La tentación se nos presenta de modo solapado, contagia todo el ambiente que nos rodea, nos impulsa a buscar siempre una justificación. Y al final nos hace caer en el pecado, cerrándonos en una jaula de la cual es difícil salir. Para resistir a la tentación es necesario escuchar la Palabra del Señor, porque "Él nos espera", nos da siempre confianza y abre ante nosotros un nuevo horizonte. Es éste, en síntesis, el sentido de la reflexión propuesta por el Papa Francisco el martes 18 de febrero.
El Pontífice partió, como es costumbre, de la liturgia del día, en especial de la Carta de Santiago (St 1, 12-18) en la que el apóstol "tras habernos hablado ayer de la paciencia –destacó– nos habla hoy de la resistencia. Resistencia a las tentaciones. Y nos explica que cada uno es tentado por las propias pasiones, que le atraen y le seducen. Luego, las pasiones engendran, generan el pecado. Y el pecado, una vez cometido, genera la muerte".
¿Pero de dónde viene la tentación? ¿Cómo actúan dentro de nosotros? Para responder a estos interrogantes, el Papa recurrió nuevamente al texto de la Carta de Santiago. "El apóstol –indicó– nos dice que no viene de Dios sino de nuestras pasiones, de nuestras debilidades interiores, de las heridas que dejó en nosotros el pecado original. De allí vienen las tentaciones". Y al respecto se centró en las características de la tentación, que, dijo, "crece, contagia y se justifica".
Inicialmente, por lo tanto, la tentación "comienza con un aire tranquilizador", pero "luego crece. Jesús mismo lo decía cuando contó la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30). El trigo crecía, pero crecía también la cizaña sembrada por el enemigo. Y así también la tentación crece, crece, crece. Y si uno no la detiene, ocupa todo". Después tiene lugar el contagio. La tentación "crece –explicó el obispo de Roma–, pero no ama la soledad"; por lo tanto, "busca a otro para que le acompañe, contagia a otro y así acumula personas". Y la tercera característica es la justificación, porque nosotros, hombres, "para estar tranquilos nos justificamos".
Al respecto, el Pontífice observó que la tentación se justifica desde siempre, "desde el pecado original", cuando Adán culpó a Eva por haberle convencido de comer el fruto prohibido. Y en este crecer, contagiar y justificarse, la tentación "nos encierra en un ambiente desde el que no se puede salir con facilidad". Para explicarlo, el Papa se refirió al pasaje del Evangelio de Marcos (Mc 8, 14-21): "Es lo que sucedió a los apóstoles que estaban en la barca: se les olvidó tomar el pan" y se pusieron a discutir culpándose mutuamente por haberlo olvidado. "Jesús les miraba. Yo pienso –comentó– que Él sonreía mientras les miraba. Y les dijo: ¿Recordáis la levadura de los fariseos, de Herodes? Estad atentos, mirad a vuestro alrededor". Sin embargo, ellos "no entendían nada, porque estaban tan cerrados culpándose que no tenían ya espacio para otra cosa, no tenían más luz para la Palabra de Dios".
Lo mismo sucede "cuando caemos en tentación. No escuchamos la Palabra de Dios. No comprendemos. Y Jesús tuvo que recordar la multiplicación de los panes para ayudar a los discípulos a salir de ese ambiente". Esto sucede, explicó el Pontífice, porque la tentación nos cierra todo horizonte "y así nos conduce al pecado". Cuando somos tentados, "sólo la Palabra de Dios, la palabra de Jesús nos salva. Escuchar esa Palabra nos abre el horizonte", porque "Él está siempre dispuesto a enseñarnos a cómo salir de la tentación. Jesús es grande porque no sólo nos hace salir de la tentación, sino que nos da más confianza".
Al respecto, el Papa Francisco recordó el episodio relatado por el Evangelio de Lucas (Lc 22, 31-32) a propósito del diálogo entre Jesús y Pedro, durante el cual el Señor "dice a Pedro que el diablo quería cribarlo"; pero al mismo tiempo le revela que había rezado por él y le confía una nueva misión: "Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos". Por lo tanto, Jesús, destacó el Santo Padre, no sólo nos espera para ayudarnos a salir de la tentación, sino que confía en nosotros. Y "ésta es una gran fuerza", porque "Él nos abre siempre nuevos horizontes", mientras que el diablo con la tentación "cierra y hace crecer el ambiente donde se riñe", por lo cual "se buscan justificaciones acusándose uno a otro".
"No nos dejemos aprisionar por la tentación", fue la exhortación del obispo de Roma. Desde el círculo donde nos encierra la tentación "se sale sólo escuchando la Palabra de Jesús" recordó, concluyendo: "Pidamos al Señor que siempre, como hizo con los discípulos, con su paciencia, cuando seamos tentados nos diga: Deténte. Tranqulízate. Levanta los ojos, mira el horizonte, no te cierres, sigue adelante. Esta palabra nos salvará de caer en el pecado en el momento de la tentación".