Una de las cosas más difíciles de comprender, para todos nosotros cristianos, es la gratuidad de la salvación en Cristo. Porque desde siempre han existido doctores de la ley que engañan reduciendo el amor de Dios en pequeños horizontes, cuando, en cambio, es algo inmenso, sin límites. Es una cuestión en la que inicialmente se comprometió Jesús mismo, el apóstol Pablo y muchos santos en la historia, hasta nuestros días. Y entre ellos también Teresa de Ávila. El día en el que la Iglesia recuerda a la mística carmelita -de quien se conmemoran los 500 años de su nacimiento- el Papa Francisco puso de relieve cómo esta mujer recibió del Señor la gracia de comprender los horizontes del amor.
En la celebración de la misa del jueves 15 de octubre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, el Pontífice relacionó las lecturas -tomadas de la carta de san Pablo a los Romanos (Rm 3, 21-30a) y del Evangelio (Lc 11, 47-54)- con la extraordinaria experiencia vivida por Teresa. También ella, explicó, fue juzgada por los doctores de su tiempo. No acabó en la cárcel, pero se salvó por poco, y fue enviada a otro convento y vigilada. Por lo demás, destacó, esta es una lucha que perdura en la historia, toda la historia.
La historia precisamente de la que hablan los dos pasajes de las lecturas. Hablando de ellos, el Papa indicó que tanto Pablo como Jesús parecen un poco enfadados, digamos molestos. Por ello se preguntó de dónde vendría ese malestar en Pablo. El apóstol, fue la respuesta, defendía la doctrina, era el gran defensor de la doctrina, y el malestar tenía su origen en esa gente que no toleraba la doctrina. ¿Qué doctrina? La gratuidad de la salvación. Dios -dijo el Papa al respecto- nos salvó gratuitamente y nos salvó a todos. Mientras que había grupos que decían: No, se salva sólo aquella persona, aquel hombre, aquella mujer que hace esto, esto, esto, esto, esto... que hace estas obras, que cumple estos mandamientos. Pero de ese modo lo que era gratuito, el amor de Dios, según esta gente en contra de la cual habla Pablo, acababa siendo, con el paso del tiempo, algo que podemos obtener: "Si yo hago esto, Dios tiene la obligación de darme la salvación”. Es lo que san Pablo llama "la salvación por medio de las obras”.
Por ello es tan difícil comprender la gratuidad de la salvación en Cristo. Nosotros estamos acostumbrados -continuó el Papa- a escuchar que Jesús es el Hijo de Dios, que vino por amor, para salvarnos y que murió por nosotros. Pero lo hemos oído así tantas veces que nos hemos acostumbrado. En efecto, cuando entramos en este misterio de Dios, de este amor de Dios, este amor sin límites, un amor inmenso, nos quedamos tan maravillados por todo ello que tal vez preferiríamos no comprenderlo: mejor la salvación con el estilo "hagamos estas cosas y seremos salvados”. Cierto, aclaró el Pontífice, hacer el bien, hacer las cosas que Jesús nos dice que hagamos, es bueno y se debe hacer; sin embargo la esencia de la salvación no deriva de ello. Esta es mi respuesta a la salvación que es gratuita, que viene del amor gratuito de Dios.
Y es por esto que Jesús mismo puede parecer un poco obstinado contra los doctores de la Ley, a los que dice cosas fuertes y muy duras: "¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido”, porque os habéis llevado la llave”, es decir la llave de la gratuidad de la salvación, de la ciencia. En efecto, destacó el Papa, estos doctores de la ley pensaban que la salvación sólo se encontraba respetando todos los mandamientos, mientras que quien no hacía lo indicado se condenaba. En concreto, dijo el Papa Francisco con una imagen muy evocadora, limitaban los horizontes de Dios y empequeñecían el amor de Dios, haciéndolo pequeño, pequeño, pequeño, pequeño, a la medida de cada uno de nosotros. He aquí, entonces, la explicación de la lucha que tanto Jesús como Pablo afrontaban para defender la doctrina. Y a quien objetase: Pero padre, ¿no están los mandamientos?, el Papa respondió: Sí, existen. Pero hay uno que Jesús dice que es precisamente como la síntesis de todos los mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. Precisamente gracias a esta actitud de amor, nosotros estamos a la altura de la gratuidad de la salvación, porque el amor es gratuito. ¿Un ejemplo? Si yo digo: "¡Ah, yo te amo!”, pero por detrás tengo otro interés, eso no es amor, eso es interés. Y por ello Jesús dice: "El amor más grande es este: amar a Dios con toda la vida, con todo el corazón, con todas las fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”. Porque es el único mandamiento que está a la altura de la gratuidad de la salvación de Dios. Y Jesús luego añade: En este mandamiento están todos los demás, porque este llama -realiza todo el bien- a todos los demás”. Pero la fuente es el amor; el horizonte es el amor. Si tú has cerrado la puerta y te has llevado la llave del amor, no estarás a la altura de la gratuidad de la salvación que has recibido.
Es una historia que se repite. Cuántos santos -afirmó el Pontífice- fueron perseguidos por defender el amor, la gratuidad de la salvación, la doctrina. Muchos santos. Pensemos en Juana de Arco. Porque la lucha por el control de la salvación -sólo se salvan estos, estos que hacen estas cosas- no acabó con Jesús y con Pablo. Y no acaba tampoco para nosotros. En efecto, es una lucha que también nosotros llevamos dentro. He aquí el consejo del Pontífice: Nos hará bien hoy preguntarnos: ¿creo que el Señor me ha salvado gratuitamente? ¿Creo que yo no merezco la salvación? ¿Y que si merezco algo es por medio de Jesucristo y de todo lo que Él hizo por mí? Es una hermosa pregunta: ¿creo en la gratuidad de la salvación? Y, por último, ¿creo que la única respuesta es el amor, el mandamiento del amor, del que Jesús dice que allí están contenidas las enseñanzas de todos los profetas y toda la ley?. De aquí la invitación conclusiva a renovar hoy estas preguntas. Sólo así seremos fieles a este amor tan misericordioso: amor de padre y de madre, porque también Dios dice que Él es como una madre con nosotros; amor, horizontes amplios, sin límites, sin limitaciones. Y no nos dejemos engañar por los doctores que ponen límites a este amor.