También hoy Jesús llora «muchas veces» por su Iglesia, como lo hizo ante las puertas cerradas de Jerusalén. En la celebración de la misa del jueves 20 de noviembre, en Santa Marta, el Papa Francisco hizo referencia al pasaje evangélico de la liturgia -tomado del capítulo 19 de san Lucas (Lc 19, 41-44)- para recordar que los cristianos siguen cerrando las puertas al Señor por miedo a sus «sorpresas» que mueve certezas y seguridades consolidadas. En realidad, explicó, «tenemos miedo a la conversión, porque convertirse significa dejar que el Señor nos conduzca».
La reflexión del Pontífice partió precisamente de la imagen de Jesús que lloraba en las puertas de Jerusalén. Él «lloró sobre la ciudad: lloraba por su cerrazón. El motivo del llanto de Jesús era precisamente la cerrazón de la ciudad al recibirlo», así como -destacó el Papa- estaba cerrado el libro «sellado con siete sellos» que hizo llorar al apóstol Juan en el relato del Apocalipsis (Ap 5, 1-10) propuesto en la primera lectura.
«La cerrazón -remarcó el Papa- hace llorar a Jesús; la cerrazón del corazón de su elegida, de la ciudad elegida, del pueblo elegido», que «no tenía tiempo para abrirle la puerta» porque «estaba demasiado ocupada, demasiado satisfecha de sí misma». Y aún hoy «Jesús sigue llamando a la puerta, como llamó a la puerta del corazón de Jerusalén: a la puerta de sus hermanos, de sus hermanas; a nuestra puerta, a la puerta de nuestro corazón, a la puerta de su Iglesia».
En realidad, explicó el Pontífice, «Jerusalén se sentía contenta, tranquila con su vida y no necesitaba al Señor» y su salvación. Por eso había «cerrado su corazón al Señor. Y el Señor lloró sobre Jerusalén. Como lloró también sobre el sepulcro cerrado de su amigo Lázaro. Jerusalén estaba muerta».
El llanto de Jesús «sobre su ciudad elegida» es también el llanto «sobre su Iglesia» y «sobre nosotros». Pero ¿por qué -se preguntó el Papa- «Jerusalén no había recibido al Señor? Porque estaba tranquila con lo que tenía, no quería problemas». Por eso Jesús, ante sus puertas, exclamó: «Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz... No reconociste el tiempo de tu visita». La ciudad, en efecto, «tenía miedo a la visita del Señor; tenía miedo a la gratuidad de la visita del Señor. Estaba segura en las cosas que ella podía gestionar».
Se trata de una actitud que también hoy se ve entre los cristianos. «Nosotros -destacó el Papa Francisco- estamos seguros en las cosas que podemos gestionar. Pero la visita del Señor, sus sorpresas, no podemos gestionarlas. Y Jerusalén tenía miedo de esto: ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía miedo del Señor, de su esposo, de su amado». Porque «cuando el Señor visita a su pueblo nos trae la alegría, nos trae la conversión. Y todos nosotros tenemos miedo»: no «de la alegría», destacó el Pontífice, sino más bien «de la alegría que trae el Señor, porque no podemos controlarla».
El Papa recordó al respecto «las lamentaciones» que el coro canta el Viernes santo en la liturgia de la adoración de la cruz. E hizo referencia al diálogo del Señor con la ciudad -«¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme»- para destacar que «el precio de ese rechazo» es la cruz: es «el precio para hacernos ver el amor de Jesús, lo que lo llevó a llorar, a llorar también hoy, muchas veces, por su Iglesia».
En tiempos de Jesús, en efecto, Jerusalén «estaba tranquila, contenta; el templo funcionaba. Los sacerdotes ofrecían los sacrificios, la gente iba en peregrinación, los doctores de la ley lo habían acomodado todo»: estaba «todo claro, todos los mandamientos claros». Pero a pesar de esto -indicó el Pontífice- «tenía la puerta cerrada». De aquí la invitación a hacer un examen de conciencia, partiendo de la pregunta: «Hoy, nosotros cristianos, que conocemos la fe, el catecismo, que vamos a misa todos los domingos, nosotros cristianos, nosotros pastores, ¿estamos contentos de nosotros mismos?».
El riesgo es ya sentirse satisfechos porque «tenemos todo acomodado y no necesitamos nuevas visitas del Señor». Pero Jesús, precisó el Papa, «sigue llamando a la puerta de cada uno de nosotros y de su Iglesia, de los pastores de la Iglesia». Y si «la puerta de nuestro corazón, de la Iglesia, de los pastores no se abre, el Señor llora, también hoy», como lo hizo sobre Jerusalén. Jesús contempla la ciudad y «llora porque no abre la puerta, porque tiene miedo a sus sorpresas, porque está demasiado satisfecha de sí misma». De aquí la invitación conclusiva del Papa: «Pensemos en nosotros: ¿cómo estamos en este momento ante Dios?».