El Papa Francisco volvió a exaltar el valioso papel de los ancianos en la Iglesia y en la sociedad. Habló de ello en la misa del martes 19.
Su homilía comenzó con una pregunta: "¿Qué dejamos como herencia a nuestros jóvenes?". Para responder hizo referencia al relato del segundo libro de los Macabeos (2M 6, 18-31) donde se narra el episodio del sabio anciano Eleazar, uno de los escribas más estimados, quien, antes que comer carne prohibida para complacer al rey, se dirigió voluntariamente al martirio. De nada sirvieron los consejos de sus amigos, que le exhortaban a fingir que comía ese alimento para salvarse. Él prefirió morir entre los sufrimientos antes que dar un mal ejemplo a los demás, sobre todo a los jóvenes. "Un anciano coherente hasta el final", lo definió el Santo Padre.
"Este hombre -explicó- ante la elección entre apostasía y fidelidad, no duda. Tenía muchos amigos. Querían llevarle a una componenda: "Finge, así podrás seguir viviendo...". Esa actitud de fingir, de fingir piedad, de fingir religiosidad, es la que condena Jesús con una palabra muy fuerte en el capítulo 23 de san Mateo: la hipocresía. En cambio "este hombre bueno, de noventa años, correcto y muy estimado por su pueblo, no piensa en sí mismo. Piensa sólo en Dios, en no ofenderle con el pecado de la hipocresía y de la apostasía. Piensa también en la herencia" que debe dejar. Por lo tanto, piensa en los jóvenes.
Eleazar, por lo tanto, pensaba en lo que habría dejado en herencia a los jóvenes con su elección. Y se preguntaba: "¿Una componenda, es decir, mitad y mitad, una hipocresía o la verdad, la que busqué seguir durante toda la vida?". He aquí "la coherencia de este hombre, la coherencia de su fe -comentó el Obispo de Roma- pero también la responsabilidad de dejar una herencia noble, auténtica".
"Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo -repitió el Santo Padre- pero se descartan porque molestan". Sin embargo "los ancianos son quienes nos traen la historia, la doctrina, la fe y nos lo dejan como herencia. Son como el buen vino añejo, es decir, tienen dentro la fuerza para darnos esa herencia noble".
Con este fin, el Papa se refirió al testimonio de otro gran anciano, Policarpo. Condenado a la hoguera, "cuando el fuego comenzó a quemarle" -recordó- se percibió a su alrededor el perfume del pan recién horneado.
Aquí el Pontífice volvió con la memoria a su infancia: "Recuerdo -dijo- que cuando éramos niños nos contaban esta historia. Había una familia, un papá, una mamá y muchos niños. Y estaba también un abuelo que vivía con ellos. Pero había envejecido y en la mesa, cuando tomaba la sopa, se ensuciaba todo: la boca, la servilleta... no daba una buena imagen. Un día el papá dijo que, visto lo que sucedía al abuelo, desde el día siguiente tendría que comer solo. Y compró una mesita, la puso en la cocina; así el abuelo comía solo en la cocina y la familia en el comedor. Después de algunos días el papá volvió a casa y encontró a uno de sus hijos jugando con la madera. Le preguntó: "¿Qué haces?". "Estoy jugando a ser carpintero", respondió el niño. "¿Y qué construyes?". "Una mesita para ti papá, para cuando seas anciano como el abuelo". Esta historia me hizo mucho bien para toda la vida. Los abuelos son un tesoro".
Volviendo a la enseñanza de las Escrituras respecto a los ancianos, el Papa Francisco hizo referencia a la Carta a los Hebreos (Hb 13, 7), donde "se lee: "Acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe". La memoria de nuestros antepasados nos conduce a la imitación de la fe. Es verdad, a veces la vejez es un poco fea por las enfermedades que comporta. Pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que debemos recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, que no respeta a los abuelos no tiene futuro porque ha perdido la memoria".
"Nos hará bien pensar en tantos ancianos y ancianas, en quienes están en las residencias y también en los muchos que -es fea la palabra pero digámosla- están abandonados por sus seres queridos", agregó luego el Santo Padre, recordando que "ellos son el tesoro de nuestra sociedad. Recemos por ellos para que sean coherentes hasta el final. Éste es el papel de los ancianos, éste es el tesoro. Recemos por nuestros abuelos y por nuestras abuelas que muchas veces desempeñaron un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempos de persecuciones". Sobre todo en los tiempos pasados, cuando los papás y las mamás a menudo no estaban en casa o tenían ideas extrañas, confusas por las ideologías en boga de esos tiempos, "fueron precisamente las abuelas las que transmitieron la fe".