, podríamos traducir, y obran de acuerdo con el don filial recibido, esos son hijos de Dios. Esos han tomado conciencia de su filiación adoptiva, y se reconocen como hijos de Dios, tienen vivo el sentido de su filiación divina. Un razonamiento semejante se puede establecer en relación con el don bautismal de la fe y la conciencia del don, que se traduce en una real y operativa vida de fe.
Dirigiéndose al cristiano corriente, en cuya alma se ha encendido por gracia de Dios el sentido de la fe que ya le había sido dada, y siente “el deseo de ser plenamente cristiano", san Josemaría parece estar diciéndole: has descubierto por gracia de Dios tu vocación cristiana, la llamada que Dios te dirige para que vivas plenamente tu fe, para que te dejes guiar hacia la identificación con Cristo. Y añadirá: “este don, junto con el de la fe, es el más grande que el Señor puede conceder a una criatura"17.
El camino de los Magos hacia Jesús, un camino, en cierto modo, de fe y compromiso personal con lo que han aceptado como designio de lo Alto, guarda cierta analogía con el camino vocacional del cristiano (siempre orientado también hacía Cristo), y puede, en ese sentido, servir de traza para meditar sobre éste. Bastan dos frases de la homilía para comprobarlo: a) “Hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle (Mt 2, 2). Es nuestra misma experiencia"18; b) “Fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios"19.
En el lenguaje habitual, “firmeza" es equivalente a entereza y constancia: fuerza moral de quien no se deja dominar ni abatir. Aún se podrían citar otros sinónimos, como estabilidad, consistencia, solidez, resistencia..., términos que dan nombre a unas actitudes humanas relacionadas con la fidelidad y la fortaleza.
Cualquiera de esas cualidades –sugiere este pasaje de la homilía– es predicable del recto proceder de los Magos, quienes, no obstante las dificultades que encuentran en su camino (sobre todo, las humanas), mantienen establemente la decisión de seguir la estrella que han visto en Oriente. Nada frena su voluntad de adorar al Rey que ha nacido.
Asítambién, de manera análoga, esas cualidades son predicables –más aún, exigibles– en la conducta de quien ha escuchado la invitación de Cristo a seguirle, y “ha tomado con la más plena libertad" la “santa determinación" de aceptarla20. Firmeza, pues, en la respuesta del cristiano a su vocación. Solidez, fortaleza moral, incluso resistencia cuando, por parte de algunos, se erigen obstáculos con los que impedir “la decisión, seriamente humana y profundamente cristiana, de vivir de modo coherente con la propia fe"21. El mensaje que quiere grabar san Josemaría en sus lectores es diáfano: “La vocación es lo primero"22.
En el imprevisto ocultamiento de la estrella, y más aún en el sucesivo comportamiento de los Magos, encuentra el autor la ocasión para recordar la importancia de la prudencia en el camino interior del cristiano. Cuando la estrella parece ocultarse; cuando el ideal de una vida regida por el sentido vocacional tiende, por cualesquiera razones, a debilitarse; cuando parece, en fin, que la fe no es firme, es el momento de conjugar firmeza con prudencia: el momento de recurrir a quien puede dar consejo, al buen pastor. “Permitidme un consejo: si alguna vez perdéis la claridad de la luz, recurrid siempre al buen pastor"23.
Los rasgos de esa figura –cuya misión de guiar (“buen pastor, buen guía") se asocia instrumentalmente a la acción del Espíritu Santo (cfr. Rm 8, 14)– están perfilados en el texto con sobriedad y mesura, pero certeramente. Como no podría ser de otro modo, traen a la memoria la imagen prototípica de Cristo, Buen Pastor. Son rasgos amables (“el que quiere ser, en la palabra y en la conducta, un alma enamorada; el que confía siempre en el perdón y en la misericordia de Cristo"24), pero al mismo tiempo de una gran solidez y autoridad moral (“el que entra por la puerta ejercitando su derecho"25; “el que entra por la puerta de la fidelidad a la doctrina de la Iglesia; el que no se comporta como el mercenario que viendo venir el lobo, desampara las ovejas y huye"26). En la enseñanza habitual de san Josemaría esa figura es la de quien imparte dirección espiritual, con frecuencia obispos y sacerdotes pero no sólo.
En el marco de la entrega de los dones al Niño por parte de los Magos, continuando con la analogía del comportamiento cristiano, se establece en la homilía un postulado fundamental: Dios “no anda buscando cosas nuestras: nos quiere a nosotros mismos. De ahí, y sólo de ahí, arrancan todos los otros presentes que podemos ofrecer al Señor"27.
Quedan resumidos e interpretados, con la tradición espiritual de la Iglesia pero, al mismo tiempo, con matices propios, en tres actitudes cristianas esenciales de fuerte impacto ascético y testimonial: desprendimiento, siembra de comprensión y convivencia con todos, mortificación alegre:
– Oro: “el oro fino del espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales"28.
– Incienso: “los deseos, que suben hasta el Señor, de llevar una vida noble, de la que se desprenda el bonus odor Christi (2Co 2, 15), el perfume de Cristo. Impregnar nuestras palabras y acciones en el bonus odor, es sembrar comprensión, amistad"29. “El bonus odor Christi se advierte entre los hombres no por la llamarada de un fuego de ocasión, sino por la eficacia de un rescoldo de virtudes: la justicia, la lealtad, la fidelidad, la comprensión, la generosidad, la alegría"30.
– Mirra: “ofrecemos también mirra, el sacrificio que no debe faltar en la vida cristiana"31. “Mortificación no es pesimismo, ni espíritu agrio. La mortificación no vale nada sin la caridad"32.
Conclusión: Santa María, Stella Orientis
El camino de fe de los Magos, conducidos por la estrella, culminó ante el Niño “en brazos de su Madre"33. El camino vocacional del cristiano es también mariano, pero no sólo en el punto de llegada, sino en toda su extensión: María, en realidad, está maternalmente presente en cada una de sus etapas haciéndolo seguro. En cierto modo, como escribió el autor en otro de sus escritos, cabe decir que Ella misma es la senda segura: “A Jesús siempre se va y se «vuelve» por María"34. En ese sentido, continuando con la analogía entre el camino de fe de los Magos hacia Belén y el camino vocacional del cristiano hacia la santidad, y dando un paso en profundidad, María puede ser comparada con la estrella: “Los Reyes Magos tuvieron una estrella; nosotros tenemos a María, Stella maris, Stella Orientis"35. Nos está sugiriendo san Josemaría, y aún lo resaltará con mayor intensidad en homilías posteriores, que la vía cristiana hacia Cristo, el camino real del alter Christus, es esencialmente mariano: ad Iesum per Mariam.