«Si se encontrara una persona que jamás, jamás, jamás ha hablado mal de otra, se la podría canonizar inmediatamente»: es con una expresión fuerte que el Papa Francisco puso en guardia de la tentación «hipócrita» de apuntar con el dedo en contra de los demás. Invitando, sobre todo, a tener «la valentía de dar el primer paso» reconociendo los propios errores y las propias debilidades y acusándose a sí mismos.
Es el consejo espiritual, centrado sobre el perdón y la misericordia, que el Papa sugirió a la misa celebrada el viernes 11 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la iglesia de Santa Marta. Porque «la hipocresía» –advirtió– es un riesgo que corremos todos, a comenzar del Papa hacia abajo».
«En estos días –destacó inmediatamente el Papa Francisco– la liturgia hizo reflexionar muchas veces sobre la paz, sobre el trabajo de pacificar y de reconciliar como lo hizo Jesús, y también sobre nuestro deber de hacer lo mismo», es decir, «hacer la paz, hacer la reconciliación». Además, prosiguió el Papa, «la liturgia nos ha hecho reflexionar, además, sobre el estilo cristiano, sobre todo sobre dos palabras, palabras que Jesús llevo a la práctica: perdón y misericordia». Pero, insistió el Papa Francisco, «debemos realizarlas también nosotros».
Y así –prosiguió– en estos días, la liturgia nos ha dado que pensar en esto, en reflexionar sobre este camino de la misericordia, del perdón, del estilo cristiano con esos sentimientos de ternura, bondad, humildad, mansedumbre, magnanimidad». El estilo cristiano, en efecto, cosiste en «soportarnos mutuamente, el uno al otro»: una actitud que lleva al amor, al perdón, a la magnanimidad». Porque «precisamente, el estilo cristiano es magnánimo, es grande».
«El Señor –explicó el Pontífice– nos ha dicho además que, con este espíritu grande, está también otra cosa: esa generosidad, generosidad del perdón, generosidad de la misericordia». Y «nos impulsa a ser así, generosos, y a dar: dar todo de nosotros, de nuestro corazón; dar amor, sobre todo». En esta perspectiva, añadió, «nos habla de la "recompensa”: no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Esto, por lo tanto, afirmó el Papa Francisco, «es el resumen del Señor: perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará». Pero «¿qué se os dará? Una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, plena, desbordante –recordó el Papa– os verterán, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».
Así «es el resumen del pensamiento de la liturgia en estos días», hizo presente el Pontífice. Todos nosotros, comentó, «podemos decir: ¡Esto es bello, ¿eh?, pero ¿cómo se hace, cómo se comienza con esto? Y ¿cuál es el primer paso para seguir en este camino?».
Precisamente en la liturgia, es la respuesta sugerida por el Papa, vemos este «primer paso, ya sea en la primera lectura, ya en el Evangelio». Y, el primer paso es la acusación de sí mismos, la valentía de acusarse a sí mismos, antes que acusar a los demás». El apóstol Pablo, en la primera lectura a Timoteo (1Tm 1, 1-2.12-14), «alaba al Señor porque lo eligió y da gracias porque "se fió de mí y me confió este ministerio, a mí que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente”». Esta, explicó Francisco, «ha sido misericordia». Pablo «dice de sí mismo quién era, un blasfemo, pero quien blasfemaba era condenado con la lapidación, con la muerte». Pablo era, por lo tanto un «perseguidor de Jesucristo, un insolente, un hombre que no tenía paz en su alma ni hacía la paz con los demás». Y he aquí que hoy «Pablo nos enseña a acusarnos a nosotros mismos».
En el pasaje evangélico de Lucas (Lc 6, 39-42) «el Señor, con aquella imagen de la paja que está en el ojo de tu hermano y de la viga que llevas en el tuyo, nos enseña lo mismo: hermano, déjame que te saque la mota del ojo, primero acúsate a ti mismo; sólo entonces verás bien para poder quitar la mota del ojo de tu hermano». Por lo tanto el «primer paso» es: «acúsate a ti mismo».
Así el Papa Francisco sugirió también un examen de conciencia «cuando nos vienen pensamientos sobre otras personas», del tipo: «Pero mira este así, aquel así, aquel hace esto y esto...». Precisamente en esos momentos es oportuno preguntarse a sí mismos: «¿Y tú qué haces? ¿Qué haces? ¿Yo qué hago? ¿Soy justo? ¿Me siento juez para quitar la mota de los ojos de los demás y acusar a los demás?».
Por estas situaciones Jesús escoge la palabra «hipócrita» que, destacó el Papa, «usa sólamente con aquellos que tienen doble cara, doble alma: ¡hipócrita!». Todos, ¿eh? Todos. Comenzando por el Papa en adelante: todos». En efecto, prosiguió, «si uno de nosotros no tiene la capacidad de acusarse a sí mismo y después decir, si es necesario, a quien se debe decir las cosas de los demás, no es cristiano, no entra en esta obra tan hermosa de la reconciliación, de la magnanimidad, de la misericordia que nos ha traído Jesucristo».
Por eso, afirmó el Pontífice, «si tú puedes dar este primer paso, pide la gracia al Señor de una conversión». Y, efectivamente «el primer paso es este: ¿yo soy capaz de acusarme a mí mismo? ¿Y cómo se hace?». La respuesta en el fondo es «sencilla, es un ejercicio sencillo». Francisco sugirió este consejo práctico: «Cuando me viene a la mente el deseo de decir a los demás los defectos de los otros, detenerse: "¿Y yo?”».
Es neceario tener también «el valor que tuvo Pablo» en escribir de sí mismo a Timoteo: «Yo era un blasfemo, un perseguidor, un insolente». Pero, preguntó el Papa, «¿Cuántas cosas podemos decir de nosotros mismos?». Y así «nos ahorramos los comentarios sobre los demás y hacemos comentarios sobre nosotros mismos». De este modo damos, en verdad, «el primer paso en este camino de la magnanimidad». Porque quien «sabe mirar sólamente las motas en el ojo del otro, acaba en la mezquindad: un alma mezquina, llena de pequeñeces, llena de críticas».
Antes de seguir con la celebración, el Pontífice invitó a pedir en la oración «al Señor la gracia –esta es la valentía de Pablo –de seguir el consejo de Jesús: ser generosos en el perdón, ser generosos en el perdón, ser generosos en la misericordia». De modo que, concluyó, «para reconocer como santa a una persona, hay todo un proceso, se necesita un milagro, y después la Iglesia la proclama santa. Pero si tú encontraras una persona que jamás, jamás, jamás haya hablado mal del otro, se le podría canonizar inmediatamente. Es hermoso, ¿no?».