Homilía en el Domingo de Resurrección
Lugar en el libro: 11ª
Datación: 26-III-1967
Primera edición: XI-1968
Orden de edición: 1ª
La homilía Cristo presente en los cristianos, vista a posteriori, ofrece tres características únicas e importantes: a) fue la primera en ser publicada de las que integrarían Es Cristo que pasa; b) si bien redactada por san Josemaría en castellano, vio su primera luz en la versión francesa (Le Christ présent chez les chrétiens), aunque también fue editada, casi inmediatamente, en castellano; y, c) la idea expresada en el título, y más aún el contenido de la homilía, significaban una anticipación indeliberada de la tesis fundamental del futuro libro, en el que aún no se pensaba: Jesucristo sigue viviendo y obrando eficazmente en la historia a través de sus discípulos, los cristianos.
El origen de la homilía estuvo en la petición dirigida a san Josemaría de un texto de carácter teológico-espiritual, para ser publicado en la revista cultural francesa “La Table Ronde"1. Los hechos han sido ya esbozados en la Introducción general, y los desarrollamos ahora con más detalle.
El día 27 de mayo de 1968, Henry Cavanna2, coordinador editorial de la citada revista, escribía desde Lovaina una carta a D. Álvaro del Portillo –por entonces Secretario general del Opus Dei–, informándole de un número monográfico especial sobre Jesucristo, que estaba en preparación para ser editado en otoño de aquel año, y en el que les gustaría contar con “una contribución del Padre"3. La misiva estaba dirigida a D. Álvaro con la intención de hacer llegar delicadamente a san Josemaría (el Padre), a través de su más estrecho colaborador, una petición muy concreta y, hasta ese momento, infrecuente por no decir desconocida en el ámbito en que nos movemos. Lo que se pedía era, concretamente: “un escrito del Padre sobre La présence du Christ chez les chrétiens", con el que se cerraría el número especial previsto.
Se pensaba, pues, en un texto de temática cristológica, formalmente semejante a otros artículos que aparecerían en el número monográfico, pero no de carácter histórico o teológico-dogmático, sino con un estilo “más existencial, ascético y vivo". Hoy hablaríamos de un escrito de carácter teológico-espiritual. En todo caso, y éste es un punto interesante, se sugería publicar un artículo, mejor que una entrevista. Tras dicha sugerencia se esconden algunas circunstancias que merecen ser explicadas.
En realidad, aunque se iba a cerrar poco después, permanecía todavía abierto en el entorno de trabajo de san Josemaría el ciclo de las entrevistas por escrito4. No sólo llegaban solicitudes de distintos medios de comunicación, sino que también eran promovidas desde Roma. De hecho, en noviembre de 1967, el Consejo General había enviado una comunicación a diversas Regiones aludiendo a la posibilidad de preparar “un cuestionario de preguntas para que Mariano conteste por escrito y se publique luego esa entrevista"5. En la comunicación dirigida a la Comisión de Francia, proponía el Consejo General algunos temas que podrían incluirse en el cuestionario para la eventual entrevista6.
La invitación a preparar un cuestionario fue acogida positivamente por “La Table Ronde", aunque su realización se postergó, mientras la Redacción estudiaba la solución más apta, para incluir la entrevista en un número especial de temática religiosa. En realidad, como la revista acababa de publicar dos números de esa índole, parecía preferible dejar pasar algún tiempo antes de editar otro semejante. En consecuencia, se comunicó a Roma que el cuestionario sería enviado más adelante: “en cuanto se precise la orientación general del número y también la fecha de su aparición"7. Los acontecimientos, sin embargo, se iban a desarrollar por un camino distinto.
La mencionada carta de Henry Cavanna a D. Álvaro del Portillo, escrita el 27 de mayo de 1968, es decir, casi dos meses después de los hechos relatados, planteaba un nuevo escenario. No sólo se daba noticia de la temática del próximo número de “La Table Ronde" de materia teológico-espiritual (“Jesucristo"), y de la fecha de aparición (otoño de 1968), sino que además –y esto era lo más significativo–, se sugería sustituir la eventual entrevista a san Josemaría por un texto inédito suyo (“un artículo"), relacionado con la temática prevista.
Es interesante releer el párrafo donde Cavanna razona tal sugerencia, que, por cierto, iba a ser inmediatamente aceptada. Con un estilo sencillo y directo (pertenece a una carta autógrafa, de perfil más “familiar" que formal, como ya se indicó), dice así: “Pensábamos que las ventajas de un artículo sobre una interview son varias: a) la forma y el tono intelectual: un artículo se valora más; b) de publicar luego todo en forma de libro, el artículo queda, la interview no va; c) son varias ya las interviews traducidas al francés y en trance de publicación, y acaso se repitan cosas; d) desde el punto de vista técnico, en “La Table Ronde" no va demasiado una interview".
Este breve párrafo de la carta pudo ejercer, probablemente, la suave presión que bastaba para inclinar la balanza a favor de un texto en forma de artículo, dejando de lado la posibilidad, hasta entonces más plausible, de una entrevista. Las cuatro razones alegadas eran válidas pero, a mi entender, las sostenidas en a) y c) eran más consistentes, y cualquiera de las dos –posiblemente en mayor medida la c)– podía ser suficiente para que san Josemaría, último destinatario de la carta, consintiera a la petición.
Que ésta fue aceptada inmediatamente lo prueba, en cierto modo, una anotación autógrafa de san Josemaría (con bolígrafo de tinta roja) que se encuentra al final de la carta de Cavanna, en el revés del folio, y dice así: “= Que escriba también Alvaro: Jesucristo en el Derecho de la Iglesia, 29-5-68". Ese “también", escrito por san Josemaría, parece indicar que él ya había aceptado la petición; quería sin embargo que se contase además con una aportación de D. Álvaro8.
Cavanna incluía en su sugerencia otros dos aspectos, en cierto modo contrapuestos, aunque quizás también ambos útiles de cara a la solución finalmente adoptada. Para apoyar que se hiciera llegar a la revista un artículo del Padre y no una entrevista, escribe (posiblemente al releer la carta antes de entregarla, pues la incluye en una anotación final, después de su firma) esta frase: “Cabe también publicar el texto de una homilía, aunque para la revista sea menos original". Utiliza, pues, ahora, y queremos hacerlo notar, el término “homilía". Pero además, refiriéndose a la deseable extensión del texto solicitado, señala: “La longitud sería aproximadamente como la de la homilía de la misa de Pamplona"9.
La decisión tomada por el fundador aquel mismo día, o incluso en el mismo momento en que escribía la frase sobre la colaboración de D. Álvaro, fue justamente la de preparar un texto sobre el tema sugerido (la presencia de Cristo en los cristianos), y enviarlo a la revista. Lo confirma de algún modo un sencillo testimonio documental: en el sobre que contenía la carta de Cavanna –y que se conserva junto con ella– escribió san Josemaría: “Javi (encerrado con trazo fuerte en un círculo): minuta 29-5-68". Estaba, pues, encargando ese mismo día a D. Javier Echevarría que fuese preparada una minuta de comunicación para responder a la petición de la carta10.
El original, en castellano, de Cristo presente en los cristianos fue enviado a “La Table Ronde", a través de la Comisión Regional de Francia, el día 7 de julio de 1968, es decir, seis semanas después de la fecha que había escrito san Josemaría en el sobre. En la breve comunicación que lo acompañaba se lee: “Enviamos el texto de una homilía del Padre, para que se publique"11. Quedaba, por tanto, indicado que el escrito era concebido por el autor como una homilía y como tal debía ser publicado, haciendo constar una fecha12.
El texto en castellano de la homilía fue elaborado durante los días que van, del 29 de mayo de 1968 (fecha en que san Josemaría aceptó la petición de la revista) al 7 de julio de 1968 (fecha en que el original fue enviado a Francia). La documentación que se conserva sobre el proceso de elaboración es muy escasa –a causa, principalmente, como ya ha sido mencionado, del método de trabajo seguido–, y no podemos precisar qué textos de su predicación previa utilizó san Josemaría para redactar la homilía. La temática de fondo, la identificación con Cristo, o en otras palabras –como se leerá en la futura homilía–, el hacer de la vida de Cristo vida nuestra, era argumento habitual en sus labios13.
Del iter seguido en la elaboración de la homilía se conserva un solo documento, aunque precioso. Se trata de la penúltima redacción mecanografiada del texto, sobre la que se han incorporado también mecanografiadas (por el sencillo procedimiento de cortar y pegar) las últimas correcciones –en número de doce– escritas a mano y con bolígrafo rojo por san Josemaría sobre aquel texto14. En algunas, mirando en directo o al trasluz, se aprecian perfectamente tales modificaciones autógrafas (una ha quedado incluso sin cubrir). De otras, aunque no sea visible el rastro del bolígrafo rojo, se puede sostener lo mismo pues sólo el autor modificaba el texto al releer la versión anterior. Dicho original, que es la última redacción en castellano de “Cristo presente en los cristianos", pues el texto coincide con el publicado en francés por “La Table Ronde", ocupa dieciséis folios a doble espacio; los dos últimos contienen las notas, en número de cuarenta15.
Le Christ présent chez les chrétiens, traducida del castellano por Paul Werrie16 se editó por vez primera en “La Table Ronde", n. 250, noviembre 1968, 157-172. Formaba parte, según lo previsto, de un número monográfico titulado “Jésus-Christ", que incluía otros trabajos, también de gran calidad, sobre diferentes aspectos del misterio de Cristo, “le mystère des mystères" como lo denomina el editor del número, Henry Cavanna, en la introducción17. El número total de colaboraciones, todas de primera fila y realizadas desde diversas perspectivas científicas, espirituales y confesionales, se elevaba a veintiséis. Todavía hoy, a más de cuarenta años de su edición, aquel número de la revista puede ser considerado un evento cultural de alta calidad18.
En castellano, Cristo presente en los cristianos, salió prácticamente a la par con la primera edición francesa, en noviembre de 1968, en dos medios de comunicación publicados en Madrid: la revista “Palabra", nº 39, pp. 9-12, y la colección de Folletos “Mundo Cristiano", nº 77, noviembre de 196819.
Como sabemos, san Josemaría solía releer las homilías recién publicadas, e introducía a veces alguna leve mejora en el texto; normalmente eran correcciones de erratas o de aspectos redaccionales menores, pero también se encuentra alguna corrección de palabras o de frases20. De estos cambios se informaba rápidamente a los editores para que los tuviesen en cuenta, así como a quienes se ocupaban de las traducciones a otras lenguas.
En la solemnidad de la Resurrección del Señor
Las dos palabras: Cristo vive, que abren esta hermosa homilía pascual, componen desde los tiempos apostólicos la más radical confesión de fe de la Iglesia. Expresan, por eso mismo, una convicción distintiva y determinante del cristianismo: “Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado (...). Es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos"21. La cosmovisión cristiana en toda su amplitud conceptual, es decir, considerada al mismo tiempo como credo religioso, doctrina moral y coherente estilo de vida, ha sido establecida y desarrollada sobre esa fundamental certeza. “Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos"22. De su presencia personal entre nosotros se alimenta el ideal cristiano de santidad y perdura el compromiso apostólico.
Santidad personal y misión apostólica son los dos grandes argumentos del libro que tenemos entre las manos, que siguiendo la senda ascendente del año litúrgico cristiano, alcanza ahora, en cierto modo, la cumbre de su recorrido. Puesto que Cristo vive, puesto que “permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad"23, resulta hoy preciso –como lo fue entonces– encontrarle y seguirle, dar testimonio de su presencia y de su enseñanza. Es necesario, con otras palabras, conocerle y darlo a conocer, pues sólo Él, Dios y Hombre verdadero, “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación"24.
La literatura espiritual cristiana, testigo multiforme a través de la historia y de las culturas de una misma solicitud –la de mostrar a Cristo y el significado del vivir en Cristo–, ofrece incontables desarrollos de cuanto venimos señalando. En los textos de san Josemaría en general, y en la presente homilía en particular, dicha solicitud, vivamente formulada en consonancia con la tradición católica, presenta además el colorido y la expresividad que se derivan de su característica contemplación del cristiano como “otro Cristo, el mismo Cristo". “Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a Él por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!"25. El Señor resucitado está presente no sólo entre sus discípulos, sino que además, al estar por la gracia en ellos, se hace también presente –¡quiere hacerse presente!– en medio de los hombres a través de los cristianos.
Su vida se ha de manifestar a través de la nuestra. Mi existencia de cristiano ha de ser, en definitiva, como un escenario real y personal en el que, bajo la luz de la fe y el fuego del Espíritu Santo, se represente cada día, en cada instante, el misterio inefable del Hijo de Dios hecho hombre, mostrándolo accesible y atractivo para los demás. Esta es la misión que nos ha sido asignada con el don de la vocación cristiana: vivir como hijos de Dios y “aprender a llevar a Cristo hasta nuestros hermanos, siendo nosotros mismos Cristo"26.
Mensaje del título e hilo conductor
El título que san Josemaría quiso poner al texto respondía exactamente al requerimiento que le habían hecho –un escrito sobre “La présence du Christ chez les chrétiens"–, pero con un matiz redaccional preciso: “Cristo presente en los cristianos", que aportaba concreción y sentido de acción. De “La présence du Christ...", formulada en la originaria petición, se pasó a un texto titulado: “Le Christ présent chez les chrétiens". Esa presencia actual, viva y operativa de Cristo en y a través del cristiano (alter Christus, ipse Christus), era justamente –como hemos indicado– lo que san Josemaría quería destacar. De ese modo, en y a través de sus discípulos, continúa haciéndose presente la eficacia redentora de Cristo en el devenir del tiempo y de los acontecimientos humanos.
Así pues, el título de la homilía, es en este caso –quizás como en ninguna otra de las que componen el libro–, el mensaje mismo. Encierra su enunciado una clave teológica profunda: si Cristo ha desvelado con su vida, muerte y resurrección el significado último de la existencia humana, han de ser los cristianos –que poseen en la fe esa verdad plena sobre el hombre– quienes muestren ante los demás, con su existencia creyente, el verdadero rostro de Cristo, y en él al Padre, Señor de los cielos y de la tierra. Al movimiento descendente que va de Dios al hombre, a través del misterio de Cristo, ha de corresponder a lo largo de la historia un movimiento ascendente que, desde el cotidiano existir cristiano, conduzca a los hombres al conocimiento del Salvador y, por medio de Él, al encuentro pleno con Dios. Esto es cuanto encontramos desarrollado en los sucesivos números de la homilía.
Si Cristo habita en el cristiano por la gracia, si su vida es sacramentalmente vida nuestra, hemos de saber encarnarla en nosotros, dejando también que se manifieste de manera actual hacia el exterior. Ese es el hilo conductor de la homilía, metodológicamente desarrollado conforme a un esquema básico que, de modo más o menos explícito, se repite en todo el libro, y que podría quedar formulado así: conocer bien a Cristo para reconocernos en Él y comportarnos como hijos de Dios. Aquí, concretamente, ese hilo de fondo ha quedado estructurado en tres pasos sucesivos, de acuerdo con estos títulos: a) Jesucristo, fundamento de la vida cristiana; b) Contemplación de la vida de Cristo; c) Aplicación a nuestra vida ordinaria. Los aspectos más característicos de cada uno de esos puntos serán puestos de relieve con oportunas anotaciones al texto.
Pueden quedar ya, sin embargo, sintéticamente expresados en algunas formulaciones, especialmente representativas:
“El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera.
La fe nos lleva a reconocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, a identificarnos con Él, obrando como Él obró"27.
“Es ese amor de Cristo el que cada uno de nosotros debe esforzarse por realizar, en la propia vida. Pero para ser ipse Christus hay que mirarse en Él. No basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de Él detalles y actitudes. Y, sobre todo, hay que contemplar su paso por la tierra, sus huellas, para sacar de ahí fuerza, luz, serenidad, paz.
Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento en un pesebre, hasta su muerte y su resurrección"28.
“Hemos recorrido algunas páginas de los Santos Evangelios para contemplar a Jesús en su trato con los hombres, y aprender a llevar a Cristo hasta nuestros hermanos, siendo nosotros mismos Cristo. Apliquemos esa lección a nuestra vida ordinaria, a la propia vida. Porque no es la vida corriente y ordinaria, la que vivimos entre los demás conciudadanos, nuestros iguales, algo chato y sin relieve. Es, precisamente en esas circunstancias, donde el Señor quiere que se santifique la inmensa mayoría de sus hijos.
Es necesario repetir una y otra vez que Jesús no se dirigió a un grupo de privilegiados, sino que vino a revelarnos el amor universal de Dios. Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su profesión u oficio. La vida corriente y ordinaria no es cosa de poco valor: todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que nos llama a identificarnos con Él, para realizar –en el lugar donde estamos– su misión divina"29.