El tema del testimonio, entendido como elemento fundamental de la vida del cristiano, fue el centro de la reflexión del Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta el jueves 28 de enero por la mañana. Pero, ¿qué debe caracterizar este testimonio? El Pontífice sacó la respuesta directamente del Evangelio del día, retomando el pasaje de Marcos (Mc 4, 21-25) inmediatamente sucesivo a la «parábola del sembrador». Después de haber hablado de «la semilla que logra dar fruto» y de aquella que, en cambio, cayendo «en tierra no buena no puede dar fruto», Jesús «nos habla de la lámpara», que no se pone debajo del celemín, sino en el candelero. Ella «es luz -explicó-, y el evangelio de Juan nos dice que el misterio de Dios es luz y que la luz vino al mundo y las tinieblas no la acogieron». Una luz, añadió, que no puede esconderse, sino que sirve «para iluminar».
He aquí, pues, «uno de los rasgos del cristiano, que ha recibido la luz del Bautismo y debe darla». El cristiano, dijo el Papa, «es un testigo». Y precisamente la palabra «testimonio» encierra «una de las peculiaridades de las actitudes cristianas». En efecto, «un cristiano que lleva esta luz, debe hacerla ver porque él es un testigo». Y si un cristiano «prefiere no hacer ver la luz de Dios y prefiere las propias tinieblas», entonces «le falta algo y no es un cristiano completo». Una parte de él está ocupada, las tinieblas «le entraron en el corazón, porque tiene miedo de la luz» y prefiere «los ídolos». Pero el cristiano «es un testigo», testigo «de Jesucristo, luz de Dios. Y deber poner esta luz en el candelabro de su vida». En el pasaje evangélico propuesto por la liturgia también se habla «de la medida», y se lee: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces». Esta es, dijo Francisco, «la otra peculiaridad, la otra actitud» típica del cristiano. En efecto, se hace referencia a la magnanimidad, porque es hijo de un padre magnánimo, de gran ánimo».
También cuando dice: «Dad y se os dará», la medida de la que habla Jesús, explicó el Papa, es «plena, buena, rebosante». Del mismo modo, «el corazón cristiano es magnánimo. Está abierto, siempre». No es, pues, «un corazón que se cierra en el propio egoísmo». No es un corazón que se pone límites, que «cuenta: hasta aquí, hasta allá». Y continuó: «Cuando tú entras en esta luz de Jesús, cuando entras en la amistad de Jesús, cuando te dejas guiar por el Espíritu Santo, el corazón se abre, llega a ser magnánimo». Se activa, en este punto, una dinámica particular: el cristiano «no gana: pierde». Pero, en realidad, concluyó el Pontífice, «pierde para ganar otra cosa, y con esta "derrota” de intereses, gana a Jesús, gana convirtiéndose en testigo de Jesús».
Para calar en concreto en su reflexión, Francisco se dirigió en este punto a un grupo de sacerdotes que celebraban las bodas de oro de su ordenación: «cincuenta años por el camino de la luz y del testimonio», y «tratando de ser mejores, tratando de llevar la luz en el candelabro»; una luz que, es la experiencia de todos, a «veces cae», pero que siempre es bueno tratar de volver a proponer «generosamente, es decir, con corazón magnánimo». Y, al agradecer a los sacerdotes cuanto han hecho «en la Iglesia, por la Iglesia y por Jesús», deseándoles la «gran alegría de haber sembrado bien, de haber iluminado bien y de haber abierto los brazos para recibir a todos con magnanimidad», el Papa también les dijo: «Solamente Dios y vuestra memoria saben a cuánta gente habéis recibido con magnanimidad, con bondad de padres, de hermanos» y «a cuánta gente que tenía el corazón un poco oscuro, habéis dado luz, la luz de Jesús». Porque, concluyó precisando su razonamiento, «en la memoria de un pueblo» permanecen «la semilla, la luz del testimonio y la magnanimidad del amor que acoge».