No dejarse debilitar por el espíritu del mundo y vivir coherentemente, sin ceder y sin componendas, el propio ser cristiano. Es la invitación que el Papa Francisco, meditando en las lecturas del días, dirigió durante la misa que celebró el martes 17 de noviembre en Santa Marta. Siguiendo el camino a través del cual en estos días la Iglesia nos prepara para el final del año litúrgico, el Pontífice habló acerca de cómo comportarse en la persecución. Y para hacerlo desarrolló el hilo lógico que había iniciado el día anterior, cuando su reflexión se había centrado en los tres conceptos de la mundanidad, de la apostasía y de la persecución.
El punto de partida lo presentó el pasaje del segundo libro de los Macabeos (1M 6, 18-31), donde Eleazar -una especie de Policarpo, de pater familias del Antiguo Testamento-, con sus noventa años, no permite que el espíritu de la mundanidad lo debilite y ante la prueba no se entrega.
¿Qué había sucedido? El pensamiento único de la apostasía -explicó el Papa- pretendía que comiese carne de cerdo; él en cambio la rechazó y la escupió. Entonces sus amigos mundanos, los que habían cedido al espíritu de la mundanidad, lo llamaron, lo llevaron a un sito aparte y trataron de convencerlo, proponiéndole una solución cómoda: Hagamos una cosa, prepárate una buena sopa de carne que tú puedas comer y simula que comes la carne de cerdo, así salvas tu vida y no pecas. Pero el anciano escriba se indignó. Y con esa dignidad, con esa nobleza que él tenía de una vida coherente se encaminó al martirio, dando testimonio: No, yo a mi edad no daré este ejemplo a los jóvenes.
Es un claro ejemplo de coherencia de vida de la cual nos aleja la mundanidad espiritual. Precisamente en esto se centró el Papa Francisco analizando el comportamiento de muchos: Tú finges ser así, pero vives de otra forma. Es la mundanidad que se introduce en el espíritu humano y poco a poco va tomando posesión de él: es difícil identificarla desde el comienzo -destacó el Papa Francisco- porque es como la polilla que lentamente destruye, carcome la tela y luego esa tela es inutilizable. Así el hombre que se deja llevar por la mundanidad pierde la identidad cristiana, la arruina, llegando a ser incapaz de coherencia. En efecto, continuó el Papa, está quien dice: Oh, yo soy muy católico, padre, voy a misa todos los domingos, soy muy católico; luego, sin embargo, en la vida cotidiana o en el trabajo es incapaz de ser coherente. Así, por ejemplo, cede ante el discurso de quien le propone: Si me compras esto, hacemos este acuerdo y tú te quedas con una suma de dinero.
Esto -recordó el Pontífice- no es coherencia de vida, esto es mundanidad. Y es precisamente la mundanidad la que conduce a la doble vida, la que es apariencia y la que es verdadera, y te aleja de Dios y destruye tu identidad cristiana. Por esto Jesús es tan fuerte cuando pide al Padre: Padre, no te pido que los quites del mundo sino que los salves, que no tengan el espíritu mundano”, es decir ese espíritu que destruye la identidad ¡cristiana.
De la Sagrada Escritura, en particular del relato que habla del anciano Eleazar, surge un ejemplo contra este espíritu de mundanidad. No por casualidad el Pontífice invitó a los fieles a volver a escuchar sus palabras coherentes: Si muchos jóvenes piensan que yo a los noventa años me he pasado a las costumbres extranjeras, a su vez, por causa de mi comportamiento, se perderán por mi culpa. Eleazar, por lo tanto, se preocupa por el ejemplo que podría dar a los jóvenes si cediese. Es una elección que el Papa interpretó así: El espíritu cristiano, la identidad cristiana, nunca es egoísta, siempre trata de iluminar con la propia coherencia, cuidar, evitar el escándalo, cuidar a los demás, dar un buen ejemplo.
Cierto, añadió el Papa Francisco, alguno podría objetar: Pero no es fácil, padre, vivir en este mundo, donde las tentaciones son tantas, y la astucia de la doble vida nos tienta todos los días, ¡no es fácil!. En realidad, explicó el Pontífice, para nosotros no sólo no es fácil, es imposible. Sólo Él es capaz de hacerlo. Por ello la liturgia del día invita a rezar con el Salmo: El Señor me sostiene.
Es Dios, recordó el Papa, nuestro apoyo contra la mundanidad que destruye nuestra identidad cristiana, que nos conduce a la doble vida. Sólo Él puede salvarnos. Y, así, nuestra oración humilde será: "Señor, soy pecador, de verdad, todos lo somos, pero te pido tu apoyo, dame tu apoyo, para que de una parte no finja ser cristiano y por otra viva como un pagano, como un mundano”. El Pontífice concluyó la homilía con un consejo: Si hoy tenéis un poco de tiempo, tomad la Biblia, el segundo libro de los Macabeos, capítulo sexto, y leed esta historia de Eleazar. Os hará bien, os animará a todos a ser ejemplo y también os dará fuerza y ánimo para vivir la identidad cristiana, sin componendas, sin doble vida.