Dios no nos ha salvado por decreto o por ley; nos ha salvado con su vida. Este es un misterio para cuya comprensión la inteligencia sola no basta; es más, intentar explicarlo sólo con el uso de la inteligencia significa arriesgarse a la locura. Para entenderlo -explicó el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada el 22 de octubre- se necesita otra cosa.
Naturalmente se trata de algo que no es fácil aferrar ni explicar. "El pasaje de la carta a los Romanos que hemos escuchado en la primera lectura -dijo el Pontífice citando algunos versículos del capítulo 5 de la epístola (Rm 5, 12.15.17-19.20-21)- no sé si es uno de los más difíciles. Se ve que al pobre Pablo le cuesta proclamar esto, hacerlo entender". Con todo, él nos ayuda a acercarnos a la verdad. Y al respecto, el Santo Padre indicó tres palabras que pueden facilitar nuestra comprensión: contemplación, cercanía y abundancia.
Ante todo la contemplación. Indudablemente -observó el Papa- se trata de un misterio extraordinario, tanto que "la Iglesia, cuando quiere decirnos algo sobre este misterio, usa sólo una palabra: admirablemente. Dice: Oh Dios, tú que admirablemente has creado el mundo y más admirablemente lo has recreado...". Pablo quiere hacernos entender precisamente esto: para comprender es necesario ponerse de rodillas, orar y contemplar. "La contemplación es inteligencia, corazón, rodilla, oración"; y poner todo esto junto -precisó el Obispo de Roma- significa entrar en el misterio. Por lo tanto, lo que san Pablo dice a propósito de la salvación y de la redención obrada por Jesús "se entiende sólo de rodillas, en la contemplación; no únicamente con la inteligencia", porque "cuando la inteligencia quiere explicar un misterio enloquece siempre. Así ha sucedido en la historia de la Iglesia".
La segunda palabra a la que aludió el Papa es "cercanía". Un concepto -notó- que en el pasaje se repite a menudo: "Un hombre ha cometido el pecado, otro hombre nos ha salvado. Es el Dios cercano. Este misterio nos muestra a Dios cercano a nosotros, a nuestra historia; desde el primer momento, cuando eligió a nuestro padre Abrahán, ha caminado con su pueblo, y ha enviado a su hijo a realizar esta obra".
Una obra que Jesús realiza como un artesano, como un obrero. "A mí -confió el Pontífice- la imagen que me viene a la mente es la del enfermero o la enfermera, que en un hospital cura las heridas una a una, pero con sus manos. Dios se mezcla en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos; y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal: un hombre cometió el pecado, un hombre viene a curarle". Porque "Dios no nos salva sólo mediante un decreto, con una ley; nos salva con ternura, nos salva con caricias, nos salva con su vida por nosotros".
La tercera palabra es "abundancia". En la carta de Pablo se repite varias veces: "Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". Que el pecado abunde en el mundo y dentro del corazón de cada uno, es evidente: "Cada uno de nosotros sabe sus miserias, las conoce bien. Y abundan. Pero el desafío de Dios es vencer el pecado, curar las heridas como hizo con Jesús". Más aún: "Hacer el regalo sobreabundante de su amor y de su gracia".
Así se entiende también la "preferencia de Jesús por los pecadores. Le acusaban de ir siempre con los publicanos, con los pecadores. Ir a comer con los publicanos era un escándalo, porque en el corazón de esta gente abundaba el pecado. Pero Él iba donde ellos con aquella sobreabundancia de gracia y de amor". Y la gracia de Dios -explicó el Papa- "vence siempre porque es Él mismo quien se dona, quien se acerca, quien nos acaricia, quien nos cura".
Cierto -subrayó el Pontífice-, hay alguno a quien no le gusta oír decir que los pecadores son más cercanos al corazón de Jesús, que "Él va a buscarles, llama a todos: venid, venid... Y cuando le piden una explicación, Él dice: pero los que tienen buena salud no necesitan del médico; yo he venido para curar, para salvar en abundancia".
Algunos santos -recordó el Santo Padre en conclusión- "dicen que uno de los pecados más feos es la desconfianza, desconfiar de Dios. ¿Pero cómo podemos desconfiar de un Dios tan cercano, tan bueno, que prefiere nuestro corazón pecador? Y así es este misterio: no es fácil entenderlo, no se comprende bien, no se puede entender sólo con la inteligencia. Tal vez nos ayudarán estas tres palabras: contemplación, contemplar este misterio; cercanía, este misterio escondido en los siglos del Dios cercano, que se acerca a nosotros; y abundancia, un Dios que siempre vence con la sobreabundancia de su gracia, con su ternura, o -como hemos leído en la oración colecta- con su riqueza de misericordia".