"Hoy, aquí en el Vaticano, empieza la reunión con los cardenales consultores que están concelebrando la misa: pidamos al Señor que nuestro trabajo de hoy nos haga a todos más humildes, más mansos, más pacientes, más confiados en Dios. Para que así la Iglesia pueda dar un bello testimonio a la gente. Y viendo al pueblo de Dios, viendo a la Iglesia, sientan el deseo de venir con nosotros". Son las palabras del Papa Francisco al concluir la homilía de la misa celebrada con los miembros del Consejo de cardenales el martes 1 de octubre, por la mañana. Y en el día de la fiesta de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, el Papa recordó su testimonio de fe y de humildad.
El Papa Francisco inició la homilía comentando el pasaje evangélico de Lucas (Lc 9, 51-56): "Jesús -dijo- reprocha a estos dos apóstoles", Santiago y Juan, porque "querían que bajara fuego del cielo sobre quienes no habían querido recibirle" en una aldea de samaritanos. Y "tal vez en su imagen estaba el arquetipo del fuego que bajó sobre Sodoma y Gomorra y destruyó todo". Los dos apóstoles, como explicó el Pontífice, "sentían que cerrar la puerta a Jesús era una gran ofensa: estas personas debían ser castigadas". Pero "el Señor se giró y les reprochó: éste no es nuestro espíritu". De hecho -añadió el Papa- "el Señor va siempre adelante, nos hace conocer cómo es el camino del cristiano. No es, en este caso, un camino de venganza. El Espíritu cristiano es otra cosa, dice el Señor. Es el espíritu que Él nos hará ver en el momento más fuerte de su vida, en la pasión: espíritu de humildad, espíritu de mansedumbre".
"Y hoy, en la festividad de santa Teresa del Niño Jesús -prosiguió -, nos hará bien pensar en este espíritu de humildad, de ternura, de bondad. Este espíritu manso propio del Señor que lo quiere de todos nosotros. ¿Dónde está la fuerza que nos lleva a este espíritu? Precisamente en el amor, en la caridad, en la conciencia de que nosotros estamos en las manos del Padre. Como leíamos al inicio de la misa: el Señor nos lleva, nos hace ir adelante, está con nosotros, nos guía".
El libro del Deuteronomio -apuntó el Pontífice- "dice que Dios nos guía como un padre guía a su niño: con ternura. Cuando se oye esto, no hay ganas de hacer que baje fuego del cielo. No; no las hay. Viene el otro espíritu": el espíritu "de esa caridad que todo sufre, todo perdona, que no se engríe, que es humilde, que no se busca a sí misma".
El Santo Padre propuso en este punto la fuerza y la actualidad de la figura de santa Teresa del Niño Jesús: "La Iglesia sabia hizo a esta santa -humilde, pequeña, confiada en Dios, mansa- patrona de las misiones. No se entiende esto. La fuerza del Evangelio está precisamente ahí, porque el Evangelio llega justamente al punto más alto en la humillación de Jesús. Humildad que se convierte en humillación. Y la fuerza del Evangelio está precisamente en la humildad. Humildad del niño que se deja guiar por el amor y por la ternura del Padre".
El Pontífice volvió entonces a la primera lectura de la celebración, tomada del libro de Zacarías (Za 8, 20-23). "En aquellos días, diez hombres de lenguas distintas de entre las naciones se agarrarán al manto de un judío diciendo: "Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros"". Y continuó: "La Iglesia, nos decía Benedicto XVI, crece por atracción, por testimonio. Y cuando la gente, los pueblos ven este testimonio de humildad, de mansedumbre, de apacibilidad, sienten la necesidad" de la que habla "el profeta Zacarías: "¡Queremos ir con vosotros!". La gente siente esa necesidad ante el testimonio de la caridad. Es esta caridad pública sin prepotencia, no suficiente, humilde, que adora y sirve. Es sencilla la caridad: adorar a Dios y servir a los demás. Este testimonio hace crecer a la Iglesia". Precisamente por esto -concluyó el Papa- santa Teresa del Niño Jesús, "tan humilde, pero tan confiada en Dios, fue nombrada patrona de las misiones, porque su ejemplo hace que la gente diga: queremos ir con vosotros".