A pesar de los pecados, todo hombre ha sido elegido para ser santo. Es el mensaje de consolación y de esperanza ofrecido por el Papa Francisco en la misa celebrada en Santa Marta el martes 19 de enero. Quien sugirió la reflexión fueron las vicisitudes del rey David, el «santo rey David», figura central en la liturgia de estos días, que presenta pasajes tomados del libro de Samuel.
Después de haber visto cómo el Señor había «rechazado a Saúl porque tenía el corazón cerrado», y había pensado en otro rey porque este no le había obedecido. En la primera lectura (1S 16, 1-13) se encuentra la narración de cómo «fue elegido» el rey David. Se lee, por lo tanto, que Dios se dirige a Samuel: «¿Hasta cuándo vas a estar sufriendo por Saúl, cuando soy yo el que lo ha rechazado como rey de Israel? Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino». El profeta intenta resistir temiendo la venganza de Saúl, pero el Señor le invita a ser «astuto» y a simular un simple acto de culto, un sacrificio: «toma una novilla y ve».
De aquí inicia, explicó el Pontífice, la narración de lo que fue «el primer paso de la vida del rey David: la elección». En la Escritura se lee, por lo tanto, que Jesé «presenta a sus hijos» y que Samuel ante el primero dice: «Seguro que está su ungido ante el Señor». Veía ante sí, en efecto, subrayó Francisco, «un buen hombre». Pero el Señor replicó a Samuel: «No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón». He aquí, por lo tanto, la primera lección: «Nosotros somos tantas veces esclavos de las apariencias, esclavos de las cosas que aparecen y nos dejamos llevar por estas cosas: "Pero esto parece…" Pero el Señor es la verdad».
La narración continúa, «pasan los siete hijos de Jesé y el Señor no ha elegido a estos», de modo que Samuel pregunta a Jesé si le había presentado a todos los hijos. Y Jesé revela que, en realidad, «Todavía queda el menor, que está pastoreando el rebaño». De nuevo el contraste entre apariencia y verdad: A los ojos de los hombres -comentó el Pontífice- este pequeño no contaba».
Sucede que, habiendo hecho traer al muchacho, el Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo». Y, sin embargo era el más pequeño, el que a los ojos del papá no contaba» y «no porque el papá no lo amase», sino porque pensaba «¿cómo Dios escogerá este muchacho?». No consideraba que «el hombre ve la apariencia, y en cambio el Señor ve el corazón». Así «Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante» toda su vida «fue la vida de un hombre ungido por el Señor».
Se podría uno preguntar: «Entonces el Señor lo hizo santo?». La respuesta de Francisco es neta: «No, el rey David es el santo rey David, esto es verdad, pero santo después de una larga vida», llegó, en efecto, a una edad respetable, «aunque también una vida constelada de varios pecados». David fue «santo y pecador». Era «un hombre que supo unir el Reino, supo llevar adelante el pueblo de Israel» y también un hombre que «tenía sus tentaciones» y cometió pecados. David, incluso, «fue un asesino» que, «para cubrir su lujuria, el pecado de adulterio» mandó matar. Precisamente él. Tanto que uno se pregunta: «¿Pero el santo Rey David mató?». Es cierto, pero también es cierto que cuando Dios envió al profeta Natán para hacer «ver esta realidad» a David que «no se había percatado de la violencia que había ordenado»; el mismo David «reconoció: "He pecado" y pidió perdón».
Así la vida del rey David «siguió adelante» llena de luces y sombras. Sufrió «en su carne la traición del hijo, pero jamás usó a Dios para vencer una causa propia».
Esbozando la figura del santo y pecador, Francisco recordó cómo en el «momento tan difícil de la guerra», cuando debió «huir de Jerusalén» David tuvo la fuerza de regresar el arca: «No, Señor, que se quede allá; no usaré al Señor en mi defensa». Y aún, cuando encontró a quien le decía «hombre sanguinario» él detuvo a uno de los suyos que quería matar a quien le insultaba diciéndole: «Si este me insulta, el Señor le ha dicho que me insulte». En efecto, «en su corazón David sentía: "Me lo merezco", por ello ordenó: "Dejadlo, quizá el Señor tendrá compasión de mi humillación y me perdonará aún más». En su vida misma David conoció también «la victoria», y la gran «magnanimidad» que lo llevó a no matar a Saúl aun pudiendo hacerlo. En definitiva, concluyó el Pontífice, «¿pero este es el santo Rey David? Sí, santo, elegido por el Señor, elegido por el pueblo de Dios»; fue también «un gran pecador, pero un pecador arrepentido». Y comentó: «a mí me conmueve la vida de este hombre y me hace pensar en la nuestra». En efecto, «todos nosotros hemos sido elegidos por el Señor en el Bautismo, para estar en su pueblo, para ser santos»; todos hemos sido consagrados por el Señor, en este camino de la santidad», sin embargo, concluyó Francisco, leyendo la historia de este hombre -un «recorrido que comienza de muchacho y sigue adelante hasta un hombre anciano»- que ha hecho tantas cosas buenas y otras no tan buenas, «me viene el pensar que en el camino cristiano», en el camino que el Señor invita hacer, «no hay un santo sin pasado, ni tampoco un pecador sin futuro».