Como un atleta se entrena cada día para alcanzar sus metas, así la vida del cristiano debe estar marcada por un continuo esfuerzo, por un «trabajo cotidiano» para dejar espacio a Dios, para «abrir la puerta» al don de la gracia que salva. Una reflexión marcada por el pensamiento paulino ofreció el Papa Francisco durante la misa que celebró en Santa Marta el jueves 22 de octubre, por la mañana. El hilo conductor fue el tema de la conversión.
La homilía del Pontífice se inspiró en la primera lectura del día, un pasaje de la carta de san Pablo a los Romanos (Rm 6, 19-23) donde el apóstol «recuerda la salvación, la gracia de la salvación», y habla del «camino de santificación. Y dice a los nuevos cristianos: "Vosotros estabais al servicio de la iniquidad -es decir del pecado- y ahora estáis al servicio del don de Dios”, es decir al servicio de la gracia y de la santificación». Pablo hace concretas sus palabras y usa «esta imagen: antes ofrecisteis vuestros miembros a la impureza y a la maldad, como esclavos suyos... ofreced ahora vuestros miembros a la justicia», al servicio de la gracia y de la santificación. El apóstol escribe a sus interlocutores que ahora «han cambiado», que han experimentado algo «fundamental, o sea la salvación en Jesucristo, el don de Dios».
Esta, explicó el Papa Francisco, «es la catequesis de la conversión». Pablo «exhorta a la conversión». Y es un mensaje que llega hasta nuestros días. «Nosotros -dijo el Papa- podemos pensar: la mayor parte de nosotros fue bautizada siendo niños, y no sabíamos lo que significaba la iniquidad. Pero luego lo aprendimos en la catequesis», y entonces también para nosotros sirve el consejo de Pablo: «No uséis vuestra alma, vuestro corazón, vuestro cuerpo para el pecado, al servicio del mal, de la iniquidad; sino usadlo al servicio del don de Dios, de la alegría» que conduce «a la vida eterna en Jesús».
He aquí sintetizado el significado de la conversión: «para el cristiano -explicó el Pontífice- la conversión es una tarea, un trabajo de todos los días». Para ayudar a comprender aún mejor, el Papa Francisco presentó la imagen del deportista usada por san Pablo. Pensando en el «hombre que se entrena para prepararse para una competición, y hace un gran esfuerzo», el apóstol dice: «Pero si él para ganar una competición hace este esfuerzo», entonces también «nosotros, que tenemos que llegar a la victoria grande del cielo, ¿cómo no hacerlo?», y exhorta en más de una ocasión a todos «a seguir adelante en este esfuerzo».
Pero podría surgir un malentendido y alguno podría decir: «Padre, ¿podemos pensar que la santificación es fruto de mi esfuerzo, como para quien practica deporte la victoria viene del entrenamiento?».
«No», respondió el Papa, y explicó: «El esfuerzo que nosotros realizamos, ese trabajo de todos los días de servir al Señor con nuestra alma, con nuestro corazón, con nuestro cuerpo, con toda nuestra vida» sirve sólo para abrir «la puerta al Espíritu Santo». En ese punto es el Espíritu «quien entra en nosotros y nos salva», el Espíritu que «es don en Jesucristo». Si no fuese así, añadió el Papa Francisco, « nos asemejaríamos a los santones: no, nosotros no somos santones. Nosotros, con nuestro esfuerzo, abrimos la puerta».
Se podría presentar, en este punto, una legítima objeción: «Pero, padre, es difícil... Es difícil, todos los días, hacer este esfuerzo». Y es verdad: «No es fácil -comentó el Pontífice- porque nuestra debilidad, el pecado original, el diablo siempre nos hacen retroceder». Precisamente al respecto «el autor de la Carta a los Hebreos previene contra esta tentación de retroceder» y escribe: «Nosotros somos de los que no ceden». Por eso, el Papa exhortó a «no retroceder, no ceder», haciendo referencia también a una imagen "fuerte” utilizada por el apóstol Pedro para describir a los «que se cansan de seguir adelante y al final dicen: "Sigo siendo así”». Estos, en efecto, se comparan con el «perro que vuelve a su vómito». El pasaje de la Escritura de hoy, en cambio, «pone en guardia, exhorta a seguir adelante, siempre: cada día un poco». Incluso cuando nos vemos obligados a hacer frente a «una gran dificultad».
Para hacerse comprender aún mejor, el Papa Francisco habló de un encuentro que tuvo «hace algunos meses» con una mujer, «joven, madre de familia -una hermosa familia- que tenía cáncer. Un cáncer maligno». No obstante esto, contó el Papa, «ella se movía con felicidad, obraba como si estuviese sana. Y hablando de esta actitud, me dijo: "Padre, lo arriesgo todo para vencer el cáncer”». Es precisamente la actitud que debe tener el cristiano. Nosotros, explicó el Pontífice, «que hemos recibido este don en Jesús y que hemos pasado del pecado, de la vida de iniquidad a la vida de la entrega en Cristo, en el Espíritu Santo, tenemos que hacer lo mismo».
¿Cómo? «Cada día un paso. Cada día un paso». Y ocasiones «hay muchas». El Papa Francisco presentó un par de ejemplos muy sencillos: «¿Me vienen ganas de hablar contra alguien? Haz silencio», o bien: «¿Me viene un poco de sueño y no tengo ganas de rezar? Ve a rezar un poco». No tenemos que pensar en grandes gestos, sino en «pequeñas cosas de todos los días». Porque las «pequeñas cosas» son las que «nos ayudan a no ceder, a no retroceder, a no volver a la iniquidad; sino a seguir adelante hacia este don, esta promesa de Jesús que será el encuentro con Él». Como lo hace habitualmente, el Papa concluyó su homilía con la invitación a la oración y al compromiso personales: «Pidamos esta gracia al Señor: ser constantes en este entrenamiento de la vida hacia el encuentro, porque hemos recibido el don de la justificación, el don de la gracia, el don del Espíritu en Cristo».