Dios siempre da vida a una «historia de amor» con cada uno de nosotros. Y a pesar de lo que parece ser «fracaso», pequeño o grande, al final vence el «sueño de amor». Precisamente este camino nuestro por una «senda difícil», con un Dios que salva a través de lo que se descarta, volvió a proponer el Papa Francisco en la misa que celebró el lunes 1 de junio, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Para el Papa, la parábola de los labradores y del dueño de la viña, que relata san Marcos en el pasaje evangélico (Mc 12, 1-12) propuesto por la liturgia, «es un resumen de la historia de salvación que Jesús presenta -como hemos escuchado- a los jefes de los sacerdotes, a los escribas, a los ancianos: es decir, a los dirigentes del pueblo de Israel, a los que tenían en sus manos el gobierno del pueblo, a quienes tenían en sus manos la promesa de Dios».
Y «es una bella parábola», destacó el Papa Francisco, que «comienza con un sueño, un proyecto de amor: el hombre que plantó la viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar» y construyó una torre. Todo esto «se hizo con amor». El hombre, en efecto, «amaba esta viña» y es así que «la dejó en alquiler, la entregó» para que dé frutos. Luego, «en el momento oportuno, mandó un criado a los labradores para que retirase su parte del fruto de la viña y comenzó todo lo que hemos escuchado: a uno lo golpearon, a otro lo azotaron, a otro lo mataron». Al final «envió a su hijo», pero los labradores «lo mataron: y así termina la historia».
Al final de cuentas, explicó el Papa, «esta historia que parece una historia de amor, que tenía que seguir adelante con pasos de amor entre Dios y su pueblo», se presenta en cambio como «una historia de fracasos». Hasta el punto que «Dios -el Padre del pueblo, que elige a este pueblo para sí por ser un pueblo pequeño y lo ama, sueña con amor- parece fracasar». Y «esta historia de salvación puede ser llamada historia del fracaso». Pero «el fracaso -dijo el Pontífice- inicia desde el primer momento, también en ese fracaso del sueño de Dios, desde el comienzo hay sangre -la sangre de Abel- y desde allí continúa: la sangre de todos los profetas que fueron a hablar al pueblo, a ayudar a custodiar la viña, hasta la sangre de su Hijo». Sin embargo, añadió el Papa Francisco, «al final hay una Palabra de Dios, que nos hace pensar».
«¿Qué hará entonces el dueño de la viña?», se preguntó el Papa Francisco. Y respondió: «Vendrá y pondrá al pueblo ante el juicio». Al respecto Jesús dijo «una palabra que parece un poco fuera de lugar: "¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?”». El Papa aclaró que «esa historia de fracaso no prospera y lo que había sido descartado se convierte en fuerza». De este modo, «los profetas, los hombres de Dios hablaron al pueblo, que no fueron acogidos, que fueron descartados, serán su gloria». Y «el Hijo, el último enviado, que fue precisamente descartado, juzgado, no escuchado y asesinado, se convirtió en la piedra angular». He aquí, entonces, que «esta historia, que comienza con un sueño de amor y parece ser una historia de amor, pero luego parece acabar en una historia de fracasos, termina con el gran amor de Dios, que del descarte saca la salvación; de su Hijo descartado, nos salva a todos».
Para el Pontífice es una experiencia bella «leer en la Biblia tantos, tantos lamentos de Dios». Por lo demás, «cuando Dios habla a su pueblo dice: "¿Por qué has hecho esto? Recuerda todo lo que hice por ti: cómo te elegí, cómo te liberé. ¿Por qué me haces esto?”». El Padre, destacó el Papa Francisco, «se lamenta, incluso llora». Y «al final» está precisamente «el llanto de Jesús ante Jerusalén: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas”». Esta, explicó, «es la historia de un pueblo que no logra liberarse de la voluntad que sembró Satanás en los primeros padres: convertirse en dioses». Es «un pueblo que no sabe obedecer a Dios, porque quiere llegar a ser dios».
Esta actitud hace que sea «un pueblo cerrado, un pueblo en el que los ministros se endurecen». Por lo tanto, el Papa señaló que «el final de este pasaje, que hemos leído, es triste», porque emerge «la rigidez de esos sacerdotes, de esos doctores de la ley: trataban de capturar a Jesús para matarlo pero tenían miedo de la multitud». De hecho, «se dieron cuenta de que había contado la parábola contra ellos». Y así «lo dejaron y se fueron».
«La vía de nuestra redención es un camino donde no faltan muchos fracasos», reconoció el Pontífice. Tanto es así que «también el último, el de la cruz, es un escándalo: pero precisamente ahí el amor vence». Y «esa historia que comienza con un sueño de amor, y continúa con una historia de fracasos, termina con la victoria del amor: la cruz de Jesús». El Papa Francisco instó a «no olvidar este camino», aunque «es un camino difícil». Y, «también el nuestro» es siempre un camino difícil. Así, «si cada uno de nosotros hace un examen de conciencia, verá cuántas veces ha echado fuera a los profetas; cuántas veces ha dicho a Jesús: "¡vete!”; cuántas veces ha querido salvarse a sí mismo; cuántas veces ha pensado tener la razón».
«El amor de Dios con su pueblo se manifiesta en el sacrificio de su Hijo, que ahora celebraremos una vez más, verdaderamente», dijo el Papa Francisco antes de reanudar la celebración eucarística. «Y cuando Él desciende sobre el altar y lo ofrecemos al Padre - añadió- nos hará bien hacer memoria de esta historia de amor que parece fracasar, pero al final triunfa». Es importante, por lo tanto, «hacer memoria, en la historia de nuestra vida, de la semilla de amor que Dios ha sembrado en nosotros». Y en consecuencia, «hacer lo que Jesús hizo en nuestro nombre: se humilló». Así que también a nosotros, concluyó, «nos hará bien humillarnos ante el Señor que ahora viene para celebrar con nosotros el memorial de su victoria».