Es un canto que "no se puede detener" y en el que el apóstol usa tres veces la palabra "bendito": "Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos". Pero, destacó el Pontífice, "todos nosotros sabemos que Dios es el Bendito": en el antiguo Testamento, en efecto, "era uno de los nombres que le daba el pueblo de Israel: el Bendito". Y resulta extraño pensar en "bendecir a Dios" porque "Él es el Bendito".
En realidad, se trata de un gesto importante, porque "cuando yo bendigo a Dios, hablo bien de Él y hago como el incienso que se quema". La oración de alabanza es una oración que "nosotros no hacemos muy habitualmente"; y, sin embargo, destacó el Papa Francisco, fue Jesús mismo quien nos enseñó "en el Padrenuestro a rezar así: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...". Y no nos debe parecer extraño dirigirnos con estas palabras precisamente a aquel que "es el santo". Se trata, explicó el obispo de Roma, de expresar la "alegría de la oración de alabanza", que es "gratuidad pura". Nosotros, en efecto, generalmente "sabemos orar muy bien cuando pedimos cosas" y también cuando agradecemos al Señor"; es menos habitual para todos nosotros "alabar al Señor".
El impulso hacia este tipo de oración, aconsejó el Papa, puede se para nosotros más apremiante si "hacemos memoria de las cosas que el Señor hizo en nuestra vida", así como san Pablo, que en su himno recuerda: "En Él -en Cristo- nos escogió antes de la creación del mundo". Aquí está la fuente de nuestra oración: "Bendito eres Señor, porque tú me escogiste". El hombre debe sentir el "gozo de una cercanía paternal y tierna".
Lo mismo sucedió al pueblo de Israel cuando fue liberado de Babilonia, recordó el Pontífice citando algunos versículos del salmo (Sal, 126) -"Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares"- y dijo: "Pensemos en una boca llena de sonrisa: esta es la oración de alabanza", es la expresión inmediata de un gozo inmenso, del "ser felices ante el Señor". Es una disposición del corazón que no hay que olvidar: "Hagamos un esfuerzo para reencontrarla", exhortó, invitando a usar las mismas palabras del salmo (Sal, 97): "Tocad la cítara para el Señor con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor".
Es muy importante hacer memoria, recordar lo que hizo el Señor por cada uno de nosotros, "con cuánta ternura me ha acompañado, cómo se inclinó, se ha inclinado", como el papá que "se inclina con el niño para hacerlo caminar". Y, subrayó el Papa, lo hizo "con cada uno de nosotros".
"Todo es fiesta, todo es alegría" si cada uno -como atestigua san Pablo mismo dirigiéndose a los Efesios- puede decir: "Él me eligió antes de la fundación del mundo". Y este es el "punto de inicio". Incluso si, puntualizó el Papa Francisco, "no se puede entender" y "no se puede imaginar: que el Señor me haya conocido antes de la creación del mundo, que mi nombre estaba en el corazón del Señor". Pero "esta es la verdad, esta es la revelación". Y, añadió el Pontífice, "si nosotros no creemos esto, no somos cristianos", porque la característica del cristiano es precisamente ser "un elegido".
El pensamiento de vivir desde siempre en el corazón de Dios nos "llena de alegría" y "nos da seguridad". La seguridad confirmada por las palabras del Señor al profeta Isaías, que se cuestionaba si esta predilección pudiera decrecer: "¿Puede una madre olvidarse de su niño? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré". Dios nos tiene a cada uno de nosotros en sus "entrañas", así "como el niño está dentro de su mamá".
Esta verdad, destacó el Papa Francisco, es tan grande y bella que puede venir la tentación de no pensar en ella, de evitarla por cuanto nos sobrepasa. En efecto, "no se puede entender sólo con la cabeza", y "ni siquiera solamente con el corazón". Para hacerla nuestra y vivirla, explicó, "debemos entrar en el misterio de Jesucristo", Él que "derramó su sangre en abundancia sobre nosotros, con toda sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad".
De aquí deriva la tercera actitud fundamental del cristiano, después de la oración de alabanza y de saber hacer memoria. El cristiano está llamado "a entrar en el misterio". Sobre todo cuando "celebramos la Eucaristía", porque no se puede entender totalmente "que el Señor está vivo, está con nosotros, aquí, en su gloria, en su plenitud y da su vida de nuevo por nosotros".
Es una actitud, concluyó el Pontífice, que debemos "aprender cada día", en un esfuerzo cotidiano, porque "el misterio no se puede controlar: él es un misterio. Hay que adentrarse en él".