No son noticia en los periódicos, pero dan fuerza y esperanza a los hombres: son todos los obispos y sacerdotes «anónimos» que siguen ofreciendo su vida en nombre de Cristo al servicio de las diócesis y las parroquias. Por esos sacerdotes «valientes, santos, buenos y fieles» el Papa Francisco invitó a rezar en la misa celebrada el lunes 27 de enero.
La reflexión del Pontífice se centró en la primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel (2S 5, 1-7.10), que narra la unción del rey David. «Hemos escuchado –dijo– la historia de esa reunión» en Hebrón, cuando «todas las tribus de Israel fueron a ver a David para proponerle que fuera su rey». En efecto, explicó, «David era rey de Judá, pero el reino estaba dividido». Todos los ancianos del pueblo «vieron que el único que podía» ser rey «era David». Así, «fueron a verlo para sellar una alianza». Juntos, prosiguió el Papa, «seguramente hablaron, discutieron sobre cómo establecer la alianza. Y, al final, decidieron proclamarlo rey». Pero «esa decisión, digamos, no era una decisión democrática»; más bien, era una decisión unánime: «tú eres rey».
El Pontífice explicó que «ese fue el primer paso. Después llegó el segundo: el rey David selló una alianza con ellos», y los ancianos del pueblo «ungieron a David como rey de Israel». He aquí, pues, la importancia de la unción. «Sin esa unción –dijo–, David habría sido solamente el jefe, el organizador de una empresa que llevaba adelante esa sociedad política, que era el reino de Israel». En cambio, «la unción era otra cosa»; y precisamente «la unción consagró a David como rey».
«¿Cuál es la diferencia –se preguntó el Papa– entre ser un organizador político del país y ser un rey ungido?». Cuando David, explicó, «fue ungido rey de Judá por Samuel, era pequeño, era un niño. Dice la Biblia que, tras la unción, el Espíritu del Señor descendió sobre David». Y así «la unción hace que el Espíritu del Señor descienda sobre una persona y esté con ella». También el pasaje propuesto por la liturgia, observó el Papa, «dice lo mismo: David iba aumentando su fuerza y el Señor, Dios de los ejércitos, estaba con él».
A propósito de esto, el obispo de Roma recordó la actitud de David ante el rey Saúl, «que quería matarlo por celos, por envidia». David «tuvo la oportunidad de matar al rey Saúl, pero no quiso hacerlo: jamás tocaré al ungido del Señor, es una persona elegida por el Señor, ungida por el Señor». En sus palabras, está el «sentido de la sacralidad de un rey».
«En la Iglesia –afirmó el Pontífice– hemos heredado esto en la persona de los obispos y los sacerdotes». En efecto, los obispos «no son elegidos solamente para llevar adelante una organización que se llama Iglesia particular. Son ungidos, tienen la unción, y el espíritu del Señor está con ellos». Todos los obispos, precisó el Papa, «somos pecadores, todos, pero estamos ungidos». Y «todos queremos ser cada día más santos, más fieles a esta unción». «Lo que edifica a la Iglesia, lo que da unidad a la Iglesia, es la persona del obispo, en nombre de Jesucristo, porque está ungido, no porque fue votado por la mayoría, sino porque está ungido».
Precisamente «en esta unción la Iglesia particular tiene su fuerza, y por participación, también los sacerdotes están ungidos: el obispo les impone las manos y los unge». Así, los sacerdotes, dijo el Papa, «llevan adelante las parroquias y muchos otros trabajos». Es la unción la que acerca al Señor obispos y sacerdotes, que «son elegidos por el Señor». Por lo tanto, «esta unción es para los obispos y para los sacerdotes su fuerza y alegría». Fuerza, precisó, porque precisamente en la unción «encuentran la vocación para guiar al pueblo, para ayudar al pueblo» y para «vivir al servicio del pueblo». Y también alegría, «porque se sienten elegidos por el Señor, protegidos por el Señor con el amor con que el Señor nos protege a todos nosotros».
He aquí por qué, afirmó, «cuando pensamos en los obispos y en los sacerdotes –todos son sacerdotes, porque este es el sacerdocio de Cristo: obispo y sacerdote–, debemos concebirlos así: ungidos». De lo contrario, puntualizó, «no se comprende la Iglesia». Pero «no sólo no se la comprende, sino que tampoco puede explicarse cómo la Iglesia va adelante solamente con las fuerzas humanas». Una «diócesis va adelante porque tiene un pueblo santo, tiene muchas cosas, y también tiene a un ungido que la guía, que la ayuda a crecer». Esto mismo vale para una parroquia, que «va adelante porque tiene muchas organizaciones, tiene muchas cosas, pero también porque tiene a un sacerdote: un ungido que la guía».
Nosotros sólo recordamos –destacó el Pontífice– «una mínima parte de cuántos obispos santos, cuántos sacerdotes, cuántos sacerdotes santos» han dedicado toda «su vida al servicio de la diócesis, de la parroquia». Y, por consiguiente, «de cuánta gente ha recibido la fuerza de la fe, la fuerza del amor, la esperanza, de estos párrocos anónimos, a quienes no conocemos. Y son muchos». Son «párrocos de campo o párrocos de ciudad que, con su unción, han dado fuerza al pueblo, le han transmitido la doctrina, le han dado los sacramentos, es decir, la santidad».
El Papa observó que algunos podrían objetar: «Pero padre, he leído en un diario que un obispo hizo tal cosa o que un sacerdote hizo tal otra». Objeción a la que el Pontífice respondió: «Sí, yo también lo he leído. Pero dime: ¿se publican en los diarios las noticias de lo que hacen muchos sacerdotes, muchos sacerdotes en tantas parroquias de ciudad o de campo? ¿La gran obra de caridad que hacen? ¿El gran trabajo que hacen para guiar a su pueblo?». Y añadió: «No, ésta no es noticia». Vale siempre, explicó, el conocido proverbio según el cual «hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece».
El Papa Francisco concluyó su reflexión invitando a pensar «en esta unción de David» y, en consecuencia, «en nuestros obispos y en nuestros sacerdotes valientes, santos, buenos y fieles». Y pidió rezar «por ellos: gracias a ellos hoy estamos aquí, son ellos quienes nos han bautizado».