"Que el Señor libre a la Iglesia de cualquier interpretación ideológica". Este ruego del Papa Francisco sintetizó su homilía del 19 de abril en la misa que celebró, como cada mañana, en la Domus Sanctae Marthae, donde reside. Cada día, a las 7, concelebran con él sacerdotes, obispos y cardenales, y participan en la Eucaristía empleados del Vaticano y otros invitados.
Al comentar las lecturas del día –de los Hechos de los apóstoles (Hch 9, 1-20) y del Evangelio de Juan (Jn 6, 52-59)–, el Obispo de Roma reflexionó sobre la palabra de Jesús, interpretada por algunos "con el corazón" y por otros "con la cabeza". La voz de Jesús "nos dice algo y se dirige precisamente a nuestro corazón. Pasa por nuestra mente y va al corazón. Porque Jesús busca nuestra conversión". He aquí las respuestas a la voz del Señor narradas por las lecturas: "Pablo: "¿Quién eres, Señor?". Ananías dice: "Pero... Señor, respecto a este hombre, he oído a muchos hablar de ese individuo y de todo el mal que ha hecho a tus fieles", y con humildad advierte al Señor del curriculum vitae de Pablo. Los demás, los doctores, responden de otra manera: con la discusión entre ellos. Llegan a decirle: "¡Pero tú estás loco!", y entre ellos dicen: "Pero ¿cómo un hombre puede dar a comer su carne?"".
Partiendo de estas expresiones, el Pontífice explicó la diversidad de las respuestas: "Los dos primeros, Pablo y Ananías, respondieron como los grandes de la historia de la salvación, como Jeremías, Isaías. También Moisés tuvo sus dificultades: "Pero, Señor, yo no sé hablar, ¿cómo iré a los egipcios a decirles esto?". Y también María: "Pero, Señor, ¡yo no estoy casada!". Son las respuestas de la humildad, de quien acoge la Palabra de Dios con el corazón". En cambio, "los doctores responden sólo con la cabeza. No saben que la Palabra de Dios va al corazón –alertó–, no conocen la conversión. Son "científicos". Son los grandes ideólogos", los que no comprenden que la palabra de Jesús se dirige al corazón "porque es palabra de amor, es palabra bella y lleva al amor, nos hace amar". Más aún: los ideólogos falsifican el Evangelio, afirmó el Papa, añadiendo: "Toda interpretación ideológica, de cualquier parte que venga, es una falsificación del Evangelio. Y estos ideólogos, como hemos visto en la historia de la Iglesia, terminan por ser intelectuales sin talento, moralistas sin bondad. Y de la belleza no hablamos, porque no comprenden nada". En cambio, "el camino del amor, el camino del Evangelio es sencillo: ¡es el camino que han entendido los santos! Los santos son quienes llevan a la Iglesia adelante", los que siguen "el camino de la conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de la belleza".
"Oremos hoy al Señor –concluyó el Pontífice– por la Iglesia: para que el Señor la libre de cualquier interpretación ideológica y abra el corazón de la Iglesia, de nuestra madre Iglesia, al Evangelio sencillo, a aquel Evangelio puro que nos habla de amor, que lleva al amor, y es ¡tan bello! Y también nos hace bellos con la belleza de la santidad".
Se trata de una Iglesia formada por cristianos libres de la tentación de murmurar contra un Jesús "demasiado exigente", pero sobre todo libres "de la tentación del escándalo"; una Iglesia que se consolida, camina y crece por el camino indicado por Jesús, como indicó el Papa Francisco el 20 de abril, en su homilía, comentando el Evangelio de Juan (Jn 6, 60-69) y el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hch 9, 31-42), que "nos relata una escena de la Iglesia que estaba en paz. Estaba en paz en toda la región de Judea, Galilea y Samaria. Un momento de paz. Y dice esto también: "se consolidaba, caminaba y crecía"". Se trataba de una Iglesia que había padecido la persecución pero que en aquel período se fortalecía, seguía adelante y crecía. Pero –se preguntó el Pontífice– ¿cómo se consolida, camina y crece? "En el temor del Señor y con el consuelo del Espíritu Santo". "Caminar en el temor del Señor. Es un poco el sentido de la adoración, de la presencia de Dios, ¿no? –observó–. La Iglesia camina de esta manera y cuando estamos en presencia de Dios no hacemos cosas malas ni tomamos malas decisiones. Estamos delante de Dios. También con la alegría y la felicidad. Este es el consuelo del Espíritu Santo, es decir, el don que el Señor nos ha dado. Este consuelo nos hace seguir adelante".
Pero para entrar en el Reino de Dios, en la comunidad cristiana, en la Iglesia, "la puerta –explicó el Papa el 22 de abril profundizando en las lecturas del día (Hch 11, 1–18 y Jn 10, 1-10)–, la verdadera puerta, la única puerta es Jesús. Nosotros debemos entrar por esa puerta. Jesús es explícito: "Quien no entra en el aprisco de las ovejas por la puerta ?que Él mismo dice 'yo soy'? sino que entra por otra parte, es un ladrón o un bandido"", o "un ambicioso que piensa sólo en su beneficio", en su gloria, y roba la gloria a Dios. Pero ¿cómo entender que la puerta verdadera es Jesús? "Toma las bienaventuranzas y haz lo que dicen las bienaventuranzas", fue la respuesta del Pontífice. De este modo "eres humilde, eres pobre, eres manso, eres justo"; y cuando alguien hace otra propuesta, "no la escuches: la puerta siempre es Jesús y quien entra por esa puerta no se equivoca".
Y entrar en la Iglesia es entrar en una historia de amor. De ella somos parte. Precisamente por esto, cuando se da demasiada importancia a la organización, cuando oficinas y burocracia asumen una dimensión preponderante, la Iglesia pierde su verdadera esencia y corre el riesgo de transformarse en una especie de ONG, de "organización no gubernamental". La historia de amor a la que se refirió el Papa Francisco durante la misa del 24 de abril es la de la maternidad de la Iglesia. Una maternidad, dijo, que crece y se difunde en el tiempo "y que aún no termina", impulsada no por fuerzas humanas sino "por la fuerza del Espíritu Santo". Las lecturas del día, Hechos de los Apóstoles (Hch 12, 24-13, 5) y Evangelio de Juan (Jn 12, 44-50). "El camino que Jesús quiso para su Iglesia –dijo el Pontífice– es el camino de las dificultades, el camino de la cruz, el camino de las persecuciones". Y también esto nos hace pensar: "Pero, ¿qué es la Iglesia, esta Iglesia nuestra?, porque parece que no sea una empresa humana, sino otra cosa". La respuesta está una vez más en el Evangelio, donde Jesús "nos dice algo que tal vez puede iluminar esta pregunta: "Quien cree en mí, no cree en mí sino que cree en Aquel que me ha enviado"". También Cristo –explicó– fue "enviado, fue enviado por otro". Por lo tanto, cuando indica el programa de vida, el modo de vivir, a los doce apóstoles, lo hace "no por sí mismo" sino "por Aquel que lo ha enviado". Es el inicio de la Iglesia, que –prosiguió el Papa– "comienza allí, en el corazón del Padre, que tuvo esta idea. No sé si tuvo una idea: el Padre sintió amor. Y comenzó esta historia de amor, tan larga en el tiempo y que aún no termina. Nosotros, mujeres y hombres de Iglesia, estamos en medio de una historia de amor. Cada uno de nosotros es un eslabón en esta cadena de amor".
Pero, ¿cómo se produce el crecimiento de la Iglesia?. Su fuerza "es el Espíritu, el Espíritu Santo, el amor. Precisamente el Padre envía al Hijo y el Hijo nos da la fuerza del Espíritu Santo para crecer, para seguir adelante", recalcó el Papa; y nosotros, con la fuerza del Espíritu, "todos juntos, somos una familia en la Iglesia que es nuestra madre. Así se puede explicar esta primera lectura: "La Palabra de Dios crecía y se difundía"".
Todo ello conduce a la dimensión universal de la misión de la Iglesia. En su homilía del 25 de abril –sobre la la primera Carta de Pedro (1P 5, 5-14) y el Evangelio de Marcos (Mc 16, 15-20)–, el Obispo de Roma recordó que "Jesús, antes de subir al cielo, envía a los apóstoles a evangelizar, a predicar el reino. Los envía hasta los confines del mundo. "Id por todo el mundo"". Éste es el horizonte de la Iglesia, que sigue adelante predicando "a todo el mundo. Pero –advirtió el Papa– no sigue adelante sola; va con Jesús". "El Señor trabaja con quienes predican el Evangelio. Esta es la magnanimidad que deben tener los cristianos. Un cristiano pusilánime no se comprende", observó. Y "¿cuál es el estilo que quiere Jesús para sus discípulos en la predicación del Evangelio, en esta misionariedad?", se preguntó el Pontífice. E indicó la respuesta en el texto de Pedro, quien "nos explica un poco este estilo: "Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes". El estilo de la predicación evangélica gira entorno a esta actitud, la humildad, el servicio, la caridad, el amor fraterno". Por eso, en esta dimensión, "la palabra "conquistar" no funciona; nosotros debemos predicar en el mundo", y por eso también el cristiano "predica, anuncia el Evangelio con su testimonio más que con las palabras", con el estilo de Jesús: humilde.