Homilía en el miércoles de la IV semana de Cuaresma
Lugar en el libro: 7ª
Datación: 15-III-1961
Primera edición: XI-1972
Orden de edición: 15ª
No se conservan datos sobre el origen histórico de esta homilía, ni de la génesis de su redacción. Tampoco los hay para dar razón de la fecha en que fue datada por san Josemaría: 15 de marzo de 1961, miércoles de la IV semana de Cuaresma.
El texto fue publicado por vez primera como edición privada, junto con el de homilía: La Virgen Santa, causa de nuestra alegría, en el boletín de documentación e información “Suplemento"1, en la primera quincena de septiembre de 1972. Fue remitido directamente desde Roma a las Regiones, con una comunicación del Consejo General de 13-IX-1972, en la que se dice que ambas homilías se envían “para ser incluidas en el libro", aunque se podían publicar también antes, si parecía oportuno, en forma de folleto2.
Dado que tres meses antes, el 9 de junio, había sido expedido desde Roma el texto de otra homilía –Vocación cristiana–, cabe suponer que la redacción última de la que ahora consideramos, pudiera haber tenido lugar en el periodo comprendido entre mediados de junio y primeros de septiembre de 1972. Es también probable, sin embargo, que ambas homilías se hubieran dejado preparadas ya para su publicación a comienzos del verano de 1972, pues san Josemaría solía pasar fuera de Roma algún tiempo de la época estiva.
De El respeto cristiano a la persona y a su libertad se conserva el original mecanografiado de la última redacción: nueve folios a doble espacio, con veinticinco notas a pie de página3. Como en otros casos, ese original –que coincide con el texto aparecido en “Suplemento"– no incluye el nombre del Autor. La fecha de datación, a diferencia de lo que ocurre con los originales de otras homilías, está perfectamente indicada en el último folio: “Miércoles de la 4ª semana de Cuaresma. 15 de marzo de 1961". Ni en la primera página, ni en la última, se dice que sea una “homilía pronunciada...". Su propio comienzo hace pensar que no ha sido pronunciada durante la Misa sino más bien escrita en otro momento, aunque teniendo delante las lecturas de ese día4.
En la anotación del 15-III-1961, en el Diario del Colegio Romano de la Santa Cruz, no se hace mención alguna de la homilía. Sí se hace constar, en cambio, que san Josemaría tuvo al mediodía un rato de tertulia con los alumnos, en el que, entre otras cosas, volvió a tratar de la temática desarrollada en la meditación que les había dirigido el domingo anterior, 12 de marzo, por la mañana, en el oratorio de Santa María de la Paz, durante el retiro mensual. En aquella ocasión había predicado sobre la dirección espiritual y, comentando la doctrina evangélica del Buen Pastor, había recordado quiénes eran los buenos pastores para sus hijos: aquellos que habían recibido el encargo de ocuparse de su dirección espiritual. Se detuvo también en destacar la importancia de la sinceridad y de la corrección fraterna. El miércoles 15, en la mencionada tertulia, siguió haciendo amplia referencia al tema de la sinceridad, pero no hubo alusiones al argumento de la homilía que estudiamos.
Sinembargo, ese argumento de fondo estaba en el ambiente, pues consta que en aquel entorno temporal –Cuaresma y Semana Santa de 1961–, en distintas ocasiones, el fundador hizo fuerte hincapié, de un modo u otro y por diversas razones, en el tema de la libertad: libertad como don de Dios a la persona; libertad de los hijos de Dios que Cristo nos ha conseguido; libertad de los miembros de la Obra en todas sus opciones temporales, de acuerdo con la naturaleza secular de su vocación. Así, por ejemplo, el 1 de abril de 1961 (Sábado Santo), en reunión de familia con sus hijos, hizo mención de un artículo, aparecido en una revista católica norteamericana, que contenía alguna referencia negativa respecto de la Obra. “Nos ha dicho –se lee en el Diario del Colegio Romano de aquel día– que el asunto no tiene importancia alguna: es sólo una anécdota"5. No obstante, en la tarde del día siguiente, 2 de abril (Domingo de Resurrección), todos los alumnos recibieron, por indicación expresa de san Josemaría, una clase exponiendo la verdad sobre el contenido de dicho artículo, para que estuviesen informados y serenos, y supiesen perdonar sin guardar rencor6.
Algo semejante, entre otros ejemplos, se encuentra en la anotación del Diario del día 30 de abril. Allí, aludiendo a unas palabras del fundador, se lee: “Nos ha vuelto a hablar de nuestra libertad política, dentro de los límites que señala la Iglesia; y ha referido también esta libertad a cualquier otro terreno cultural, económico, social, artístico, etc.; de tal modo que no se puede decir que la Obra en tales sentidos tenga ninguna opinión o postura corporativa. Nos ha dicho que es falso e injusto decir ‘nuestra doctrina’, refiriéndose a tales campos de opinión y queriendo indicar un criterio común en Casa. (...) Insistió el Padre en estas ideas, diciéndonos que él últimamente ha hablado y escrito claramente, para defender esta libertad que como miembros de la Obra tenemos"7. Se advierte, pues, que era una época en la que san Josemaría hablaba con más frecuencia y con intensidad sobre la verdad y la libertad; sobre el respeto a la libertad de los demás y el derecho a exigirlo por la propia. En ese contexto no es extraña la fecha de datación de la homilía.
Como ya se ha indicado, El respeto cristiano a la persona y a su libertad fue editada privadamente por vez primera, junto con La Virgen santa, causa de nuestra alegría, en “Suplemento" de 1-15 septiembre 19728. Ambas homilías se publicaron también juntas en el Folleto “Mundo Cristiano", n. 153, de septiembre de 1972.
Unahomilía sobre la caridad cristiana y el daño que produce su ausencia
Presentada como una reflexión sobre el pasaje joánico de la curación del ciego de nacimiento (cfr. Jn 9, 1ss), leído en la Santa Misa durante el tiempo de Cuaresma, esta nueva homilía hace patente el inmenso contraste entre la grandeza del amor de Dios hacia todos los hombres y la pequeñez del amor humano por el prójimo, sometido fácilmente a nuestros vaivenes. Por tales vaivenes debe entenderse aquí no simplemente las oscilaciones de carácter, debidas a factores externos, sino más bien las que derivan de la carencia de virtud, en particular de la caridad.
En el citado pasaje joánico, la ocasión viene dada por el juicio, o más bien el prejuicio, manifestado por los discípulos del Señor acerca de las causas de la ceguera de aquel hombre. Asociaban injustamente aquella desgracia –era habitual esa opinión en el pueblo de Israel– a un pecado suyo o de sus padres. Al rechazar Jesús ese modo de pensar –como también al dejar que se acerquen a él los leprosos, o al comer con publicanos y pecadores–, está enseñando a situar la dignidad de la persona por encima de todo tipo de diatribas, sean de la escuela farisaica o de cualquier otro origen.
Hayen la naturaleza humana herida por el pecado una enorme facilidad para caer en la murmuración, en el juicio arbitrario, en la sospecha injustificada, que conducen con facilidad a la difamación e incluso a la calumnia. Tampoco la Iglesia, en sus miembros, se ha visto libre a lo largo de su historia de tal desgracia. Las biografías de los santos –frecuentemente sometidos a persecución y maledicencia– son uno de los mejores testimonios al respecto. Lo fue también, en efecto, palmariamente, la biografía personal y fundacional de san Josemaría Escrivá de Balaguer.
Mensaje del título e hilo conductor
El respeto a la persona, criatura hecha a imagen de Dios y llamada a ser en Cristo hija de Dios, es el primer presupuesto de la antropología cristiana y de la doctrina moral que de ésta se desprende. La eficacia práctica de tal presupuesto depende, como sucede con todas las demás enseñanzas vivas de Cristo, de interiorizarle a Él mismo en nuestra existencia, de que Cristo habite en nosotros por la gracia, de que sea Él quien actúe en nosotros y con nosotros. Es tan grande, a los ojos del Creador, la dignidad de la persona que, para liberarla del pecado y facilitarle el camino hacia su verdadera patria, que es el cielo, aceptó la muerte de su Hijo hecho Hombre, como satisfacción vicaria.
Esoes, en su raíz, lo que quiere hacer considerar san Josemaría al lector en este texto. Al resaltar el amor ilimitado de Cristo por los hombres y su libertad, desea ayudarnos también a meditar la magnitud de la caridad cristiana, capaz de pasar con señorío por encima de todas sus habituales negaciones, en el día a día, de la vida social y de la comunión eclesial.
El hilo conductor de la homilía radica en la identificación del cristiano con Cristo en el ejercicio de la caridad, y en consecuencia, en el trato de unos con otros. Podemos verlo formulado en estas palabras: “Esta es la vocación del cristiano: la plenitud de esa caridad (...). La caridad de Cristo no es sólo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar el bien"9.
Talhilo conductor viene desarrollado paso a paso en la homilía mediante sus cuatro apartados:
Los falsos juicios nn. 67-68
Derecho a la intimidad nn. 69-70
Colirio en los ojos n. 71
Respeto y caridad n. 72
La simple meditación de esos contenidos, y más en particular de la frase en la que el Autor –mediante una audaz y original aseveración, que merece ser considerada a fondo por sí misma– sostiene que la caridad “transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad", manifiesta que nos encontramos ante un texto teológico-espiritual moderno e interesante.
Señalamos a continuación, a modo de síntesis, algunos pasajes de cada uno de esos cuatro apartados, que volveremos a encontrar en las anotaciones al texto:
– “Ataques sistemáticos a la fama, denigración de la conducta intachable: esta crítica mordaz y punzante sufrió Jesucristo, y no es raro que algunos reserven el mismo sistema a los que, conscientes de sus lógicas y naturales miserias y errores personales, menudos e inevitables –añadiría– dada la humana debilidad, desean seguir al Maestro"10.
– “No puedo negar que a mi me causa tristeza el alma del que ataca injustamente la honradez ajena, porque el injusto agresor se hunde a sí mismo. Y sufro también por tantos que, ante las acusaciones arbitrarias y desaforadas, no saben dónde poner los ojos: están aterrados, no las creen posibles, piensan si será todo una pesadilla"11.
– “Frente a los negociadores de la sospecha, que dan la impresión de organizar una trata de la intimidad, es preciso defender la dignidad de cada persona, su derecho al silencio"12.
– “Desde hace más de treinta años, he dicho y escrito en mil formas diversas que el Opus Dei no busca ninguna finalidad temporal, política; que persigue sólo y exclusivamente difundir, entre multitudes de todas las razas, de todas las condiciones sociales, de todos los países, el conocimiento y la práctica de la doctrina salvadora de Cristo: contribuir a que haya más amor de Dios en la tierra y, por tanto, más paz, más justicia entre los hombres, hijos de un solo Padre"13.
– “Entre los que no conocen a Cristo hay muchos hombres honrados que, por elemental miramiento, saben comportarse delicadamente: son sinceros, cordiales, educados. Si ellos y nosotros no nos oponemos a que Cristo cure la ceguera que todavía queda en nuestros ojos, si permitimos que el Señor nos aplique ese lodo que, en sus manos, se convierte en el colirio más eficaz, percibiremos las realidades terrenas y vislumbraremos las eternas con una luz nueva, con la luz de la fe: habremos adquirido una mirada limpia"14.
– “La caridad de Cristo no es sólo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar el bien"15.
– “La caridad cristiana no se limita a socorrer al necesitado de bienes económicos; se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de hijo del Creador"16.
– “Espero que seremos capaces de sacar consecuencias muy concretas de este rato de conversación, en la presencia del Señor. Principalmente el propósito de no juzgar a los demás, de no ofender ni siquiera con la duda, de ahogar el mal en abundancia de bien, sembrando a nuestro alrededor la convivencia leal, la justicia y la paz"17.