Nunca caer en la idolatría de las inmanencias y en la idolatría de los hábitos y apuntar, en cambio, siempre hacia más allá: desde la inmanencia contemplar la trascendencia y desde los hábitos mirar la meta final, que será la contemplación de la gloria de Dios. Con la certeza de que si la vida es bella, también el ocaso será muy bonito. Estas son las recomendaciones, para no caer en las dos idolatrías, sugeridas por el Papa en la misa que celebró el viernes 13 de noviembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Papa Francisco se inspiró en el Salmo 18, propuesto por la liturgia. En la oración, dijo, hemos repetido: "Los cielos narran la gloria de Dios”: su gloria, su belleza, la única belleza que permanece para siempre.
En cambio las dos lecturas -tanto la del libro de la Sabiduría (Sb 13, 1-9) como la del Evangelio (Lc 17, 26-37)- nos hablan de glorias humanas, es más, de idolatrías. En particular, destacó el Papa, la primera lectura habla de la belleza de la creación: ¡es hermosa! ¡Dios hizo cosas hermosas!. Pero inmediatamente destaca el error, la equivocación de esa gente que, en estas cosas hermosas, no fue capaz de mirar más allá, a la trascendencia. Sí, ciertamente son cosas hermosas en sí mismas, tienen su autonomía de belleza en este caso, pero esos hombres no fueron capaz de ver que esta belleza es un signo de otra belleza más grande que nos espera. Precisamente esa belleza a la que se refiere el salmo 18: Los cielos narran la gloria de Dios. Es la belleza de Dios.
En cambio, se lee en el libro de la Sabiduría, estos hombres fascinados por la belleza de las cosas creadas por Dios acabaron por considerarlas dioses.
Es precisamente la idolatría de la inmanencia. En concreto, pensaron que estas cosas no van más allá y son tan bonitas que son dioses. Pero de este modo se han apegado a esta idolatría; asombrados por su poder y energía. Sin pensar, en cambio, en cuán superior es su creador, porque los ha creado Aquel que es principio y autor de la belleza.
Es una idolatría contemplar las numerosas bellezas sin pensar que habrá un ocaso, destacó el Pontífice, considerando que también el ocaso tiene su belleza. Y todos contamos con el peligro de tener esta idolatría de estar apegados a las bellezas de la tierra, sin la trascendencia.
Se trata, precisamente, insistió el Papa Francisco, de la idolatría de la inmanencia: creemos que las cosas como son, son casi dioses y no acabarán nunca. Y olvidamos el ocaso.
La otra idolatría es la de los hábitos, afirmó el Papa Francisco. En el pasaje evangélico del día, Jesús, hablando del último día, precisamente del ocaso, dice: "Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca”. En definitiva, todo son hábitos, la vida es así: vivimos así, sin pensar en el ocaso de este modo de vivir.
Pero también esto es una idolatría: estar apegado a los hábitos, sin pensar en que esto se acabará. Y la Iglesia nos hace contemplar el final de estas cosas. Por lo tanto, también los hábitos pueden ser pensadas como dioses. De este modo, la idolatría consiste en pensar que la vida es así, que se sigue adelante por costumbre. Y como la belleza acabará en otra belleza, nuestras costumbres terminarán en una eternidad, en otros hábitos. ¡Pero con Dios!.
Es por esto, entonces, explicó el Papa Francisco, que la Iglesia nos prepara, durante esta semana, al final del año litúrgico y nos hace pensar precisamente en el final de las cosas creadas.
Sí, serán transformadas, pero hay un consejo -añadió el Papa- que Jesús nos da en este Evangelio de hoy: "No retroceder, no mirar hacia atrás”. Y presenta el ejemplo de la mujer de Lot.
También el autor de la Carta a los Hebreos, destacó al final el Pontífice, recoge este consejo y dice: "Nosotros -los creyentes- no somos gente que retrocede, sino gente que siempre va hacia adelante”.
Y el Papa Francisco relanzó también el consejo de seguir siempre adelante por este camino, contemplando las bellezas, y con los hábitos que todos tenemos, pero sin divinizarlos porque acabarán. Así, pues, concluyó, que sean estas pequeñas bellezas, que reflejan la gran belleza, nuestros hábitos para sobrevivir en el canto eterno, en la contemplación de la gloria de Dios.