Homilía en el Domingo de Ramos
Lugar en el libro: 8ª
Datación: 4-IV-1971
Primera edición: XII-1972
Orden de edición: 17ª
Nos encontramos ante una de las homilías sobre las que menos información tenemos. Fue enviada a España desde Roma, a finales de noviembre de 1972 –junto con la homilía Cristo Rey–, de cara a la edición del libro1; fue, por tanto, uno de los últimos textos elaborados por san Josemaría para formar parte de Es Cristo que pasa.
Se ha conservado el original mecanografiado de la última redacción: doce folios a doble espacio, con veintitrés notas a pie de página2; en ese original hay una pequeña corrección autógrafa de san Josemaría, en el n. 77e, que señalaremos en su momento. Lleva por titulo: LA LUCHA INTERIOR; y debajo se lee: “(Homilía pronunciada el 4-IV-1971, Domingo de Ramos)".
Por la fecha de envío a España, se puede suponer, aunque no haya datos para confirmarlo, que el último retoque de la redacción quizás tuvo lugar durante el mes de octubre de 1972. No se ha conservado ningún documento en relación con su proceso de elaboración. Es probable que fuera directamente redactada para ser editada e incluida en el libro. No se dispone tampoco de documentación para dar razón de su fecha de datación3.
Después de haber visto privadamente la luz en “Suplemento" (1-15 noviembre de 1972), La lucha interior fue publicada por vez primera en Madrid, en la colección de Folletos “Mundo Cristiano", n. 155, diciembre de 1972. En el mismo folleto, se publicó también la homilía En la Epifanía del Señor.
En el comienzo de la Semana Santa
La hermosa liturgia del Domingo de Ramos, y en particular la procesión de los fieles con palmas y ramos, que rememora el recibimiento jubiloso de los habitantes de Jerusalén a Jesucristo, es el punto de partida del texto que nos disponemos a leer y anotar. San Josemaría va a desarrollar su doctrina sobre la exigencia de la lucha ascética para seguir los pasos de Cristo, que es nuestra paz en cuanto vencedor, mediante su Cruz y su Resurrección, sobre el misterio del pecado y de la culpa humanamente irremediable, así como sobre su maligno instigador, Satanás. Si pertenecemos a Cristo y nos dejamos guiar por su Espíritu (cfr. Rm 8, 14), su victoria es la nuestra, su paz se hace también realidad en la nuestra.
El razonamiento básico de la homilía resulta del todo evidente: “Cristo, que es nuestra paz, es también el Camino (cfr. Jn 14, 6). Si queremos la paz, hemos de seguir sus pasos. La paz es consecuencia de la guerra, de la lucha, de esa lucha ascética, íntima, que cada cristiano debe sostener contra todo lo que, en su vida, no es de Dios: contra la soberbia, la sensualidad, el egoísmo, la superficialidad, la estrechez de corazón"4. Sólo de esa lucha íntima contra sí mismo, fuente de sosiego interior, puede proceder la paz que podemos y debemos transmitir hacia fuera de nosotros: la comprensión, la grandeza de corazón, la mirada limpia, la rectitud de intención, la generosidad. En una palabra, la donación a los demás, que prolonga lo que Cristo quiso hacer con su propia vida en relación con nosotros.
No son, sin embargo, las consecuencias ad extra de la lucha ascética del cristiano –aquellas que se podrían considerar como sus resonancias culturales y sociales– las que aquí se van a llevar la palma del protagonismo, sino más precisamente, aunque sean inseparables de las anteriores, sus dimensiones ad intra: sus consecuencias íntimas, que se manifiestan en la identificación del cristiano con Cristo, luchador y victorioso con Él, hijo de Dios en Él por la fuerza de su Espíritu, coheredero de su gloria (cfr. Rm 8, 17).
Una frase de la homilía puede sintetizar este trasfondo: “Estamos obligados a superarnos, porque en esta competición la única meta es la llegada a la gloria del cielo. Y si no llegásemos al cielo, nada habría valido la pena"5. Lo importante es luchar por conseguirlo, y hacerlo con espíritu deportivo. “El Señor nos pide un batallar cada vez más rápido, cada vez más profundo, cada vez más amplio"6.
Mensaje del título e hilo conductor
De esa lucha del cristiano consigo mismo, condición indispensable para la eficacia de su presencia apostólicamente activa en la sociedad en defensa de la verdad, de la libertad, de la justicia, de la solidaridad, habla la homilía con claridad y concisión. Es difícil, a mi entender, encontrar en la literatura espiritual contemporánea un texto que logre expresar en tan pocas páginas una doctrina tan completa acerca de los objetivos y los medios del combate espiritual cristiano. A los objetivos ya nos hemos referido; hagamos pues una breve referencia a los medios.
Son los que manifiestan la primacía de Dios y de la gracia en el hecho histórico del cristianismo, los mismos que, en cualquier periodo temporal, han sido recordados sin cansancio tanto por el magisterio doctrinal de la Iglesia como por los maestros espirituales. San Josemaría, uno de ellos, pone de relieve de nuevo ante nuestros ojos esta esencial convicción cristiana: “Los medios no han cambiado en estos veinte siglos de cristianismo: oración, mortificación y frecuencia de Sacramentos. Como la mortificación es también oración –plegaria de los sentidos–, podemos describir esos medios con dos palabras sólo: oración y Sacramentos"7.
El mensaje de la homilía resulta sumamente claro. La lucha interior del cristiano, cuya finalidad se concreta en alcanzar el cielo y cuyo cimiento firme se encuentra en la oración y los sacramentos, exige por nuestra parte reciedumbre, constancia y espíritu deportivo, pues consiste en comenzar y recomenzar con perseverancia, con buen humor, sin cansarnos.
El hilo conductor de la homilía reside en la invitación a luchar por amor en las pequeñas cosas de la jornada, queriendo salir una y otra vez de la “ciudadela del propio egoísmo"8. Sin lucha, nos dirá san Josemaría, no hay victoria, y sin victoria no hay paz ni verdadera alegría. Y es precisamente, en la paz y la alegría de la victoria por amor, donde nos espera Cristo: ahí lo encontramos.
Junto a Cristo, la lucha perseverante del cristiano en lo pequeño o lo grande de cada día se convierte en santidad y heroísmo. “Hoy, como ayer, del cristiano se espera heroísmo. Heroísmo en grandes contiendas, si es preciso. Heroísmo –y será lo normal– en las pequeñas pendencias de cada jornada. Cuando se pelea de continuo, con Amor y de este modo que parece insignificante, el Señor está siempre al lado de sus hijos, como pastor amoroso"9.
Por esa vía nos va conduciendo paso a paso la homilía, siguiendo unas líneas de desarrollo, de las que podemos adelantar, con palabras del propio texto y sin mayor comentario por ahora, algunos puntos firmes.
– “Cristo es nuestra paz porque ha vencido; y ha vencido porque ha luchado, en el duro combate contra la acumulada maldad de los corazones humanos"10.
– “Cristo, que es nuestra paz, es también el Camino. Si queremos la paz, hemos de seguir sus pasos. La paz es consecuencia de la guerra, de la lucha, de esa lucha ascética, íntima, que cada cristiano debe sostener contra todo lo que, en su vida, no es de Dios"11.
– “La fe me dice que Cristo ha vencido definitivamente y nos ha dado, como prenda de su conquista, un mandato, que es también un compromiso: luchar"12.
– “Para el cristiano, el combate espiritual delante de Dios y de todos los hermanos en la fe, es una necesidad, una consecuencia de su condición. Por eso, si alguno no lucha, está haciendo traición a Jesucristo y a todo su cuerpo místico, que es la Iglesia"13.
– “La guerra del cristiano es incesante, porque en la vida interior se da un perpetuo comenzar y recomenzar, que impide que, con soberbia, nos imaginemos ya perfectos"14.
– “En este torneo de amor no deben entristecernos las caídas, ni aun las caídas graves, si acudimos a Dios con dolor y buen propósito en el sacramento de la Penitencia. El cristiano no es un maníaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada"15.
– “La vida del cristiano es milicia, guerra, una hermosísima guerra de paz, que en nada coincide con las empresas bélicas humanas, porque se inspiran en la división y muchas veces en los odios, y la guerra de los hijos de Dios contra el propio egoísmo, se basa en la unidad y en el amor"16.
– “No nos engañemos: en la vida nuestra, si contamos con brío y con victorias, deberemos contar con decaimientos y con derrotas. Esa ha sido siempre la peregrinación terrena del cristiano, también la de los que veneramos en los altares"17.
– “Lucha cada instante en esos detalles en apariencia menudos, (...); vive con puntualidad el cumplimiento del deber; sonríe a quien lo necesite, aunque tú tengas el alma dolorida; dedica, sin regateo, el tiempo necesario a la oración; acude en ayuda de quien te busca; practica la justicia, ampliándola con la gracia de la caridad"18.
– “Si se abandonan los Sacramentos, desaparece la verdadera vida cristiana"19.
– “Los Sacramentos, medicina principal de la Iglesia, no son superfluos: cuando se abandonan voluntariamente, no es posible dar un paso en el camino del seguimiento de Jesucristo: los necesitamos como la respiración, como el circular de la sangre, como la luz, para apreciar en cualquier instante lo que el Señor quiere de nosotros"20.
– “Quien no pelea, se expone a cualquiera de las esclavitudes, que saben aherrojar los corazones de carne: la esclavitud de una visión exclusivamente humana, la esclavitud del deseo afanoso de poder y de prestigio temporal, la esclavitud de la vanidad, la esclavitud del dinero, la servidumbre de la sensualidad..."21.
– “El posible decaimiento del sentido de la responsabilidad en algunos pastores no es un fenómeno moderno; surge ya en tiempos de los apóstoles, en el mismo siglo en el que había vivido en la tierra Jesucristo Nuestro Señor. Y es que nadie está seguro, si deja de pelear consigo mismo. Nadie puede salvarse solo"22.
– “Esta exigencia de combate no es nueva en el cristianismo. Es la verdad perenne. Sin lucha, no se logra la victoria; sin victoria, no se alcanza la paz"23.
– “Hoy, como ayer, del cristiano se espera heroísmo. Heroísmo en grandes contiendas, si es preciso. Heroísmo –y será lo normal– en las pequeñas pendencias de cada jornada"24.