Homilía en la fiesta de San José
Lugar en el libro: 5ª
Datación: 19-III-1963
Primera edición: III-1969
Orden de edición: 3ª
El origen de la publicación de la homilía En el taller de José está en relación directa con una comunicación del Consejo General de 11 de julio de 1968, dirigida a la Región de España, que abría camino a la posibilidad de publicar homilías del fundador en los medios de comunicación1. Sobre esa base, y contando con el precedente de las dos homilías ya publicadas a petición de sendos medios de comunicación2, la revista “Mundo Cristiano", editada en Madrid3, hizo llegar a Roma, a través de la Comisión Regional de España, la petición de un texto inédito de san Josemaría para incluirlo en sus páginas4. No nos consta si esa petición recibió respuesta por escrito.
Poco después, avanzado ya el mes de enero de 1969, el entonces director de “Mundo Cristiano", Jesús Urteaga5, hizo presente de nuevo el deseo de publicar en su revista un texto del fundador sobre san José, y se volvió a gestionar la solicitud6. La petición se hacía dentro del plazo temporal recomendado, pues faltaba todavía más de un mes para llegar a marzo. La respuesta de san Josemaría fue afirmativa y rápida. El día 7 de febrero partía de Roma un escueto escrito dirigido a la Comisión Regional: “Os enviamos esa homilía"7.
Entre la segunda petición y el envío del texto habían transcurrido sólo veinte días, que en términos de jornadas reales de trabajo (dando un plazo a las salidas y llegadas de los correos) quedan reducidos a unas dos semanas. Esa limitación de tiempo, demasiado escaso para elaborar el texto de la homilía y dejarlo preparado para su publicación, permite suponer que el autor había acogido ya la primera petición, y que, una vez acabada a mediados de diciembre de 1968 la redacción de El triunfo de Cristo en la humildad –inmediatamente anterior a ésta en el tiempo–, y transcurrido el periodo de Navidad, habría pasado posiblemente a ocuparse de la homilía sobre san José.
Si fueran válidos los cálculos de tiempo que sugerimos, cabría afirmar que la nueva homilía debió ser elaborada entre la segunda semana de enero y el 6 de febrero de 1969. Esta segunda fecha es prácticamente segura pues la minuta de preparación del escrito de envío, fechada ese día, aporta una información útil: la última versión de la homilía se estaba mecanografiando el día 6 de febrero de 19698.
Por razones que desconocemos, posiblemente casuales, no se ha conservado copia ni de esa última versión mecanografiada (que hubo de ser la enviada a “Mundo Cristiano"), ni como era habitual de ninguna versión anterior. Sólo se dispone del texto publicado en la revista, que puede considerarse coincidente con el original, pues san Josemaría, al releerlo una vez ya editado, sólo introdujo alguna leve modificación (que mencionaremos en el lugar oportuno).
Aunque en otras homilías consta la relación del texto, o de sus líneas de fondo, con ciertos precedentes orales del autor, en el caso de En el taller de José no es así9. La temática de la homilía: la santificación del trabajo ordinario, la continuidad entre trabajo y actividad apostólica, etc., pertenece al núcleo del espíritu fundacional del Opus Dei, y no raramente fue comentada por san Josemaría contemplando la figura, para él amadísima, de san José. En el fondo documental de su predicación oral hay testimonios de la unidad que solía establecer entre la devoción personal a san José, a quien gustaba denominar “mi Padre y Señor", o bien “nuestro Padre y Señor"10, y la admiración ante el ejemplo de vida cotidiana santificada que ofrece el Santo Patriarca. Pero de ninguno de esos datos podemos valernos para documentar la historia de la redacción de En el taller de José.
En el texto de la homilía incluyó el autor por vez primera ladillos intermedios. La inclusión había sido sugerida desde la Comisión Regional de España11, con la idea de facilitar la lectura y mejorar el aspecto tipográfico. Como esos epígrafes tendrían cierto carácter interpretativo del texto, sugerían también la conveniencia de que fuesen redactados en Roma. La sugerencia fue acogida12, y desde entonces se incluyeron ladillos en todas las homilías, formando parte del texto original.
La homilía En el taller de José fue publicada por vez primera en “Mundo Cristiano", año VII, n. 74, marzo de 1969, pp. 38-45. Ilustraban el texto seis fotografías con trabajos de carpintero (algunas localizadas en Tierra Santa). En la segunda página, bajo una de las fotografías, se lee: “Homilía de Mons. J. Escrivá de Balaguer". La fecha, en cambio, aparecía en la última página: “Roma, 19-III-1963". Como dato anecdótico cabe señalar que en esa primera edición se añadieron nuevos ladillos a los cinco que traía el original romano; posiblemente lo decidió la Redacción de la revista, para resaltar algunas de las ideas centrales de la homilía. Más tarde, por no pertenecer a dicho original, desaparecerían13.
Pocos meses después, en junio de 1969, la misma editorial publicó un Folleto “Mundo Cristiano", el n. 86, que reunía dos homilías: En el taller de José y El triunfo de Cristo en la humildad.
San Josemaría, tanto al releer el texto publicado en la revista, como al volver a repasarlo en el Folleto, introdujo algunas correcciones, que pasaron a formar parte del texto definitivo de la homilía14.
La figura amable y amada de san José
En el universo cristocéntrico de san Josemaría todo luce bajo el resplandor del Verbo Encarnado y de su amor redentor. En estas homilías le vemos buscar una y otra vez con ahínco el reflejo vivo de Cristo, en primer lugar en las páginas del Evangelio, tesoro que, como a otros maestros de vida cristiana, siempre parece abrírsele de par en par y del que sabe extraer cosas nuevas y cosas antiguas (cfr. Mt 13, 52). Pero, al mismo tiempo, halla también hermosos matices de ese amado fulgor en el espejo íntimo de su alma enamorada del Señor, donde el Espíritu Santo ha infundido unos dones y un espíritu fundacionales que otorgan luz de primer plano a los treinta años de vida oculta del Redentor, a su trabajo santo y santificador de cada día, a la escondida grandeza de su Humanidad donde habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente (cfr. Col 2, 9).
En la figura de san José, que esta homilía nos presenta y, en cierto modo, nos hace redescubrir con claridad nueva, se entrecruzan esas dos fuentes de luz. Quizás por eso resulta deslumbrante y cercana. La luz del Evangelio nos permite ver a José como “servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús"15, y precisamente por eso como maestro que nos enseña a conocer a Cristo, “a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de Dios"16. La otra fuente de luz permite resaltar, desde dentro de aquella, un segundo plano que, a los ojos de san Josemaría brilla como si fuera primero: el del entorno humano de José (“un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos"17), que el Hijo de Dios quiso para Sí al encarnarse, y en el que también se desarrolló la existencia de su Madre.
He ahí, pues, la entraña cristocéntrica de la figura de José: siendo inmenso el valor sobrenatural de su existencia –en cuanto inmersa de principio a fin en el misterio del Hijo hecho Hombre, y gastada en “total cumplimiento de la divina voluntad"18–, nunca dejó de ser una vida “sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros"19. En una apertura confiada al lector, escribe san Josemaría: “Lo he pensado muchas veces (...) y ésta es una de las razones que hace que sienta por él una devoción especial"20.
Mensaje del título e hilo conductor
El título: En el taller de José, quiere dar razón de eso. Es como una invitación a meditar sobre el ejemplo del Patriarca, pero de un modo muy preciso: contemplándolo de cerca, en su ambiente de trabajo y de cotidiana relación familiar con Jesús y María, en “el amable taller de Nazaret"21. Las mencionadas coordenadas de su acogedora figura (trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos; maestro que enseña a conocer a Jesús), conforman también, en su entrecruzamiento, el hilo conductor de la homilía, que se desarrolla en cuatro etapas de elocuentes títulos, más una quinta que hace las veces de conclusión:
La figura de San José en el Evangelio n. 40
La fe, el amor y la esperanza de José nn. 41-44
Santificar el trabajo, santificarse
en el trabajo, santificar con el trabajo nn. 45-49
Para servir, servir nn. 50-53
El trato de José con Jesús nn. 54-56
El tercero de esos apartados: Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar con el trabajo, el más extenso de todos (20 párrafos), merece ser, a mi entender, calificado con toda justicia como uno de los pasajes más reveladores –dentro del entero corpus teológico-espiritual de san Josemaría– del núcleo esencial de su aportación a la espiritualidad cristiana.
El autor conoce bien y trae a colación los datos bíblicos y patrísticos referidos a la figura de José, que hoy siguen siendo sustancialmente válidos. Ahí encuentra el punto de partida y el marco de referencia. Se mueve con gusto en ese ámbito. Su razonamiento, sin embargo, no es propiamente de cuño bíblico-patrístico sino de naturaleza pastoral y espiritual. Y en todo caso, como vemos en su aproximación literaria a otras figuras bíblicas (en especial, a la Santísima Virgen), le interesa descubrir la persona a través del personaje y se esfuerza por leer entre líneas para captar y comprender sus “lecciones"22, pues quiere “descubrir mejor lo que, a través de la vida sencilla del Esposo de Santa María, nos transmite Dios"23. Que no son sino destellos del misterio de Cristo y de nuestra salvación.
Sólidamente apoyada su lectura en el sentido literal de los textos evangélicos, los hallazgos espirituales que san Josemaría quiere transmitir a sus lectores –en especial, a ese “cristiano corriente", llamado a ser otro Cristo, que el autor siempre tiene in mente– se resumen, en este caso, en tres rasgos de fondo, en los que –a través de la figura de José– está hablándonos Dios:
1) su fortaleza, o mejor, su fuerte personalidad, pues el Patriarca, en su existencia diaria, cara a Dios, “sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan"24;
2) su castidad –signo de amor verdadero–, y su juventud: “Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas" 25;
3) su lealtad con Dios (“supo vivir, tal y como el Señor quería")26, manifestada en su fidelidad a la vocación-misión recibida, vocación de hombre corriente, elegido “para obrar cosas grandes"27.
Esos rasgos de fondo que brillan en la vida de José, esas cualidades ejemplares están sostenidas por el entramado de las virtudes teologales: “Fe, amor, esperanza: estos son los ejes de la vida de San José y los de toda vida cristiana. La entrega de San José aparece tejida de ese entrecruzarse de amor fiel, de fe amorosa, de esperanza confiada"28. Y no ha de ser de otro modo en la vida del cristiano, si quiere mantenerse fiel a su vocación: “Cuando se desea sinceramente vivir de fe, de amor y de esperanza, la renovación de la entrega no es volver a tomar algo que estaba en desuso. Cuando hay fe, amor y esperanza, renovarse es –a pesar de los errores personales, de las caídas, de las debilidades– mantenerse en las manos de Dios: confirmar un camino de fidelidad"29.
En las homilías anteriores a ésta, el lector ya ha tenido ocasión de advertir esta misma argumentación: la vida cristiana es vida de fe, de esperanza y de caridad30, y en consecuencia crece, se renueva, se da testimonio de ese convencimiento, etc., con el análogo ejercicio de esos dones recibidos de Dios. Lo mismo se encontrará en la presente homilía31 y en todas las sucesivas32; más aún, se hallará también en los restantes escritos de san Josemaría33. Poner en ejercicio la fe, la esperanza y la caridad, en la existencia ordinaria y corriente, en las circunstancias normales de la jornada, es en la enseñanza del autor la esencia de la conducta de un alma cristiana34.
Como ya hemos dicho, en los cinco números que desarrollan este parágrafo se puede leer una de las mejores síntesis del espíritu fundacional de san Josemaría. Por esa razón, quien quiera conocer el contenido y el significado de su aportación a la espiritualidad cristiana debe también leer y meditar detenidamente estos párrafos. Contienen, en efecto, claves de gran peso teológico y de importantes consecuencias espirituales y apostólicas, como son:
a) la concepción del trabajo profesional ejercido en medio del mundo como quicio de la santificación del cristiano35;
b) la afirmación de que la vocación humana de cada uno es parte, y parte importante, de la vocación divina36;
c) la idea de que el trabajo humano, en cuanto asumido por Cristo, es realidad redimida y redentora: no sólo ámbito del vivir y del actuar del hombre, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora37;
d) el postulado, apoyado en todo lo anterior, de que el trabajo profesional es también apostolado, ocasión de entrega a los demás hombres, para revelarles a Cristo y llevarles hacia Dios38.
Corolario de la doctrina recién expuesta en la homilía sobre el binomio trabajo-santidad es este nuevo apartado, en el que seguimos moviéndonos dentro de la misma doctrina esencial.
La mirada continúa fija en el trabajo de José, que “no es el hombre de las soluciones fáciles y milagreras, sino de la perseverancia, del esfuerzo y –cuando hace falta– del ingenio"39. La conclusión espiritual es inmediata: “Para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural"40. Y eso significa dos cosas, perfectamente sintetizadas en el lema: “para servir, servir", en el que se aúnan profesionalidad y caridad, notas esenciales ambas del espíritu secular que emana de estas homilías:
a) en primer lugar, servir para lo que se hace: es decir, tener competencia, saber hacer, utilizar los medios adecuados, acabar bien los trabajos, con perfección humana, pues “para realizar las cosas, hay que saber terminarlas"41;
b) pero también, al mismo tiempo, servir a los demás con el propio trabajo, imbuido de caridad. El trabajo profesional del cristiano, como el de José, ha de estar informado como rasgo fundamental, por el espíritu de servicio, por el deseo de contribuir al bien de los demás42.
Conclusión: aprender del trato de José con Jesús
En los últimos puntos de la homilía vuelve san Josemaría a recordar las ideas centrales. Y ésta quizás sea la principal: “Para San José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación"43. Ese es el corazón cristocéntrico de la homilía, ésa la conclusión espiritual a la que se siente conducido el lector: la vocación cristiana sólo puede vivirse y desarrollarse en la intimidad con Cristo.
Intimidad significa seguirle de cerca, lo cual excluye andar con paso cansino: “No cabe la rutina. Porque Dios no se conforma con la estabilidad en un nivel conseguido, con el descanso en lo que ya se tiene. Dios exige continuamente más"44. Así, en un “tener el alma y el corazón abiertos"45, se forjó a diario la existencia de José, con el que hemos de asemejarnos. José es, en fin, Maestro de vida interior si entendemos que ésta no consiste sino en “el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él"46.
“Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María"47. Ite ad Joseph, repite con celo el autor en los últimos párrafos acabando su homilía.