¿Cuántos se dicen cristianos pero no aceptan «el estilo» con el cual Dios quiere salvarnos? Son a quienes el Papa Francisco definió como «cristianos sí, pero...», incapaces de comprender que la salvación pasa por la cruz. Y Jesús en la cruz -explicó el Pontífice en la homilía de la misa que celebró en Santa Marta el martes 24 de marzo- es precisamente «el núcleo del mensaje de la liturgia de hoy».
En el pasaje evangélico de san Juan (Jn 8, 21-30), Jesús dice: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre...» y, anunciando su muerte en la cruz, recuerda la serpiente de bronce que Moisés hizo elevar «para curar a los israelitas en el desierto», como se lee en la primera lectura tomada del libro de los Números (Nm 21, 4-9). El pueblo de Dios esclavo en Egipto -explicó el Papa- había sido liberado: «Ellos habían visto verdaderos milagros. Y, cuando tuvieron miedo, en el momento de la persecución del faraón, cuando estuvieron ante el mar Rojo, vieron el milagro» que Dios había realizado para ellos. El «camino de liberación» comenzó con la alegría. Los israelitas «estaban contentos» porque fueron «liberados de la esclavitud», contentos porque «llevaban consigo la promesa de una tierra muy buena, una tierra sólo para ellos» y porque «ninguno de ellos había muerto» en la primera parte del viaje. También las mujeres estaban contentas porque tenían con ellas «las joyas de las mujeres egipcias».
Pero a un cierto punto, continuó el Pontífice, en el momento que «se alargaba el camino», el pueblo ya no soportó el viaje y «se cansó». Por ello comenzó a hablar «contra Dios y contra Moisés: ¿por qué nos han sacado de Egipto para morir en el desierto?». Comenzó «a criticar: a hablar mal de Dios, de Moisés», diciendo: «No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia, el maná». Es decir, a los israelitas «les daban náuseas las ayudas de Dios, el don de Dios. Y, así, la alegría del comienzo de la liberación se convirtió en tristeza, en murmuración».
Probablemente preferían «un mago que con la varita mágica» los liberase y no un Dios que les hiciese caminar y que «en cierto modo» les hiciese «ganar la salvación» o, «al menos, merecerla en parte».
En la Escritura se ve «un pueblo descontento» y, destacó el Papa Francisco, «la crítica es una vía de salida de ese descontento». En su descontento «se desahogaban, pero no se daban cuenta de que con esa actitud envenenaban su alma». He aquí, entonces, la llegada de las serpientes, porque «así, como el veneno de las serpientes, en ese momento el pueblo tenía el alma envenenada».
También Jesús habla de la misma actitud, de «ese modo de ser no contento, no satisfecho». Refiriéndose a un pasaje que encontramos en los Evangelios de san Mateo (Mt 11, 17) y de san Lucas (Lc 7, 32), el Pontífice dijo: «Jesús, cuando habla de esta actitud dice: "¿Quién os entiende a vosotros? Sois como esos niños en la plaza: hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; os hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. Entonces, ¿nada os satisface?”». Es decir, el problema «no era la salvación, la liberación», porque «todos la querían»; el problema era «el estilo de Dios: no gustaba el sonido de Dios para bailar; no gustaban las lamentaciones de Dios para llorar». Entonces, «¿qué querían?». Querían, explicó el Papa, obrar «según su pensamiento, elegir el propio camino de salvación». Pero ese camino «no conducía a nada».
Una actitud que encontramos aún hoy. Incluso «entre los cristianos», se preguntó el Papa Francisco, ¿cuántos están «un poco envenenados» de esta insatisfacción? Oímos decir: «Sí, verdaderamente, Dios es bueno, pero cristianos sí, pero...». Son los que, explicó, «no terminan de abrir el corazón a la salvación de Dios» y «piden siempre condiciones»; los que dicen: «Sí, sí, sí, yo quiero ser salvado, pero por este camino». Es así que «el corazón se envenena». Es el corazón de los «cristianos tibios», que tienen siempre algo de qué lamentarse: «"pero el Señor, ¿por qué me ha hecho esto?” -"pero te ha salvado, te ha abierto la puerta, te ha perdonado muchos pecados”- "Sí, sí, es verdad, pero...”». El israelita en el desierto decía: «Yo quisiera agua, pan, eso que me gusta, no esta comida tan ligera. Estoy hastiado». Y también nosotros «muchas veces decimos que estamos hastiados del estilo divino». Destacó el Papa Francisco: No aceptar el don de Dios con su estilo, ese es el pecado, ese es el veneno; lo que envenena el alma, quita la alegría, no deja seguir».
Y «¿cómo resuelve todo esto el Señor? Con el mismo veneno, con el mismo pecado»: es decir, «Él mismo toma sobre sí el veneno, el pecado y es elevado». Así sana «esta tibieza del alma, ese ser cristianos a medias», ese ser «cristianos sí, pero...». La curación, explicó el Papa, llega sólo «mirando la cruz», mirando a Dios que asume nuestros pecados: «mi pecado está allí». Sin embargo, «cuántos cristianos mueren en el desierto de su tristeza, de su murmuración, de su no querer el estilo de Dios». Esta es la reflexión para cada cristiano: mientras Dios «nos salva y nos muestra cómo nos salva», yo «no soy capaz de tolerar un poco un camino que no me gusta mucho». Es «ese egoísmo que Jesús reprochaba a su generación», la que decía acerca de Juan Bautista: «No, es un endemoniado». Y la que cuando vino el Hijo del hombre lo definió como un «comilón» y un «borracho». «¿Pero quién os entiende?» dijo el Papa añadiendo: «También yo, con mis caprichos espirituales ante la salvación que Dios me da, ¿quién me entiende?».
He aquí entonces la invitación a los fieles: «Miremos a la serpiente, el veneno ahí en el cuerpo de Cristo, el veneno de todos los pecados del mundo y pidamos la gracia de aceptar los momentos difíciles; de aceptar el estilo divino de salvación; de aceptar también esta comida tan ligera de la que se lamentaban los judíos»: la gracia, o sea, «de aceptar los caminos por los cuales el Señor me conduce hacia adelante». El Papa Francisco concluyó deseando que la Semana Santa «nos ayude a salir de esta tentación de llegar a ser "cristianos sí, pero...”».