Hay una «tentación» que «divide y destruye a la Iglesia»: es el «deseo mundano de tener el poder», la envidia y el deseo «de ir más arriba». Lo dijo el Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta el martes 17 de mayo, explicando que esta tentación responde al «pensamiento del mundo», mientras que Jesús habla «de servicio, de humillación».
Confrontándose con el pasaje evangélico del día, tomado del Evangelio de san Marcos (Mc 9, 30-37), toda la meditación del Pontífice se centró en la contraposición entre estos «dos modos de hablar». La Escritura, en efecto, presenta a Jesús que «enseña a sus discípulos» y les dice «la verdad sobre su vida» –sobre la suya, explicó Francisco, pero «también sobre la vida de los cristianos, la "auténtica" verdad»–, revela: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará».
Ante esta verdad –«He venido para esta tarea, para realizar esta misión: dar mi vida por la salvación de todos»– los discípulos no comprenden. Es más, «no querían entender» y, por «temor a interrogarlo», habían decidido olvidarlo, como si dijesen: «las cosas se arreglarán solas». Explicó el Papa: «El temor cerraba su corazón, cerraba su corazón a la verdad que Jesús les estaba enseñando».
El relato evangélico continúa y se lee que ellos «siguieron el camino, pero no en silencio»: los discípulos «seguían hablando». Al llegar a Cafarnaúm, Jesús pregunta: «¿De qué discutíais por el camino?». Ninguna respuesta. Ellos, en efecto, «tenían vergüenza de decir a Jesús el tema de la discusión. En el camino habían discutido entre ellos acerca de quién era el más grande».
He aquí, pues, la contraposición: «Jesús habla un lenguaje de humillación, de muerte, de redención, y ellos hablan un lenguaje de trepas: ¿quién estará más alto en el poder?». Esta, dijo Francisco, es una tentación que tenían ellos –«eran tentados por el modo de pensar del mundo mundano»– pero «no sólo ellos». También la madre de Santiago y Juan, recordó el Pontífice, fue a ver a Jesús –el episodio se puede leer en las páginas de Mateo (Mt 20, 20-21)– para «pedir que sus hijos estuviesen uno a la derecha y el otro a la izquierda, cuando Él llegase al Reino». Como si hoy se pidiese: «Que uno sea el primer ministro y el otro el ministro de economía» para dividirse «todo el poder». Precisamente esto, en efecto, «es el pensamiento del mundo: ¿quién es el más grande?». Por ello Jesús se apresura a llamar a los doce y les dice: «Si uno quiere ser el primero, sea el último y el servidor de todos».
Lo que dice Jesús a los discípulos es una enseñanza válida para todos: «En el camino que Jesús nos indica para seguir adelante –dijo Francisco– el servicio es la norma. El más grande es quien sirve, quien más sirve a los demás, no quien se ensalza, quien busca el poder, el dinero, la vanidad, el orgullo». Enseñanza necesaria porque, destacó el Papa, esta «es una historia que sucede cada día en la Iglesia, en cada comunidad» donde a menudo se pregunta: «Pero, entre nosotros, ¿quién es el más grande? ¿Quién manda?». Surgen las «ambiciones», el «deseo de trepar, de tener el poder».
El tema lo afronta también la primera lectura, tomada de la carta de Santiago (St 4, 1-10), en la cual el apóstol escribe: «¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros?». Y continúa: «¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros?», o, tal vez, «¿de la pasión del poder, de mandar, de dominar»?
El Pontífice invitó a considerar con atención el pasaje sucesivo, «para pensar cómo rezamos mal». El apóstol, en efecto, explica a sus interlocutores: «pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones». Y continúa: «¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?». Precisamente aquí, explicó el Papa, se encuentra «el núcleo de este pasaje» y del mensaje dirigido hoy a la Iglesia.
La síntesis está en la contraposición ya mencionada: «Jesús habla un lenguaje de servicio, de humillación, es más, Él dice: "Yo no he venido para que me sirvan, para ser servido, sino para servir"». En cambio, «el lenguaje del mundo es: "¿quién tiene más poder para mandar?". Y este lenguaje mundano es enemigo de Dios». Cuando, en efecto, continuó Francisco, hay «vanidad», el «deseo mundano de tener el poder, no de servir, sino de ser servido», se usan todos los medios. Así, por ejemplo, aparecen las «habladurías», la intención de «ensuciar a los demás». Lo «sabemos todos», añadió, que «la envidia y los celos siguen este camino y destruyen».
Todo esto, puso amargamente de relieve el Pontífice, «sucede hoy en cada institución de la Iglesia: parroquias, colegios, otras instituciones, también en los obispados… todos». He aquí los «dos modos de hablar»: por una parte el «espíritu del mundo, que es espíritu de riqueza, vanidad y orgullo»; por otra Jesús que dice: «el Hijo del hombre es entregado en manos de los hombres y lo matarán». Él «vino para servir y nos enseñó el camino en la vida cristiana: el servicio, la humildad». Por lo demás, explicó Francisco, «cuando los grandes santos decían sentirse muy pecadores, es porque habían entendido este espíritu del mundo que estaba dentro de ellos y tenían muchas tentaciones mundanas». En efecto, «ninguno de nosotros puede decir: "No, yo no, no yo… yo soy una persona santa, limpia". Todos nosotros somos tentados por estas cosas, somos tentados de destruir al otro para llegar alto». Es una «tentación mundana» que «divide y destruye a la Iglesia», y no es ciertamente «el Espíritu de Jesús».
Concluyendo su reflexión, el Papa dijo que, conservando ante los ojos la escena evangélica que se acababa de releer, «nos hará bien pensar en las numerosas veces que hemos visto esto en la Iglesia y en las numerosas veces que nosotros hemos hecho esto, y pedir al Señor que nos ilumine, para comprender que el amor hacia el mundo, es decir hacia este espíritu mundano, es enemigo de Dios».