El diálogo se construye con humildad, incluso a costa de «tragar quina», porque es necesario evitar que en nuestro corazón se levanten «muros» de resentimiento y odio. Lo dijo el Papa Francisco en la misa que celebró el viernes 24 de enero.
El punto central de la homilía fue el pasaje del primer libro de Samuel (1S 24, 3-21), que narra el enfrentamiento entre Saúl y David. «Ayer –recordó el Papa– escuchamos la Palabra de Dios» que «nos hacía ver lo que hacen los celos, lo que hace la envidia en las familias y en las comunidades cristianas». Son actitudes negativas que «llevan siempre a muchas peleas, a muchas divisiones, incluso al odio».
Pero «hoy la Palabra de Dios –prosiguió el Papa– nos muestra otra actitud: la de David», quien «sabía muy bien» que se encontraba «en peligro; sabía que el rey quería matarlo. Y se encontró precisamente en la situación de poder matar al rey, y así se terminaba la historia». Sin embargo, «eligió otro camino», prefirió «el camino del acercamiento, de la aclaración de la situación, de la explicación. El camino del diálogo para hacer las paces».
En cambio, el rey Saúl «rumiaba en su corazón estas amarguras», insultaba «a David porque creía que era su enemigo. Y ésta aumentaba en su corazón». Por desgracia, afirmó el Papa, «esas fantasías aumentan siempre cuando las escuchamos dentro de nosotros. Y levantan un muro que nos aleja de la otra persona». Así terminamos por quedar «aislados en este caldo amargo de nuestro resentimiento».
He aquí que David, «con la inspiración del Señor», rompe ese mecanismo de odio «y dice no, yo quiero dialogar contigo». Es así, explicó el Pontífice, como «comienza el camino de la paz: con el diálogo». Pero, advirtió, «dialogar no es fácil, es difícil». De todos modos, sólo «con el diálogo se construyen puentes en la relación, y no muros, que nos alejan».
«Para dialogar –precisó el Papa– es necesaria, ante todo, la humildad». Lo demuestra el ejemplo de «David, humilde, que dijo al rey: mira, habría podido matarte; habría podido hacerlo, pero no quise. Quiero estar cerca de ti, porque tú eres la autoridad, eres el ungido del Señor». David realiza «un acto de humildad».
Por lo tanto, para dialogar no hay necesidad de alzar la voz, «sino que es necesaria la mansedumbre». Y, además, «es necesario pensar que la otra persona tiene algo más que yo», tal como hizo David, quien, mirando a Saúl, se decía a sí mismo: «él es el ungido del Señor, es más importante que yo». Junto «con la humildad y la mansedumbre, para dialogar –añadió el Pontífice– es necesario hacer lo que hemos pedido hoy en la oración, al comienzo de la misa: hacerse todo a todos».
«Humildad, mansedumbre, hacerse todo a todos» son los tres elementos básicos para el diálogo. Pero aunque «no esté escrito en la Biblia –puntualizó el Santo Padre–, todos sabemos que para hacer estas cosas es necesario tragar mucha quina; debemos hacerlo, porque las paces se hacen así». Las paces se hacen «con humildad, con humillación», siempre tratando de «ver en el otro la imagen de Dios». Así muchos problemas encuentran solución, «con el diálogo en la familia, en las comunidades, en los barrios». Se requiere disponibilidad para reconocer ante el otro: «escucha, disculpa, creía esto…». La actitud justa es «humillarse: es siempre bueno construir un puente, siempre, siempre». Este es el estilo de quien quiere «ser cristiano», aunque –admitió el Papa– «no es fácil, no es fácil». Sin embargo, «Jesús lo hizo, se humilló hasta el fin, nos mostró el camino».
El Pontífice dio luego otro consejo práctico: para abrirse al diálogo «es necesario que no pase mucho tiempo». En efecto, hay que afrontar los problemas «lo antes posible, en el momento en que se puede hacer, cuando ha pasado la tormenta». Inmediatamente hay que «acercarse al diálogo, porque el tiempo hace crecer el muro», tal «como crece la hierba mala, que impide el crecimiento del trigo». Y puso en guardia: «cuando crecen los muros, es mucho más difícil la reconciliación, mucho más difícil». El obispo de Roma hizo referencia al muro de Berlín, que durante muchos años fue un elemento de división. Y observó que «también en nuestro corazón existe la posibilidad de convertirnos como Berlín, con un muro levantado frente a los demás. De ahí la invitación a «no dejar que pase mucho tiempo» y «buscar la paz lo antes posible».
En particular, el Papa hizo referencia a los esposos: «es normal que os peleéis, es normal». Y viendo la sonrisa de algunas parejas presentes en la misa, reafirmó que «en un matrimonio se pelea, algunas veces incluso vuelan los platos». Pero «jamás debe terminar la jornada –aconsejó–, sin hacer las paces, sin el diálogo que algunas veces es solamente un gesto», un decirse «hasta mañana».
«Tengo miedo de estos muros –afirmó el Papa– que se elevan cada día y favorecen los resentimientos. También el odio». E indicó de nuevo la elección del «joven David: podía vengarse perfectamente», podía matar al rey, pero «eligió el camino del diálogo con humildad, con mansedumbre, de la dulzura». Y, en conclusión, pidió «a san Francisco de Sales, doctor en dulzura», que nos conceda «a todos nosotros la gracia de construir puentes con los demás, jamás muros».