Dios nos salva «personalmente», nos salva «con nombre y apellido» pero siempre como parte de un «pueblo». En la misa celebrada en Santa Marta el jueves 29 de enero, el Papa Francisco alertó acerca del peligro de «privatizar la salvación»: en efecto, «existen formas, conductas equivocadas y modelos equivocados de conducir la vida cristiana». Releyendo el pasaje de la Carta a los Hebreos propuesto por la liturgia (Hb 10, 19-25), el Pontífice destacó que si es verdad que Jesús «inauguró un camino nuevo y vivo» y «nosotros debemos seguirlo», es también verdad que «debemos seguirlo como quiere el Señor, según la forma que Él quiere». Y un modelo equivocado es precisamente el de quien tiende a «privatizar la salvación».
Jesús, explicó el Papa, «nos salvó a todos, pero no genéricamente. Todos, a cada uno, con nombre y apellido. Y esta es la salvación personal»: cada uno de nosotros puede decir «por mí», porque «el Señor me miró, dio su vida por mí, abrió esta puerta, este nuevo camino por mí». Sin embargo, existe el «peligro de olvidar que Él nos salvó a cada uno, pero en un pueblo», porque «el Señor siempre salva en el pueblo». Cuando el Señor «llamó a Abrahán, le prometió que formaría un pueblo». Y por eso en la Carta a los Hebreos se lee: «Fijémonos los unos en los otros». Si yo interpreto la salvación, recordó el Papa Francisco, «sólo como salvación para mí» entonces «me equivoco de camino: la privatización de la salvación es una senda equivocada».
Pero entonces, «¿cuáles son los criterios para no privatizar la salvación?». Los encontramos precisamente en el pasaje de la Carta. «Ante todo, el criterio de la fe», explicó el Papa. «La fe en Jesús nos purifica», entonces «acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia». El primer criterio es, por lo tanto, «el signo de la fe, el camino de la fe». Existe también otro criterio que consiste en «una virtud muy olvidada: la esperanza». Tenemos que mantener, en efecto, «sin vacilar la profesión de nuestra esperanza», que es «como la servidora: la que nos conduce hacia adelante, nos hace mirar las promesas e ir hacia adelante». Por último, un tercer criterio es el de la «caridad»: debemos verificar si «estamos atentos los unos a los otros para estimularnos mutuamente en la caridad y en las obras buenas».
Un ejemplo concreto, dijo el Pontífice, podemos tomarlo de la vida en una parroquia o en una comunidad: cuando «yo estoy allí puedo privatizar la salvación» y «estar allí sólo un poco socialmente». Para evitar este riesgo, «tengo que preguntarme a mí mismo si hablo, si comunico la fe; si hablo, comunico la esperanza; si hablo, actúo y comunico la caridad». Porque «si en una comunidad no se habla, no se transmite ánimo uno a otro en estas tres virtudes, los miembros de esa comunidad han privatizado la fe».
He aquí el error: «cada uno busca su propia salvación, no la salvación de todos, la salvación del pueblo». Sin embargo, «Jesús salvó a cada uno, pero en un pueblo, en una Iglesia». Así, pues, sucede que «tú estás salvado, pero no como el Señor te ha salvado». Al respecto, el autor de la Carta a los Hebreos «da un consejo muy importante: no faltemos a las asambleas». Un consejo «práctico» que el Papa se detuvo a explicar: sucede, en efecto, que «cuando nosotros estamos en una reunión -en la parroquia, en el grupo- y juzgamos a los demás» diciendo: «Este no me agrada... yo vengo porque tengo que venir, pero no me agrada...», acaba con que «nos marchamos». Emerge así «una especie de desprecio hacia los demás. Y esta no es la puerta, el camino nuevo y vivo que el Señor abrió, inauguró».
Esto sucedía también en los primeros años de vida de la Iglesia. Pablo, por ejemplo, «reprende a quienes van a las reuniones para servir la Eucaristía y llevan también la comida, pero para ellos, y dejan a los demás allí. Desprecian a los demás; se apartan de la comunidad en su conjunto; se apartan del pueblo de Dios». En la práctica, «han privatizado la salvación» pensando: «la salvación es para mí y para mi grupito, pero no para todo el pueblo de Dios».
Esto, recordó el Pontífice, «es un error muy grande. Es lo que llamamos y vemos como las élites eclesiales». Sucede cuando «en el pueblo de Dios se forman estos grupitos» que «piensan que son buenos cristianos» y tal vez tienen incluso «buena voluntad, pero son grupitos que han privatizado la salvación».
Por eso, sintetizó el Papa Francisco, los criterios para reconocer «si estoy en mi parroquia, en mi grupo, en mi familia, si soy un verdadero hijo de la Iglesia, hijo de Dios, salvado por Jesús, estoy en su pueblo si hablo de la fe, si hablo de la esperanza, si hablo de la caridad». Pero atención: «cuando en un grupo se habla de tantas cosas y no se animan mutuamente, no se hacen obras buenas, se termina por abandonar el grupo grande y formar pequeños grupitos de élite». En cambio Dios «nos salva en un pueblo, no en las élites, que nosotros con nuestras filosofías y nuestro modo de entender la fe hemos formado».
Por eso tenemos que preguntarnos: «¿Tiendo a privatizar la salvación para mí, para mi grupito, para mi élite o no abandono el pueblo de Dios, no me alejo del pueblo de Dios y estoy siempre en la comunidad, en la familia, con el lenguaje de la fe, de la esperanza y el lenguaje de las obras de caridad?». El Papa concluyó con el deseo de «que el Señor nos dé la gracia de sentirnos siempre pueblo de Dios, salvados personalmente». Porque la verdad es que «Él nos salva con nombre y apellido», pero «en un pueblo, no en el grupito que yo formo para mí».