La fe es «un don» que no puede ser comprado o adquirido por méritos propios. Basándose en la liturgia del día, el Papa Francisco, en la misa celebrada el viernes 15 de enero en Santa Marta, continuó hablando sobre las características de la fe.
Recordando cómo el día anterior el evangelio había presentado el episodio del leproso que le dice a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme», el Pontífice se centró en las figuras de otros hombres que impulsados por la fe se muestran «decididos» y «valientes». Retomando el pasaje de san Marcos (Mc 2, 1-12), Francisco relató el episodio del paralítico llevado por sus amigos frente a Jesús. Él, «como siempre, está en medio de la gente, mucha gente». Para acercar el enfermo a Él los amigos se atrevieron a todo, «pero no pensaron en los riesgos» que conlleva «descolgar la camilla por el techo» o también el peligro de que «el propietario de la casa llamase a la policía y los enviase a la cárcel». Ellos, de hecho, «pensaban sólo en acercarse a Jesús. Tenían fe».
Se trata, dijo el Papa, de la «misma fe de la señora que también, en medio de la multitud, cuando Jesús fue a la casa de Jairo, se las arregló para tocar los vestidos de Jesús, su manto, para ser sanada». La misma fe del «centurión que dijo: "No, no, maestro, no te molestes: sólo una palabra tuya, y mi criado quedará sano"». Una fe «fuerte, valiente, que va hacia adelante», con el «corazón abierto».
Sin embargo, en este punto, señaló Francisco, «Jesús va un paso más allá». Para explicarlo, el Papa recordó otro episodio del Evangelio, en el que Jesús «en Nazaret, al comienzo de su ministerio, se fue a la sinagoga y dijo que había sido enviado para liberar a los oprimidos, los presos, dar vista a los ciegos… inaugurar un año de gracia, es decir, un año -se puede entender- de perdón, de acercarse al Señor». Es decir, indicaba un nuevo camino, «un camino hacia Dios». Lo mismo sucede con el paralítico, al que no se limita a decir: «Quedas sanado», sino: «Tus pecados te son perdonados».
Con esta novedad, señaló el Papa, Jesús provocó las reacciones de «los que tenían sus corazones cerrados. Quienes «ya aceptaban -hasta cierto punto- que Jesús era un sanador»; pero que también perdonase los pecados era «demasiado» para ellos. Pensaban: «No tiene el derecho de decir esto, porque sólo Dios puede perdonar los pecados».
Entonces, Jesús replicó: «¿Por qué pensáis estas cosas? Para que comprendáis que el Hijo del hombre tiene autoridad -he aquí, explicó Francisco, «el paso más allá»- para perdonar los pecados. Levántate, coge la camilla y echa a andar». Jesús comienza a expresarse con aquel lenguaje «que en algún momento va a desalentar a la gente», un lenguaje duro, con el que «habla de comer su cuerpo como un camino de salvación». Comienza, es decir, a «revelarse como Dios», algo que después dejó claro ante el sumo sacerdote diciendo: «Yo soy el Hijo de Dios».
Un paso que se propone también a la fe de los cristianos. Cada uno de nosotros, de hecho, puede tener fe en «Cristo, Hijo de Dios, enviado por el Padre para salvarnos: sí, salvarnos de la enfermedad, el Señor ha hecho y nos ayuda a hacer muchas cosas buenas»; pero sobre todo hay que tener fe en que Él ha venido para «salvarnos de nuestros pecados, salvarnos y llevarnos al Padre». Esto, dijo el Papa Francisco, es «el punto más difícil de entender». Y no sólo los escribas eran quienes decían: "¡Esto es blasfemia! Sólo Dios puede perdonar los pecados"». Algunos discípulos, de hecho, «dudaron y se marcharon» cuando Jesús se presentó «con una misión más grande que la de un hombre, para dar el perdón, para dar la vida, para recrear la humanidad». Tanto que el mismo Jesús «tuvo que preguntar a su círculo más cercano: "¿También vosotros queréis marcharos?"».
La pregunta de Jesús sirvió al Papa para invitar a todos a preguntarse: «¿Cómo es mi fe en Jesucristo? ¿Creo que Jesucristo es Dios, el Hijo de Dios? ¿Esta fe me cambia la vida? ¿Hace que mi corazón se renueve en este año de gracia, este año de perdón, este año de acercamiento al Señor?».
Se trata de una invitación a descubrir la calidad de la fe, conscientes de que esta «es un don. Nadie "merece" la fe. Nadie la puede comprar». Francisco exhortó a hacerse la pregunta: «¿Mi fe en Jesucristo me lleva a la humillación? No digo a la humildad: a la humillación, al arrepentimiento, a la oración que pide: "Perdóname, Señor"», y que es capaz de dar testimonio: «Tú eres Dios. Tú "puedes" perdonar mis pecados"».
De aquí la oración final: «Que el Señor nos haga crecer en la fe» para que nos hagamos como quienes habiendo oído a Jesús y visto sus obras «se maravillaban y alababan a Dios». De hecho, es «la alabanza la prueba de que yo creo que Jesucristo es Dios en mi vida, que fue enviado a mí para "perdonarme"». Y la alabanza, agregó el Pontífice, «es gratuita. Es un sentimiento que da el Espíritu Santo y que te lleva a decir: "Tú eres el único Dios"».