Invitado por la liturgia del día, Francisco volvió a hablar de la Iglesia y de los peligros que corre cuando se deja vencer por la tentación de la mundanidad: en lugar de ser fiel al Señor, se deja seducir por el dinero y el poder.
En la homilía que pronunció durante la misa en Santa Marta, el viernes 20 de noviembre, el Papa puso de relieve cómo «en estos últimos días» la Iglesia nos hizo reflexionar «sobre el proceso de mundanidad, de apostasía que acaba en la persecución». Las Escrituras propusieron para la reflexión «la mundanidad del pueblo de Dios que quería cambiar la alianza con las costumbres de toda la gente pagana». Un cambio, explicó el Pontífice, que conduce al «pensamiento único»; y quien no se adhiere a ello es «perseguido», después de «muchos martirios» y «muchos sufrimientos». Un ejemplo, en las lecturas de los días pasados, se vio en la situación del anciano escriba Eleazar, «que dio ejemplo, hasta el final, de su fidelidad a la ley».
En el pasaje tomado del primer libro de los Macabeos (1M 4, 36-37. 52-59) se lee cómo fueron derrotados «estos paganos, este espíritu de mundanidad». Inmediatamente Judas y sus hermanos dijeron: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». Así, explicó el Papa, todo el pueblo de Dios se sintió feliz, porque volvió a encontrar «la propia identidad, la de la alianza con el Dios vivo; no la de la mundanidad, que le habían propuesto». Y, destacó, se volvió a consagrar el templo «entre cantos, sonidos de cítaras, arpas y timbales. Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando al cielo, que les había dado el triunfo... Celebraron la consagración del altar con holocaustos, con alegría y alabanza».
Se percibe en estos renglones una «actitud de fiesta». Y, dijo el Papa Francisco, «la fiesta es algo que la mundanidad no sabe ofrecer, no puede hacer», porque «el espíritu mundano nos conduce, como máximo, a vivir un poco de diversión, un poco de ruido»; pero «la alegría sólo viene de la fidelidad a la alianza y no de estas propuestas mundanas».
«Lo mismo -destacó el Pontífice- le pasó a Jesús» cuando fue al templo y «empezó a expulsar a los vendedores. Los expulsó a todos, diciéndoles: "Está escrito: mi casa será casa de oración. Pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones”». Es una situación análoga: en el «tiempo de los Macabeos era precisamente el espíritu mundano lo que había ocupado el sitio de la adoración al Dios viviente», y también aquí encontramos «el espíritu mundano», si bien «de otra forma». En ese tiempo, explicó el Papa Francisco haciendo referencia al Evangelio de san Lucas (Lc 19, 45-48) que se acababa de leer, «los jefes del templo, los jefes de los sacerdotes y los escribas había cambiado un poco las cosas. Habían entrado en un proceso de degradación y habían convertido en impuro al templo, habían ensuciado el templo».
Esto tiene algo que decir también a los cristianos de hoy, porque «el templo es un icono de la Iglesia». Y, destacó el Papa, «la Iglesia siempre -¡siempre!- experimentará la tentación de la mundanidad y la tentación de un poder que no es el poder que Jesucristo quiere para ella». Jesús no dice: «No, esto no se hace, hacedlo fuera»; sino «vosotros habéis hecho aquí una cueva de ladrones». Y, comentó el Pontífice, «cuando la Iglesia entra en este proceso de degradación el final es muy feo. ¡Muy feo!».
El Papa Francisco se centró en este concepto fundamental, haciendo referencia una vez más a las imágenes del Antiguo Testamento donde se ve «al pobre anciano sacerdote» que estaba «allí, débil» y «permitía que sus hijos sacerdotes se corrompiesen». Es un peligro actual. En efecto, dijo el Papa, «en la Iglesia siempre está la tentación de la corrupción». Se cae en ella cuando «en lugar de apegarse a la fidelidad al Señor Jesús, al Señor de la paz, de la alegría, de la salvación», ella «se deja seducir por el dinero y el poder». Como se lee en el Evangelio del día, donde los «jefes de los sacerdotes -estos escribas estaban todos apegados al dinero, al poder- habían olvidado el espíritu». No sólo. «Para justificarse y decir que eran justos, que eran buenos, habían cambiado el espíritu de libertad del Señor por la rigidez».
Al respecto, el Pontífice recordó cómo Jesús, en el capítulo 23 de san Mateo, habla precisamente «de esta rigidez de ellos». Se ve que la gente, precisamente como se leía en el pasaje del Antiguo Testamento, «había perdido el sentido de Dios, también la capacidad de alegría, de alabanza: no sabían alabar a Dios porque estaban apegados al dinero y al poder, a una forma de mundanidad».
En este punto el Papa siguió analizando la escena evangélica, destacando cómo los jefes de los sacerdotes y los escribas «se enfadaron». Jesús no los expulsa a ellos del templo, sino a los que «hacían negocios, a los especuladores del templo»; sin embargo «los jefes de los sacerdotes y los escribas estaban vinculados a ellos», porque evidentemente recibían dinero de ellos. Existía, dijo el Papa Francisco, la «santa tangente». Y ellos «estaban a pegados al dinero y veneraban a esta "santa”».
En el Evangelio se leen palabras muy fuertes y se dice que los jefes de los sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo «buscaban acabar con Él». Lo mismo había pasado en tiempos de Judas Macabeo. «¿Por qué?» se preguntó el Pontífice, explicando la dificultad en la que se debatía quien acabaría con Jesús: «No sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de Él, escuchándolo». La fuerza de Jesús, por lo tanto, «era su palabra, su testimonio, su amor. Y donde está Jesús, no hay sitio para la mundanidad, no hay sitio para la corrupción».
Todo esto habla claro también hoy: «esta es la lucha de cada uno de nosotros, esta es la lucha cotidiana de la Iglesia», que está llamada a estar «siempre con Jesús». Y los cristianos deben estar «siempre pendientes de sus labios, para escuchar su palabra; y nunca buscar seguridades donde hay cosas de otro patrón». Por lo demás, «no se puede servir a dos señores: o Dios o las riquezas; o Dios o el poder».
He aquí por qué, concluyó el Papa Francisco, «nos hará bien rezar por la Iglesia, pensar en los numerosos mártires de hoy que, por no entrar en este espíritu de mundanidad, de pensamiento único, de apostasía, sufren y mueren. ¡Hoy!». Y recordando que «hoy hay más mártires en la Iglesia que en los primeros tiempos», exhortó: «Nos hará bien pensar en ellos, y también pedir la gracia» de no entrar nunca «en este proceso de degradación hacia la mundanidad que nos conduce al apego del dinero y el poder».