2 (nota 4) Ps 119, 1 y 2 ] Ps 119, 12 – (cfr. p. XVII: Pautas de edición, nn. 1-3)
6 (nota 10) CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, 8 ] Const. dogm. Lumen gentium, 8
10 «Nuestra fidelidad al Magisterio». Aunque la unidad más radical de la Iglesia, aquella que subsistirá aun después del final de los tiempos, es la unidad en la caridad, durante la fase peregrinante en el tiempo esta misma unidad se construye primordialmente a partir de la unidad en la fe. De ahí que si esta última se pone en peligro, peligrará también la de la Iglesia. En momentos de dudas y desconciertos, san Josemaría anima a aferrarse a la columna firme y segura del magisterio, entendiéndolo en su sentido genuino, como el resultado de la asistencia del Espíritu Santo a los pastores, para que santamente custodien y fielmente expongan la revelación transmitida por los apóstoles.
13 «Solo existe una Iglesia verdadera». El ecumenismo es, ante todo, una cuestión de amor, es la caridad que lleva a desear hacer partícipes a todos los cristianos de la plenitud de los medios de salvación en la única Iglesia de Cristo. Porque surge del amor, no puede desvincularse de la verdad, sin traicionar su finalidad específica. Al santo fundador le preocupan los derroteros de «algunas iniciativas autodenominadas ecuménicas», supuestamente impulsadas por el Vaticano II, pero en realidad producto de eclesiologías de inspiración más sociológica que teológica, donde se intenta llegar a la unidad en base a compromisos que invaden el ámbito de lo intangible, o buscando rebajar las distintas posiciones, incluida la católica, al mínimo común denominador.
Cabe recordar, equilibrando el tono de lenguaje aquí empleado, muy dependiente del confuso período que entonces se vivía, que san Josemaría fue pionero en el acercamiento institucional entre cristianos separados. Tuvo que insistir con fuerza ante la Santa Sede, en años anteriores al Unitatis redintegratio del Vaticano II, para lograr que puedan ser admitidos en el Opus Dei, como cooperadores, los no católicos (cfr. Conv, 32); y su delicado aprecio a la libertad de las conciencias y al pluralismo del Pueblo de Dios son elementos que fomentan una genuina disposición ecuménica.
19 Al editarse esta homilía en el volumen Amar a la Iglesia (1986) se introdujo, después de «que lo atraviesan», un cambio de párrafo. En la edición "Escritos varios" se vuelve a la disposición original del texto.
(nota 24) Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, 29-VI-1943 ] Pío XII, enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943
20 (nota 26) Ibidem ] Pío XII, enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943
«Esa es la realidad de la Iglesia ahora, aquí». La noción de la Iglesia como «sociedad perfecta en su género» está muy presente en la eclesiología de los siglos XIX y xx anterior al Vaticano II; la encontramos explícitamente en la Mystici Corporis de Pío XII, aquí citada, y sin explicitar «en su género» en la encíclica Satis cognitum de León XIII (a. 1896): dos lugares donde el magisterio había abordado en modo sustancial la naturaleza de la Iglesia. Conviene tener presente que el aspecto "societario" de la Iglesia está también presente en la constitución Lumen gentium; en un texto de especial importancia para el entero documento, el n. 8, se habla de «la sociedad provista de sus órganos jerárquicos», a propósito de la unidad eclesial. Nótese que la Iglesia-sociedad es nombrada aquí para resaltar adecuadamente el hecho de estar dotada de órganos jerárquicos: es el mismo contexto en el que san Josemaría usa la expresión «sociedad perfecta» aplicada a la Iglesia, poniendo así de relieve la continuidad del magisterio.23 «La santidad original y constitutiva de la Iglesia». No se niegan, en este texto, los defectos que puedan existir en el elemento humano de la Iglesia, también a nivel institucional, que «resultan de la acción en Ella de los hombres». Pero se pone en guardia frente a la tendencia a extender esta acción de los hombres más allá de lo que ellos realmente pueden, como si se pudiese manchar «la santidad original y constitutiva de la Iglesia». Los aludidos meaculpismos, de los que san Josemaría toma distancia, surgían de una actitud, entonces bastante difundida, de querer contrastar un cierto triunfalismo, consecuencia de la teórica perfección de su quehacer, que habría caracterizado a la Iglesia antes del último concilio, con un «airear las miserias», «exagerando los defectos» y llegando, no raramente, a presentar en negativo lo que pertenece al aspecto constitutivo de la Iglesia. Conviene finalmente recordar que san Josemaría no ignoró lo que en la vida de la Iglesia se habría de mejorar y, en diversos campos, impulsó su renovación o, al menos, expresó su pesar ante situaciones necesitadas de reforma. Piénsese en el estado endeble de garantías jurídicas de los fieles en la Iglesia, que experimentó personalmente; en la promoción, mucho antes de la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, de la participación activa de los fieles en la liturgia; en los recursos destinados a renovar el modo de vivir el sacerdocio, dedicando a su mejor colaborador, el beato Álvaro del Portillo, a los trabajos de redacción del decreto Presbyterorum ordinis, durante las sesiones conciliares; en el impulso dado, también a través de sus mejores colaboradores, a la elaboración del nuevo Código de Derecho Canónico; y, naturalmente, no puede aquí silenciarse lo que significa para la renovación de la Iglesia, desde diversos puntos de vista, la institución por él fundada, el Opus Dei.
29 «La Iglesia era Católica ya en Pentecostés». Sin minusvalorar la importancia del aspecto cuantitativo de la catolicidad de la Iglesia –se habla explícitamente de su extensión geográfica y antropológica–, el acento, considerando el conjunto de estos párrafos, recae sobre el aspecto cualitativo: por eso afirma con satisfacción que «la Iglesia era Católica ya en Pentecostés». Para llegar a todos, la Iglesia debe realizar su misión de modo abierto a la universalidad del género humano –sin discriminación alguna, sin encerrarse en particularismos políticos, lingüísticos o culturales– y actualizando todos los medios de salvación en su posesión (la totalidad de los que existen). Para que todo llegue a todos, hay que desplegar toda la potencialidad.
35 (nota 32) Ibidem ] SANTO TOMÁS, S. Th. III
41 «A través de dos mil años de historia, en la Iglesia se conserva la sucesión apostólica». Los párrafos dedicados a la apostolicidad de la Iglesia están estructurados según un modo tradicional y consolidado de afrontar el tema: partiendo del "apostolado de los Doce" se pasa al "apostolado en la sucesión" (los obispos), dentro de la cual encontramos la "sucesión petrina" (el Papa). De esta manera, la relación entre el Obispo de Roma y los demás obispos no se plantea en clave conflictiva o de óptica de poderes, sino en armonía con la unidad implorada por nuestro Señor para con sus apóstoles.
44 «Edificada sobre el único Pedro, se levanta por la unidad de la fe y por la caridad en un solo cuerpo conexo y compacto». Nótese cómo la sucesión apostólica, en su despliegue histórico desde Pentecostés hasta la Parusía, en cierto sentido "sostiene" a las demás propiedades: la sucesión episcopal y petrina es principio visible de la unidad de la Iglesia; en ella existe el ministerio necesario para que los medios de santificación fecunden la humanidad; el envío misional, inscrito en el mismo adjetivo de "apostólica", actúa geográficamente la catolicidad.
46 (nota 44) Ibidem, ad 1 ] SANTO TOMÁS, S. Th. III, q. 68, a. 9 ad 1
49 «No comprenderá la apostolicidad de la Iglesia». Mientras que la sucesión apostólica es patrimonio exclusivo de los obispos –y, subordinadamente, de los presbíteros y diáconos–, la apostolicidad –que es lo que profesamos en el símbolo de la fe– pertenece a toda la Iglesia. Todo lo que en ella encontramos de esencial proviene de Jesucristo a través de los apóstoles. En este contexto, san Josemaría se concentra en uno de los elementos recibidos por la Iglesia en los apóstoles, es decir la tarea y la obligación de difundir el Evangelio. Decir que toda la Iglesia es apostólica es decir que el apostolado, en el sentido apenas indicado, es tarea de todos. La misión apostólica, en definitiva, es heredada por todos los fieles, aunque sea ejercitada en modo distinto según se trate de ministros, laicos o religiosos.
4 «El más inefable misterio de nuestra santa religión: la Trinidad Beatísima». Fiel a la perspectiva Ecclesia de Trinitate, ya aludida, para san Josemaría cada una de las propiedades refleja un aspecto de la esencia de la Iglesia, precisamente en su relación con la Trinidad (sobre este tema, cfr. BURKHART – LÓPEZ, Vida, vol. I, pp. 508-509). También en esto se palpa la sintonía entre el pensamiento del fundador del Opus Dei y la Lumen gentium. Se ponen así las premisas para desarrollar la idea central de la homilía, es decir, el carácter sobrenatural de la Iglesia.
9 (nota 59) Cfr. ] cfr. –
11 (nota 61) Alocución del ] Alocución el
12 «Cuando oímos voces de herejía». Ya en el inmediato posconcilio la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales Cum Oecumenicum Concilium, del 24 de julio de 1966 (AAS 58 [1966], pp. 659-661), tuvo que advertir sobre «los crecientes abusos en la interpretación de la doctrina del Concilio», señalando en particular algunos errores, tanto en el ámbito de la fe come en el de la moral.
13 «Un elemento humano y un elemento divino». Nuevamente en sintonía con la Lumen gentium, se insiste en la unidad del aspecto humano y el aspecto divino de la Iglesia, un tema constitutivo de la noción de la Iglesia como sacramento. La analogía con el misterio del Verbo encarnado, aquí mencionada, es desarrollada en el n. 8 del citado documento conciliar, no solo a propósito de la unidad, sino también acentuando, como en Cristo, que el elemento humano está al servicio del divino. En esta misma homilía, siete párrafos más adelante, se subraya la indivisibilidad de lo visible e invisible en la Iglesia, denunciando el peligro de separar una hipotética Iglesia solo institucional de otra, igualmente hipotética, exclusivamente carismática. Esta acentuación fuerte de la unidad refuerza, desde otro ángulo, la idea central del carácter sobrenatural de la Iglesia, donde lo humano existe en función de lo divino.
19 (nota 67) Ibidem ] LEÓN XIII, Encíclica Satis cognitum, ASS 28
21 (nota 68) Ibidem ] LEÓN XIII, Encíclica Satis cognitum, ASS 28
23 (nota 71) Eph 1, 22-23 ] Eph 1, 22
26 «Con este mandato Cristo funda su Iglesia». La Iglesia existe en vista de la salvación. Evidentemente, esta misma idea se puede expresar de modos distintos, que comportan acentuaciones distintas: la extensión del Reino de Dios, la dilatación de la comunión, la evangelización, la difusión de los medios de santificación, etc. A la vez, el fin último de una institución se distingue, al menos formalmente, de los contenidos de su misión, entre los cuales no todos tienen la misma relevancia. La Iglesia se ocupa no solo de celebrar el culto y anunciar el Evangelio, sino que, ya desde tiempos remotos, desarrolla obras de caridad, de educación, de promoción humana, etc.: un conjunto de actividades que han recibido gran impulso también por parte de san Josemaría. Distinta es la posición, de la que el fundador del Opus Dei toma distancias, de quienes diluyen la finalidad sobrenatural y trascendente de la Iglesia en la instauración de la justicia social, en la que confluyen frecuentemente componentes políticos y discriminatorios. Esta segunda manera de entender la misión de la Iglesia, entonces bastante difundida, comporta una desatención radical al citado mandato misionero de Mt 28, 18-20. La llamada al equilibrio entre los contenidos de la misión sigue siendo actual.
27 «Ya en el siglo II». Se detecta en esta frase cierto desfase cronológico, pues Orígenes, aunque nació en el siglo II, escribió la homilía In Iesu nave en el siglo III, en el año 249 o 250 (cfr. Annie JAUBERT [ed.], Origène. Homélies sur Josué, Sources Chrétiennes 71, Paris, Cerf, 1960, p.9).
29 «Entre los mandatos expresos de Cristo se determina categóricamente el de incorporarnos a su Cuerpo Místico por el Bautismo». Se trata de un texto en resonancia con la doctrina conciliar presente en Lumen gentium, 14, §1. Desgraciadamente, lo que en tiempos de redacción de estas homilías estaba ya sucediendo, se ha intensificado: la difusión del relativismo religioso, en el sentido de dar igual valor salvífico a las distintas religiones y a las distintas religiosidades. Es esta la actitud de la que san Josemaría busca poner en guardia a sus lectores. No solo a nivel divulgativo, sino también por parte de instancias que se presentan como científicas, el cristianismo y la Iglesia son entendidos, equivocadamente, como un camino más entre los muchos caminos que conducen a la salvación, generando así lo que ha sido certeramente designado como la "cultura del supermarket religioso": se elige y se cambia de producto según el gusto y la circunstancia del consumidor. Lógicamente, cuando este modo de pensar penetra entre quienes deberían anunciar el Evangelio, la misión apostólica pierde toda su fuerza, pues ya no se le encuentra sentido. Los peligros del relativismo religioso han sido denunciados, una vez más, por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la declaración Dominus Iesus, publicada el 6 de agosto de 2000 (EV XIX, nn. 1142-1199).
32 (nota 85) SANTO TOMÁS, S. Th. ] S. Th.
34 (nota 87) Cfr. SANTO TOMÁS, S. Th. ] cfr. S. Th.
(nota 88) Cfr. Ibidem ] cfr. S. Th.
37 (nota 87) Cfr. ] cfr.
39 (nota 88) Cfr. ] cfr.
44 (nota 96) CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium ] Const. Lumen gentium
(nota 96) Ibidem ] Const. Lumen gentium
(nota 97) Cfr. ] cfr.
46 «En la Iglesia hay igualdad». La aceptación del carácter sobrenatural de la Iglesia comporta la convicción sobre la voluntad fundacional de Cristo respecto a ella: en sus elementos esenciales, la Iglesia no es como es porque los hombres lo hayamos así decidido, sino porque Dios, de acuerdo con su plan salvífico, de ese modo lo ha establecido. De ahí la inmutabilidad de su naturaleza, desde la época apostólica y durante el correr de los siglos hasta el fin del mundo. En este marco de permanencia en lo esencial se sitúa el aspecto jerárquico de la Iglesia: esto no puede ser considerado como una herencia de la era de las monarquías absolutas, que debería ceder el paso a la visión democrática característica de la sociedad contemporánea. El fundador de la Obra, pionero en subrayar la igualdad fundamental de todos los cristianos, proveniente de la común condición bautismal, no absolutiza esa igualdad volcándola sobre el plano funcional. Observa con aprensión, sin embargo, la tendencia al igualitarismo radical, que no teme denunciar.
2 «Socios de la Obra». En la época de composición de esta homilía, el Opus Dei estaba configurado, desde el punto de vista canónico, como un fenómeno de tipo asociativo, y en esas circunstancias, correspondía el uso de la terminología "socios". Con la configuración jurídica definitiva como prelatura personal, se hablará simplemente de "fieles de la Obra".
4 «Al servicio de todas las almas». El servicio es un tema fundamental en la predicación del fundador del Opus Dei sobre el sacerdocio. Naturalmente, no se trata de una originalidad: el tema tiene raigambre bíblica, dogmática y magisterial, y encuentra amplio espacio en la tradición teológica. Sin embargo, es correcto decir que en san Josemaría este servicio adquiere una especial connotación, posiblemente como resultado del énfasis en la llamada universal a la santidad. Si lo más importante es la santidad de los fieles, el servicio prestado en el sacerdocio ordenado no es una simple cuestión de espiritualidad ("espíritu de servicio"), sino una absoluta exigencia eclesiológica: el sacerdocio ministerial existe para servir a la santidad de los fieles. Mérito del fundador fue no solo la correcta concepción de estas premisas, sino la difusión de esta actitud existencial del ministerio entre los sacerdotes, particularmente entre sus hijos espirituales.
14 (nota 107) cfr. Ps 104 ] Cfr. Ps 104 – (cfr. p. XVII: Pautas de edición, nn. 1-3)
«Revestida de una dignidad y de una grandeza que nada en la tierra supera». Mientras que en los párrafos inmediatamente anteriores se ha insistido en que «una y la misma es la condición de fieles cristianos, en los sacerdotes y en los seglares», ahora se subrayan la dignidad y la grandeza sacerdotales. La doctrina sobre este tema es conocida: en cierto sentido, el sacerdocio ministerial es "superior" al sacerdocio bautismal, no en términos comparativos, como si fuera su coronación, sino de modo aditivo, porque la función sacramental es solo patrimonio del primero, no del segundo. La teología habla, en este contexto, de complementariedad y de prioridades: «desde el punto de vista de la finalidad de la vida cristiana y de su consumación, el primado corresponde al sacerdocio común, aunque desde el punto de vista de la organicidad visible de la Iglesia y de la eficacia sacramental, la prioridad es del sacerdocio ministerial» (Comisión Teológica Internacional, Themata selecta de ecclesiologia, 8 de octubre de 1985, n. 7). En el texto de la homilía que estamos comentando, san Josemaría considera oportuno acentuar, dados los avatares doctrinales de esos años, la prioridad en el segundo sentido mencionado en las Themata selecta, y por ello la reafirma con vigor. Conviene tener presente, a la vez, el aspecto más sustancial de la actitud del fundador del Opus Dei: sin minusvalorar la dignidad del sacerdocio ministerial, fue promotor infatigable del sacerdocio común de los fieles, y de sus consecuencias respecto a la santidad y al apostolado.
23 «Es más sacerdote». La expresión es utilizada a la luz de la diferencia esencial, y no de grado, que recuerda san Josemaría en este mismo párrafo. El sacerdote no es "más" sacerdote en el plano del sacerdocio común y de la santidad cristiana, sino porque el fiel ordenado, además del sacerdocio común, que permanece en él, recibe el sacerdocio ministerial.
24 «Los afanes de algunos sacerdotes por confundirse con los demás cristianos». No se trata aquí solamente del hábito clerical, sino más en general de toda la actitud y actividad del sacerdote. La clave la encontramos en el párrafo sucesivo: estas actitud y actividad deben ser las que surgen de la identidad sacramental del sacerdocio.
27 (nota 115) Ibidem ] CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum Ordinis
«Para nosotros». Atendiendo al contexto, este pronombre se refiere a los fieles que viven el espíritu del Opus Dei, pero se puede aplicar también a todos los fieles.
45 «Ese fenómeno del clericalismo que es la patología de la verdadera misión sacerdotal». Esta "patología", aquí y en otros escritos fuertemente denunciada por el autor (ver, por ejemplo, Conv, 47), no es un simple revestimiento externo, sino que es el producto de una opción fuerte en el ámbito de las ideas, porque se traspasa el límite entre una y otra misión. El fundador del Opus Dei tenía muy metida en la mente y en el corazón la debida distinción de competencias entre ministros y laicos, y por ello le producían especial repugnancia los planteamientos que desembocan en la clericalización del laicado, o en la laicización del clero.