Es la nostalgia de Dios la que nos conduce a encontrar en Él nuestra verdadera identidad. Consciente de esa realidad, madurada también a través de la historia del pueblo de Israel, el Papa invitó a mirar en el interior de sí mismo para nunca dejar apagar en el corazón esa nostalgia.
En la misa celebrada el jueves 1 de octubre, memoria de santa Teresa del Niño Jesús, en la capilla de la Casa Santa Marta, el Papa se refirió a la primera lectura, tomada del libro de Nehemías (Ne 8, 1-4.5-6.7-12), para recordar que el texto constituye el final de una larga historia, de décadas, de años de historia: el pueblo de Israel había sido deportado a Babilonia, estaba lejos de Jerusalén, y desde hacía años, decenas de años, vivía allí. Y muchos, muchos de ellos se acostumbraron a esa vida y casi llegaron a olvidar su patria. Pero había algo dentro que siempre les hacía recordar, y cuando llegaba el momento del recuerdo, rezaban con las palabras del salmo: "Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”.
Sin embargo, prosiguió Francisco, era un recuerdo imposible, lejano, un pasado que no volvería nunca más. Hasta que Nehemías, un israelita muy cercano al rey, logró obtener el permiso para regresar a Jerusalén y reconstruirla, porque estaba en ruinas, totalmente en ruinas. Así comenzó la historia de los años del regreso a Jerusalén.
Es una historia difícil -afirmó el Pontífice- porque tenían que llevar la madera, luego encontrar las piedras para hacer los muros, y, también allí, había algunos que no querían y destruían los muros nuevos. Así, los que querían reconstruir la ciudad velaban durante la noche para custodiar los muros: y así fue. Luego, continuó el Papa recorriendo la página bíblica, destruyeron los altares de los ídolos e hicieron el altar de Dios, el templo, lentamente. En efecto, no se trató de una cuestión de un día, sino una cuestión de años. Y al final llegó el día del que hemos escuchado hablar hoy: ellos encontraron la Ley, el libro de la Ley.
Precisamente Nehemías pide al escriba Esdras que la lea ante el pueblo, ante todo el pueblo, ante ellos en la plaza. Y, así, el escriba Esdras, ayudado por otros escribas, leía la Ley y el pueblo comenzó a percibir que ese recuerdo que tenía era verdadero, el recuerdo que les impedía cantar los cantos de Jerusalén cuando estaban deportados: "¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!”. Ese pueblo, explicó el Papa Francisco, escuchaba lo que tan elegantemente dice el salmo: "Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión... la boca se nos llenaba de risas”. Era de verdad un pueblo feliz.
El Papa indicó un hecho curioso: el pueblo de Israel estaba alegre pero lloraba, y escuchaba la Palabra de Dios; reía, pero también lloraba, todo junto. ¿Cómo se explica esto? Sencillamente -dijo-, este pueblo no había sólo encontrado su ciudad, la ciudad donde había nacido, la ciudad de Dios: este pueblo, al escuchar la Ley, encontró su identidad, y por ello estaba alegre y lloraba. Tanto que Nehemías y los levitas, juntos, exhortaban a la gente con estas palabras: Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis. En efecto, recordó el Papa, de verdad todo el pueblo lloraba mientras escuchaba las palabras de la Ley: pero lloraba de alegría, lloraba porque había encontrado su identidad, había reencontrado esa identidad que con los años de deportación en cierto sentido se había perdido.
Para el pueblo de Israel se trató de un largo camino. Así recomendaba Nehemías: ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!. Es la alegría que da el Señor cuando encontramos nuestra identidad. Pero nuestra identidad se pierde en el camino, se pierde en muchas deportaciones o auto-deportaciones nuestras, cuando hacemos un nido aquí, un nido allá, un nido... y no en la casa del Señor. He aquí, entonces, la importancia de encontrar la propia identidad.
La cuestión planteada por el Papa Francisco, por lo tanto, es cómo proceder para encontrar la propia identidad. Hay un hilo que conduce hasta allí: es la nostalgia, la nostalgia de tu casa. Tanto que cuando pierdes lo que era tuyo, tu casa, lo que era precisamente tuyo, surge en ti esa nostalgia, y esa nostalgia te lleva de nuevo a tu casa. Así sucedió también al pueblo de Israel, que con esta nostalgia percibió que era feliz y lloraba de felicidad por eso, porque la nostalgia de la propia identidad lo había conducido a encontrarla: una gracia de Dios.
Sugiriendo un examen de conciencia, el Papa Francisco propuso esta reflexión: Si nosotros, por ejemplo, estamos saciados de alimento, no tenemos hambre; si estamos cómodos, tranquilos donde estamos, no necesitamos ir a otro sitio. Y yo me pregunto, y sería bueno que todos nosotros nos preguntásemos hoy: ¿estoy tranquilo, contento, no necesito nada -espiritualmente, hablo- en mi corazón? ¿Está apagada mi nostalgia?.
El Pontífice invitó nuevamente a mirar al pueblo feliz que lloraba y estaba alegre: un corazón que no tiene nostalgia, no conoce la alegría. Y la alegría, precisamente, es nuestra fuerza: la alegría de Dios. Porque un corazón que no sabe lo que es la nostalgia no puede hacer fiesta, y todo este camino comenzado hace años acaba con una fiesta.
El pasaje del libro de Nehemías concluye con la imagen de todo el pueblo que marcha a comer, a beber, a invitar a los demás y exultar con gran alegría, porque había comprendido las palabras que se le había proclamado. En definitiva, había encontrado lo que la nostalgia les hacía percibir para seguir adelante. Como conclusión, el Papa insistió para que todos nos preguntemos cómo es nuestra nostalgia de Dios: ¿estamos contentos, somos felices así o todos los días tenemos ese deseo de seguir adelante?. Y en la oración pidió que el Señor nos dé esta gracia: que jamás, jamás, jamás se apague en nuestro corazón la nostalgia de Dios.